lunes, 28 de febrero de 2011

Palafitos

Hace más de un año visité la Isla de Chiloé. Nadie puede decir que estuvo en Alaska sino pernocta en un iglú, o en el Amazonas sino pasa lo noche en una choza de paja durmiendo en una hamaca o en el desierto del Sahara sino durmió en un campamento beduino con tiendas hechas de piel de camello, de igual forma es imposible pretender conocer Chiloé sin pasar algunos días en un palafito, estas casas edificadas sobre pilotes a orillas del mar en donde con marea alta pareciera que el mar va a ingresar por las ventanas.
Si de dar datos se trata en el caso que visiten la isla les recomiendo hospedarse en el Hostal Palafitos de la ciudad de Castro, www.palafitohostel.com. Pero este refugio si bien intenta rescatar la esencia de las tradicionales construcciones de la isla no deja de ser un moderno hospedaje de unas cuantas estrellas, con Wifi, amplias salas comunes, cómodas habitaciones, baños limpios, una moderna cocina y demases características propias de una buena oferta turística.
El origen de los verdaderos palafitos se inicia en los lejanos años de la colonia española cuando el territorio de Chiloé fue repartido entre un centenar de hacendados españoles, fue entonces que el escaso remanente de indios chonos y la más numerosa población de indios huilliches a fin de mantener su libertad decidieron vivir en sus nalcas, pequeños botes de pesca. La necesidad de tener a sus familias con ellos hizo que prontamente las nalcas originales fueran reemplazadas por barcas de mayor tamaño en las que podía vivir sin problemas un numeroso grupo de gentes. Con el fin de no llevar una eterna vida nómade en algún momento las barcas comenzaron a ser varadas en las pantanosas costas y la misma madera del navío fue usada para darles la forma de una casa tradicional levantada sobre pilotes con la idea de adaptarse a los cambios de la marea.
De los palafitos originales surgidos ya hace siglos no queda absolutamente nada en la actualidad ya que con una dolorosa regularidad las costas de Chiloé son arrasadas por un maremoto cada ciento cincuenta años y de hecho todas las viviendas de este tipo que podemos observar hoy en día son posteriores a 1960, fecha del último tsunami que asoló la isla provocado además por el terremoto de mayor intensidad del cual se tengan registro.
Si en cualquier momento va a ocurrir un nuevo cataclismo (esa es una constante con la que nos hemos acostumbrado a vivir en Chile) ¿por qué se siguen construyendo estos palafitos que inexorablemente en algún momento serán destruidos por la fuerza del mar?, la respuesta es sencilla: porque ningún hacendado ni ninguna inmobiliaria están interesados en adquirir terrenos en estas pantanosas costas y en Chiloé si hay algo que abunda son las costas pantanosas y la madera con las que construir una vivienda. En resumen desde sus inicios el palafito fue la respuesta para los postergados, para los sin recursos, para los que deben adaptarse a las condiciones más difíciles con el fin de sobrevivir.
En alguna forma los palafitos chilotes son similares a las favelas brasileras, son pintorescos, definen la personalidad de sus ciudades, atraen a turistas por montones, pero no dejan de ser un símbolo de pobreza dura y extrema.
Por más que lo intentemos en nuestros viajes nunca dejaremos de ser visitantes de paso alojados en cómodas habitaciones que pretenden simular y acercarnos a las condiciones de vida de los autóctonos de lugar, pero en el fondo nunca dejamos de ser simplemente turistas.


sábado, 26 de febrero de 2011

Descansa


Amo los atardeceres, parecieran ser siempre iguales, siempre a la misma hora (aunque varían día a día en poco más de un minuto según nos acerquemos al equinoccio de verano o invierno), y por más que el concepto sea el mismo, el sol se oculta tras el horizonte, cada uno es único dependiendo de si se observa sobre una montaña, una ciudad, el mar y de las condiciones atmosféricas presentes. En ese sentido creo entender a los aztecas que observaban cada ocaso como si fuera el último porque en su cosmovisión no estaba garantizado que el astro rey volviera a aparecer por el oriente al día siguiente.

Durante casi tres años la rutina era siempre la misma, llegado el mediodía Álvaro me hacía un gesto con las manos, esa era la señal tácitamente convenida, ambos entonces le pedíamos permiso a nuestros jefes para tomarnos un break de algunos minutos. Nos encontrábamos en el casino de la empresa, el que llegaba primero pedía dos cafés, tras cucharadas de azúcar para el de él y dos para mí., luego salíamos por la puerta trasera, caminábamos al puesto de periódicos de la esquina y mientras yo me fumaba un cigarrillo y él dos comentábamos los titulares del día.
El ritual se mantuvo hasta que abandoné dicho trabajo pero de todas formas lo continuamos repitiendo una vez por semana reemplazando el café por cerveza y la hora del mediodía por la de la salida laboral.

Era domingo temprano en la mañana, me encontraba frente al espejo del baño afeitándome. Mientras lo hacía mi teléfono móvil no cesaba de sonar, cuando al fin pude prestarle atención me acusaba al menos cinco llamadas pérdidas. Es raro que tantos conocidos te llamen un domingo a primera hora a no ser que sea tu cumpleaños y ese no era el caso. Los primeros acordes de “Iris” de los Goo Goo Dolls (canción que uso como ringtone) me alertaron de una nueva llamada…
No hablé, o mejor dicho escuché, más de veinte segundos, no recuerdo si corté, me acerqué al computador, programé “Beautiful Day” de U2, me serví un café cargado, salí al patio y encendí un cigarrillo y luego otro, sencillamente no podía asimilar que la de un par de semanas atrás había sido la última conversación que sostendría con Álvaro, me costaba creer que algo tan habitual y cotidiano como los atardeceres nunca se volvería a repetir.

¿Porqué “Beautiful Day”? porque en esa última conversación Álvaro no cesó de hablar de que por nada del mundo se perdería el concierto que U2 dará en Marzo en nuestro país.


Mucho he escrito de ti en mi perfil de facebook, quizás este sea la última, a fin de cuentas fue tu deseo que te dejáramos descansar.
Hasta siempre compañero.

domingo, 20 de febrero de 2011

El Tendedero


Una de las cosas que más me llamaba la atención en mi niñez de Valparaíso era sus tendederos, esas cuerdas tiradas de una ventana a otra sobre las que se ponen a secar toallas de todos colores, poleras, pantalones e incluso ropa interior, quizás porque siempre viví en casas con patio y era en este donde se tendía la ropa lejos de la mirada curiosa y algunos caso indiscreta de los vecinos.
Pero los tendederos más que una solución práctica a la falta de espacios interiores tienen mucho que ver con los procesos sociales vividos tanto en Valparaíso como en muchas otras urbes desde la revolución industrial a la fecha.
Fueron los campesinos trasplantados a la ciudad y los centenares de inmigrantes en su mayoría europeos llegados a lo que a finales del siglo XIX era la urbe más pujante del Pacífico sur los que en pro de sus sueños debieron sacrificar espacio e intimidad viviendo hacinados en antiguos edificios que fueron conocidos como cités (derivado del término francés para citadino).
Los que alcanzaban a cumplir sus sueños de prosperidad eran rápidamente reemplazados en los cités por nuevas oleadas de inmigrantes nacionales y extranjeros. Mi padre fue uno de ellos, llegado a Valparaíso tras huir del duro trabajo en las minas de carbón del sur de Chile.
Que paradojal es que él durante años haya tenido que colgar sus calzoncillos a vista y paciencia de sus vecinos para que años más tarde yo y mi madre pudiéramos mantenerlos lejos de miradas ajenas en el patio de la casa que compró.

martes, 15 de febrero de 2011

Miras de Altura

Según Lonely Planet Santiago de Chile es la capital más segura de Latinoamérica, según Fortune es el mejor destino para hacer negocios en el cono sur y según Times es la urbe más interesante de conocer en Sudamérica, aunque la última apreciación la encuentro algo exagerada, pero lo que si es un hecho es que el Parque Metropolitano de Santiago es la segunda área verde urbana de mayor extensión en el globo, después del Central Park neoyorquino, en sus barrio histórico es posible encontrar edificios construidos por nombres notables como el italiano Toesca o el francés Eiffel, además en media hora se puede estar esquiando en alguna de las mejores pistas del Hemisferio Sur y en dos se pueden estar disfrutando de las aguas del Pacifico.
Menciono todo lo anterior porque es curioso que sean contados con los dedos de las manos los santiaguinos que se sienten orgullosos de su ciudad y más aún que se sienten pertenecientes a ella, en su gran mayoría se consideran habitantes de paso que algún día emigraran de la capital a las provincias.
Quizás contribuya a ello sus insoportables tacos automotrices o tener que viajar en un metro subterráneo que en las horas punta es un verdadero horno. Quizás sea tener que transitar por el Paseo Ahumado diariamente acompañados por otros dos millones de personas, quizás porque moverse veinte kilómetros al interior de la ciudad toma más tiempo que moverse cien fuera de ella. Quizás pueden haber muchos.
Mi mirada de Santiago es la de un visitante, la del que se vio obligado a emigrar por una mejor oferta económica y laboral, pero he encontrado en ella una belleza que parece solo yo percibo. Me impresiona en invierno ver las montañas completamente nevadas sobresalir por sobre los rascacielos, me llaman la atención sus decenas de iglesias que datan desde la época de la colonia, me atrae lo pintoresco de sus habitantes e incluso me atrevería a asegurar que algunas de las puestas de sol más hermosas que he fotografiado han sido en medio de la ciudad como ocurre con la imagen que encabeza esta entrada, más de alguien se ha negado a creer que es la odiada Plaza de Armas en el corazón de la capital hasta que después de unos segundos me comentan: “es que está tomada de altura por eso se ve distinta”.
Por cierto la imagen fue tomada desde un sexto piso y justamente de eso se trata todo: de mirar las cosas desde un poco más arriba.

viernes, 11 de febrero de 2011

La Escala del Inca (Republicación del 07/06/09)


Una escala de piedra en la ladera de una montaña no parece ser algo sumamente especial a no ser que esta haya sido construida hace más de quinientos años por la poderosa civilización Inca en una isla considerada por ellos sagrada en medio del Lago Titicaca.
La Escala de Yumani fue levantada paralela al curso de agua proveniente de una vertiente en lo alto de la Isla del Sol. En este lugar, conocido como la Fuente del Inca, el agua fluye a través de tres canaletas circulares labradas en una pared de roca finamente tallada. Esta triple vertiente simbolizaba para los sacerdotes y la nobleza incaica las tres leyes sagradas que regían el orden moral y social de su cultura: No matarás, No mentirás y No serás perezoso. Está triple máxima es una suerte de versión inca del “amarás a tu prójimo como a ti mismo” propio del cristianismo que paradojalmente les fuera luego impuesto a la fuerza por los conquistadores españoles.
Principios morales como los anteriores pueden ser igualmente predicados por un sacerdote católico, un pastor protestante, un imán islámico, un rabino judío, un monje budista o cualquier gurú new age, como también son valorados por ateos y agnósticos. Lo interesante es que si en lo medular todos siempre estuvimos de acuerdo como es que desperdiciamos dos mil años de nuestra historia en persecuciones, cruzadas, jihad, evangelizaciones forzadas y toda clase de conflictos religiosos.
Algo parecido pasa con la política y la economía, tras la caída de la cortina de hierro todo el mundo se dio cuenta de la inviabilidad del comunismo, pero también luego de las últimas crisis globales muchos han debido reconocer con espanto las monstruosas deficiencias del capitalismo exacerbado. Quizás por lo anterior hoy por hoy todos los discursos partidistas suenan iguales y el candidato A parece creer lo mismo que su contendiente el candidato B.
No se trata de que nos volvamos una sociedad política y religiosamente homogénea. Que aburrido sería que todos pensáramos igual, se perderían esas exquisitas discusiones de sobremesa los domingos por la tarde en compañía de la familia y los amigos. Pero ya histórica y en algunos casos forzosamente aunados los principios morales, políticos y económicos básicos, es hora que nuestros líderes y la sociedad en general nos demos a debatir sobre lo que aún nos queda por subsanar: el aborto, la eutanasia, la superación de la pobreza, la bioética, el calentamiento global y el desarrollo ecológicamente sustentable por mencionar algunos.
Lamentablemente no quise publicar una foto de la Fuente del Inca porque en todas ellas aparecía un horrible grafiti con las iniciales de algún estúpido… al parecer para que superemos la barbarie aún falta algunos siglos.

sábado, 5 de febrero de 2011

Sombras sobre Huasco

Desde el norte las solitarias playas del desierto de Atacama se extienden por un centenar de kilómetros hasta llegar a los pies del antiguo faro de Huasco, detrás de él el pueblo y más allá como una condena de la enormidad la chimenea de la refinería de acero del lugar que sin descanso expulsa sus vapores contaminantes a la atmósfera.
Más de alguien podrá preguntarse cómo fue posible permitir la construcción de una fuente tan contaminante junto a un poblado tan densamente poblado, pero lo cierto es que la chimenea de la siderúrgica de la Compañía de Aceros del Pacífico es por mucho anterior a Huasco y a sus habitantes.
La refinería se construyo en un lugar alejado en medio de la costa del desierto de Atacama junto a una antigua caleta de pescadores prácticamente abandonada pero al poco tiempo de la puesta en marcha su millar de trabajadores se cansaron de la lejanía de sus familias y del viaje de unas cuantas horas hasta la ciudad más cercana y decidieron trasladar a sus esposas e hijos al campamento montado a un costado de la planta, la llegada de las familias trajo consigo el arribo del comercio menor; las presiones de los sindicatos obligaron a la empresa a urbanizar el asentamiento con servicios de energía eléctrica, agua potable y alcantarillado; la consolidación del otrora campamento y el éxito del comercio menor atrajo la llegada de las cadenas de supermercados, los bancos y otras empresas de servicios; el aumento sostenido de la población obligó al estado a levantar escuelas, un hospital y cuarteles de policía, y así casi sin darnos cuenta en pocos años habíamos construido una nueva ciudad conquistando el desierto.
En la actualidad no son pocos los que exigen a la acerera que replantee sus procesos productivos para disminuir el impacto de sus contaminantes en la población, sin embargo hay grupos más radicales que de frente abogan por el cierre de la siderúrgica.
Lo paradojal de la situación es que mientras la planta continué en funcionamiento Huasco se encontrará a una lenta agonía a consecuencia de los contaminantes ambientales y la decantación de esos en las costas, sin embargo si la planta detiene sus operaciones Huasco igualmente se encontrará condenado a desaparecer como en su momento los hicieron los campamentos de las industrias salitreras a mediados del siglo pasado un poco más al norte.
Con una infraestructura portuaria incapaz de competir con la de los relativamente cercanos puertos de Coquimbo e Iquique, sin atractivos turísticos masivos explotables en el corto plazo, con una agricultura que se limita a la producción de aceite de oliva y además con recursos hídricos limitados, y finalmente con el desierto más árido del mundo a sus espaldas, la única razón de la existencia de Huasco es proveer de mano de obra y servicios a la contaminante industria siderúrgica y al respecto poco o nada se puede hacer.
Lo trágico es que esta historia está condenada a repetirse, no porque no aprendamos de nuestros errores sino porque nos encontramos atrapados por el camino del “desarrollo” que nosotros mismos un día elegimos.
La fortaleza de nuestra economía depende de nuestra capacidad productiva y esta capacidad depende de un adecuado suministro de energía y esta energía se ha convertido en un bien escaso. Las alternativas al respecto son pocas, aunque nos opongamos en conciencia, aunque hagamos marchas y manifestaciones, inevitablemente algún día tendremos que elegir entre sacrificar el caudal de alguno de los ríos de la Patagonía para levantar allí centrales hidroeléctricas, o sacrificar alguna de las costas de Atacama para levantar centrales termoeléctricas, o si queremos ser más novedosos deberemos llenar algún valle con molinos de generación eólica o paneles solares o instalar en las faldas de algún volcán una planta geotérmica o sencillamente construir en algún punto una central nuclear heredando a nuestros nietos el problema de la eliminación de los desechos radiactivos.
Ya sea en medio del caudaloso río Baker, en las caletas atacameñas o en las faldas del volcán Llaima, junto a las monstruosas plantas construidas surgirá primero un humilde campamento de trabajadores, luego una villa, luego un pueblo y finalmente una enorme ciudad que se verá atrapada en las mismas disyuntivas que hoy enfrentan los habitantes de Huasco.