miércoles, 30 de junio de 2010

Hombres de Mar

Supongo que todos los puertos del mundo son en alguna medida iguales o al menos parecidos, intrínsecamente bohemios por decirlo de alguna forma, perfecta mezcla de decadencia y romanticismo. Quizás porque así son los hombres de mar, sin importar el tiempo pasado o los avances de la modernidad los largos meses alejados de tierra firme los convierten parte en una horda de vikingos ansiosos de cerveza y desenfreno y parte reencarnación de antiguos héroes griegos con alguna Penélope esperando su regreso.
Durante más de veinte años mi padre navegó por los mares del mundo, era un trabajo duro pero mucho mejor que horadar las entrañas de la tierra al interior de las minas de carbón como había sido el destino de su familia. Por lo mismo hasta la adolescencia tuve la compañía de mi viejo cuando sumo dos meses al año pero al mirar atrás no recuerdo su ausencia ya que mi madre cada noche dejaba un juguete o una golosina junto a mi cama haciéndome creer que mi papá poseía poderes mágicos aprendidos de algún chamán africano mediante los cuales me visitaba durante mis sueños. En nuestro hogar mi padre era Ulises, por consiguiente nosotros Penélope y Telémaco, pero como la vida tiene su balance en otros lares debió haber sido Erick el Rojo.
Una vez estando él ya retirado y cuando yo ya superaba la veintena tuvimos esa conversación inevitable, esa donde los padres se muestran ya no como héroes intachables sino como humanos imperfectos. Fue allí cuando me contó de las interminables noches de juerga en Tokio, Buenos Aires o Río, de la vez que cuchillo en mano debió defender su hombría en Manila, de la adinerada mujer de San Francisco por la cual estuvo a punto de dejarnos y de la hija perdida en algún puerto del sur de Chile que un día no quiso reconocer. No sentía culpa al respecto, supongo que consideraba todo como circunstancias propias de la vida del hombre de mar y creo que el objetivo de la conversación fue desanimarme en mis deseos de seguir sus pasos.
No lo juzgo, no lo condeno, tampoco lo justifico, sencillamente comprendo que la vida que llevo lejos de nosotros fue un constante “Farewell”.

“Desde el fondo de ti, y arrodillado, un niño triste, como yo, nos mira,
Por esa vida que arderá en sus venas tendrían que amarrarse nuestras vidas,
Por esas manos, hijas de tus manos, tendrían que matar las manos mías,
Por sus ojos abiertos en la tierra veré en los tuyos lágrimas un día.

Yo no lo quiero, Amada,
Para que nada nos amarre que no nos una nada,
Ni la palabra que aromó tu boca, ni lo que no dijeron las palabras,
Ni la fiesta de amor que no tuvimos, ni tus sollozos junto a la ventana.

(Amo el amor de los marineros que besan y se van,
Dejan una promesa, no vuelven nunca más,
En cada puerto una mujer espera; los marineros besan y se van,
Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar).

Amo el amor que se reparte en besos, lecho y pan,
Amor que puede ser eterno y puede ser fugaz,
Amor que quiere libertarse para volver a amar,
Amor divinizado que se acerca, amor divinizado que se va.

Ya no se encantarán mis ojos en tus ojos, ya no se endulzará junto a ti mi dolor,
Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada y hacia donde camines llevarás mi dolor,
Fui tuyo, fuiste mía, Qué más? Juntos hicimos un recodo en la ruta donde el amor pasó,
Fui tuyo, fuiste mía, Tú serás del que te ame, del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo,
Yo me voy, estoy triste; pero siempre estoy triste, vengo desde tus brazos, no sé hacia dónde voy.

…Desde tu corazón me dice adiós un niño, y yo le digo adiós”

PD: Sin lugar a dudas Farewell de Pablo Neruda es un verso duro, incluso a ratos chocante, pero indudablemente hermoso. No comparto la “elegante” forma en la que el poeta intenta huir de sus responsabilidades pero no me deja de conmover su genio creativo. De igual forma, a pesar de todo, nunca dejaré de recordar a mi viejo como un hombre de mar amante de los suyos por encima de cualquier cosa.

sábado, 26 de junio de 2010

En la Esquina de las Banderas

“Permítame decirle mi caballero que desde pequeñita se me enseñó a ser pobre pero honrada. Claro que en estos tiempos modernos y en el villorrio de donde vengo ser ambas cosas cada vez es más difícil. El dinero nunca alcanzaba para llegar a fin de mes y siempre debía pedirle unas monedas a la señora Rosa que aunque igual que yo vendía bizcochos en la feria su hija, la Juanita, le enviaba siempre alguna platita por correo.
La señora Rosa no dejaba de contarme lo bien que estaba su hija trabajando como empleada doméstica en Santiago – los chilenos no saben cocinar por eso nos pagan bien por hacerlo, usted es buena cocinera debería probar suerte allá en el sur – siempre me decía.
Un día me armé del valor y con unos pocos ahorritos tomé el bus hasta la frontera donde por obra de Nuestro Señor de Mayo la inmigración me dejó pasar y continué camino hasta Santiago. Imagínese si son casi dos días de viaje en total.
Acá en el barrio Santo Domingo, la pequeña Lima como le llaman ustedes, encontré a la Juanita pero ahí me di cuenta que sus trabajos no tenían nada de domésticos, pero no la juzgo mire usted caballero. Si yo hubiera tenido sus caderas, sus tetas y unos veinte años menos también me hubiera dedicado a hacer favores a los señores de plata.
De todas maneras la Juanita me ayudó harto, primero acomodándome en una pieza junto a una docena de paisanos que buscaban algún trabajito igual que yo y luego de un par de semanas me consiguió un puesto como empleada en una casa enorme del barrio alto, y es que parece que el que fue mi patrón era cliente frecuente de ella y a cambio de sus favores le cumplía todo lo que le pedía.
Pase bueno años allí. La plata que pagan no es tanta como a uno le dicen allá en el Perú pero alcanza para darse algún gustito y enviarle algo a la familia. A fin de cuentas yo solo tenía que cocinar, las mismas comidas que hacía en la villa pero que acá dicen que son un manjar, y preocuparme de mantener la casa ordenada.
Cuando el caballero llegaba tarde yo tomaba su ropa y la metía enseguida a la lavadora porque venía pasada al perfume de mi Juanita. Cuando le señora se sentía mal le llevaba una agüita de hierbas, ella decía que era cansancio pero yo sé que era porque vivía tomando esos malditos martinis. A los niños mayores solo había que ordenarle la pieza, esos eran una mezcla de los vicios de los padres, y a los menores había que aguantarles los caprichos de chicuelos mal enseñados.
Todo iba bien hasta que un día a la señora le robaron de su cartera una buena suma de dinero, y usted se imaginara mi caballero, me pusieron inmediatamente de patitas en la calle. Yo lo entiendo en todo caso, es más fácil echar a la empleada inmigrante que reconocer que se tiene un hijo adicto.
Y así no más aquí me tiene vendiéndole banderitas en esta esquina ¿Cuántas quiere llevar? Hay que adornar la casa y el auto para las fiestas.
Oiga mi caballero, ¿usted trabaja en la televisión? mire que hay un tipo con una cámara apuntando hacia acá, tiene que ser a usted que lo están fotografiando porque a mi pa’que me van a estar sacando fotos.”

domingo, 20 de junio de 2010

Dueño de su Inmensidad

Miguel sabe que hay un mundo enorme más allá de lo que le muestra el horizonte, lo sabe porque a diario estrecha cordialmente decenas de manos venidas de los más diversos rincones del orbe interesados en conocer como su etnia aún vive sobre islas flotantes hechas de totora, para estos mismos visitantes es que sus niños han aprendido a cantar en varios idiomas y también para ellos es que cada tarde sale a navegar en su canoa de juncos como espectáculo final de despedida. Pero aunque sabe que muchos de quienes los visitan han cruzado en avión el Atlántico o el Pacífico, y aunque lo ha visto en los libros, en fotografías y en la televisión, se niega a creer que pueda existir otra extensión de agua más grande que su amado Titicaca sagrado.
Hace varios años pasé algunos días en un concurrido balneario del litoral central. En medio de unos roqueríos los lugareños construyeron un mirador que simula la proa de un barco, mi hijo que en ese entonces no tenía más de siete años se subió a los barandales de este y con la brisa marina en el rostro y los brazos extendidos gritó, al más puro estilo de Di Caprio, “I’m the king of the world”. Sé que tan sólo fue una humorada infantil, ni siquiera sé si había visto Titanic a esas alturas, pero algo hay en esa frase que por sobre la dudosa calidad del guión de la película hizo que quedará grabada como un ícono de nuestra cultura pop y quizás sea porque en alguna u otra medida todos deseamos en algún momento sentirnos los reyes del mundo y poder gritarlo a los cuatro vientos.
Mientras escribo esto me encuentro iniciando una licencia médica de dos semanas por diagnóstico de estrés laboral que ya está empezando a arrojar algunas crisis de angustia y de pánico (síntomas créanme bastante físicos para una problema psíquico). El punto es que estoy en esa etapa de reflexión pensando en que quizás la constante lucha por ser “the King of my world” me está pasando la cuenta.
Estando en la consulta de la agraciada psiquiatra que me atendió le escuché decir “estos trastornos suelen ocurrir en personas muy autoexigentes, altamente competitivas, que suelen mantener las situaciones bajo control y actúan de forma muy estructurada”. ¿Perdón, escuché bien? Pero autoexigencia, competitividad, y demases no son las “cualidades” con las que se inicia todo buen curriculum, ¿quiere decir que lo que me dijo más de algún profesor, los cursos de perfeccionamientos y las frases típicas de las charlas motivacionales solo fueron pavimentando el camino para que en estos instantes tenga este casi irrefrenable deseo de mandar a mis adorados clientes al carajo? Pues al parecer así es.
Ahora envidio a Miguel y entiendo porque se niega a creer en la existencia de los inmensos océanos, mientras no lo acepte continuará siendo dueño de su majestuosa inmensidad y seguirá viendo a su lago como el curso de agua más hermoso y enorme de todo el mundo.

martes, 15 de junio de 2010

Coexistencia

Esta fotografía tiene dos actores: En primer plano un imponente lobo marino y al fondo las instalaciones del dique de reparaciones navales que flota en el centro de la bahía de Valparaíso y cuyo logo corporativo puede verse a la izquierda del animal. Por lo mismo la imagen podría ser igualmente usada por alguna ONG dedicada a la conservación del medio ambiente como por la oficina de relaciones públicas de la citada compañía.
El compromiso con la ecología es una de las cuestiones que se ha vuelto de primera importancia en mi forma de enfocar la vida, quienes me conocen saben que en forma a veces incluso majadera privilegio el reciclaje, al ahorro de energía y todo aquello que pueda ayudar a salvaguardar los recursos naturales. Sin embargo me preocupan también otros asuntos como la superación de la pobreza, la disminución del desempleo, el mejoramiento del acceso a la salud y educación, todas ellas cuestiones en donde en ocasiones se debe llegar a un delicado punto de equilibrio entre no intervenir el medio ambiente y permitir el desarrollo sustentable.
He apoyado el accionar de iniciativas que se oponen a la construcción de represas en la Patagonia o al traslado de glaciares de la Cordillera de Los Andes para facilitar la extracción minera no porque no valoré el crecimiento económico que las empresas involucradas puedan aportar o porque no sea consciente de la necesidad de producción de energía, sino porque creo que hay otros medios de generarla menos invasivos con el ecosistema y los minerales bajo los campos de hielo pueden perfectamente esperar hasta que nuestra tecnología permita acceder a ellos sin tener que hipotecar nuestras futuras reservas de agua.
Sin embargo existen otras propuestas de los grupos ecologistas más radicales que encuentro absolutamente inviables y que creo que en lugar de ayudar a la causa tan solo hacen que sean vistos como unos desquiciados que poco menos pretenden que regresemos a la Edad de Piedra.
Absurdo sería pensar en que el inicialmente referido dique flotante cierre sus operaciones para que las colonias de lobos marinos cercanas no se vean amenazadas por las hélices de los barcos y la contaminación por petróleo, aún si esto se hiciera el único resultado sería que se construya un nuevo dique en otro lugar, a fin de cuentas en algún sitio deben ser reparados los navíos, afectando a otro ecosistema y tan solo multiplicaríamos el problema de la contaminación por dos. Igualmente no tiene sentido marchar por las calles pidiendo eliminar los bosques artificiales de pino radiata levantados por las empresas forestales en la Araucanía para luego reforestarlo con árboles nativos, este simple hecho no va a disminuir el consumo de papel y lo único que se lograría es trasladar el problema a la Patagonia, el Amazonas o a algún lugar de África.
La causa ecológica debe ser tomada con seriedad y no tan sólo con idealismo, con propuestas concretas y no únicamente con sueños utópicos. El trabajo de las instituciones verdes no puede consistir tan sólo en convocar a protestas frente a las plantas de celulosa, aunque en ocasiones es necesario hacerlo, sino también en promover iniciativas que solucionen el problema de raíz como por ejemplo crear leyes que legalicen la firma digital y promuevan la facturación electrónica a fin de disminuir el consumo de papel; desincentivar el uso del automóvil mediante una adecuada red de transporte público; subsidiar la adquisición de paneles solares para disminuir los uso domiciliarios de energía y así un sinfín de ideas prácticas, concretas, viables y ejecutables que pueden marcar una gran diferencia.
Industrialización y Medio Ambiente están ya condenados, para bien o para mal, a la coexistencia.

jueves, 10 de junio de 2010

Navegantes de Mareas

Según los ancianos indios huilliches hace muchos miles de años la isla de Chiloé, en la puerta noroeste de la Patagonia, estaba unida al continente hasta que apareció Caicaivilú, la serpiente del mar enemiga de toda vida y señora de todo lo que es maligno, quien deseo incorporar dichas tierras a sus territorios inundándolas por completo. Entonces surgió Tentenvilú, la serpiente de la tierra señora del bien y la fecundidad, quien elevó los cerros hasta convertirlos en islas donde se refugiaran los hombres y a aquellos que no alcanzaron a escapar los convirtió en lobos marinos o en aves como las gaviotas y los cormoranes.
Pero aunque han pasado los milenios la malvada serpiente marina no cesa en sus intentos de inundarlo todo y es por eso que junto con la llegada del atardecer comienza a subir el nivel de las mareas hasta que pasada la medianoche la situación es notada por Tentenvilú quien combate con su enemiga hasta hacerla retroceder a la llegada del amanecer para que así los chilotes puedan adentrarse en las riberas y extraer de allí los peces y mariscos atrapados en los pozones. Sin embargo en ese mismo instante Caicaivilú se aprovecha del cansancio de la benefactora de los hombres y comienza nuevamente su inundación.
Los chilotes que con los años se han convertido en hábiles navegantes y están acostumbrados a esta lucha cósmica aprovechan el oleaje enviado por la serpiente señora del mar para desamarrar sus embarcaciones y “hacerse a la mar”.
Hacia el mediodía Tentenvilú ha recuperado sus fuerzas por lo que vuelve a forzar a dar pie atrás a su adversaria, cuestión que le toma hasta el atardecer hora en la que el mar se ha retirado tanto que los botes quedan varados en las proximidades de las costas obligando a los hombres a regresar a sus hogares al igual como lo hace su protectora, pero en cuanto cierran sus puertas Caicaivilú ayudada por la Luna reinicia el circulo eterno.

El muy gradual declive del fondo marino presente en el mar interior de Chiloé sumado a que la isla en sí misma actúa como un gigantesco obstáculo que retarda el avance de las corrientes marinas, es la explicación del porqué la diferencia entre la línea de alta y baja marea en algunos lugares supere el kilometro generando frente a las caletas de pescadores a primera y última hora del día este surrealista cuadro de decenas de botes varados en la arena a la espera de que el mar nuevamente los libere….. Pero yo prefiero quedarme con la explicación de los abuelos huilliches.

sábado, 5 de junio de 2010

El Patito Feo

De niño solía siempre discutir el cuento del “Patito Feo”, en mi óptica infantil era absurdo que nadie, y en especial mamá pata, se diera cuenta que la criatura en realidad era un cisne. Tan sólo con los años pude entender que en ocasiones una moraleja puede estar por sobre la exactitud y lógica de un cuento.
Hace algunos días, frente a la laguna del Jardín Botánico nacional observé una versión un tanto más coherente de este clásico infantil. Se trataba de una bandada de patos que buscaban su alimento entre las aguas, todos de un blanco resplandeciente menos uno, el de la fotografía, a mi gusto el más hermoso de todos pero también el único distinto. De ahí en más mientras continué mi paseo entre los árboles otoñales no pude dejar de reflexionar sobre el tema de la discriminación y como está nos afecta.
Debo señalar que durante años me sentí un individuo no discriminable, quiero decir que no soy gay, no pertenezco a una minoría étnica ni provengo de un estrato marginal de la sociedad. Aclaro en este punto que NO pretendo insinuar que dichos sujetos deban ni menos merezcan ser discriminados, pero la realidad es que en nuestras sociedades lamentablemente siempre habrá quienes hagan de estos objetos de diferenciación.
Aclarado el punto no pretendo adentrarme en los absurdos de la homofobia o xenofobia que daría para largo, sino que quiero centrarme en aquel ámbito de la discriminación sutil, vedada, silenciosa, esa que se da a quienes sencillamente no viven de acuerdo a como nosotros pensamos que deben vivir.
Nuestras familias, amigos y cercanos suelen esperar que vivamos nuestras vidas en forma predecible y de acuerdo a un patrón predefinido. En mis años de soltería mis padres solían preguntarme cuando iba a tener una pareja estable, cuando lo hice bastó que llevara a mi novia a unos cuantos almuerzos para que la pregunta fuera ¿Cuándo van a casarse?; acabábamos de regresar de la luna de miel y el tema era ¿Cuándo van a tener un hijo?; y aún no terminaba de pagar los gastos de la maternidad cuando el cuestionamiento pasó a ser ¿Cuándo van a tener el segundo?. La verdad es que en ese punto nos detuvimos, decidimos dejar el nacimiento de un segundo hijo para más adelante pero lo que en realidad trajo el futuro fue nuestra separación, cuestión que también se puede clasificar como esperable y de acuerdo al molde preestablecido.
Supongo que el machismo latente en la sociedad hace mucho más difícil el divorcio para las mujeres que para los hombres. Usualmente una divorciada debe soportar el alejamiento de sus amigas que comienzan a verla como un rival, no vaya a ser cosa que les robe a sus maridos, y también el de sus amigos que temen que la nueva liberada se convierta en una influencia peligrosa que aleone a sus sumisas cónyuges.
Para los hombres es esperable que vivan algún tiempo de duelo, cuestión que hice, que luego entren a la fase de “Living la Vida Loca”, cuestión que también hice, y que luego “rehagan” sus vidas estableciéndose junto a una nueva mujer y entrando de nuevo al círculo predefinido de pareja, matrimonio, hijo, segundo hijo, etc. En este punto fue donde decidí detenerme y empezar a actuar distinto.
Realmente he perdido la cuenta de las veces que cuando alguien sabe que me divorcié hace años me pregunta ¿Y rehiciste tu vida?, la respuesta es “si la rehíce, en la actualidad vivo sólo junto a mi hijo”, acto seguido me replican “me refería a si tenías una nueva pareja”, y es que acaso ¿solo viviendo en pareja de acuerdo a lo que todos esperan se puede rehacer una vida?, quiero decir: no tengo cuentas con mi pasado, me encuentro concentrado en mi trabajo, mis aficiones y la educación de mi hijo lo que me hace bastante feliz y una vez que mis obligaciones concluyan sueño con retirarme y viajar a la infinidad de lugares que me maravillan (a la hora de viajar y fotografiar prefiero hacerlo en solitario) en otra palabras tengo mi vida completamente rehecha..
Sé que para las esposas de algunos amigos soy algo así como la encarnación del demonio, un tipo que hace lo que quiere sin rendirle cuentas a nadie, si supieran que usualmente soy yo el que ando frenando las ansias de desorden de sus mariditos. Otros al verme medianamente maduro y soltero me preguntan si acaso soy gay, la verdad es que no lo soy y no tendría problemas en reconocerlo si lo fuera, tampoco soy célibe pero he decidido construir mi vida en base a relaciones ocasionales en las que de vez en cuando sexo y amor logran coincidir pero con personas que se han planteado de igual forma que yo ante la vida. Existen también los que se compadecen, “debe ser triste no tener alguien que te acompañe”, sería difícil explicarles que tengo la compañía que necesito y que aprender a vivir con uno mismo es un proceso tan complejo y desafiante que en ocasiones no da tregua para compartirlo con otros.
Bien, es cierto que aún es complicado cuando llego a alguna reunión social y más de alguno se queda mirando hacia la puerta preguntándose dónde está mi acompañante, es cierto también que en las noches de invierno a veces es preferible el calor humano a la calefacción central, es cierto también que con las parejas ocasionales no necesariamente se coincide en tiempo y ansias, pero es la vida que quiero vivir, no sé si en la mejor o peor forma pero es en la manera que decidí vivirla. No critico a aquellos que esperan morir rodeados de nietos mientras su pareja sostiene devotamente su mano, pero espero que estos tampoco me critiquen si yo espero morir descubriendo algún rincón lejano y enviándole correos electrónicos a mis nietos.