domingo, 31 de julio de 2011

Angelmo en Segunda Mirada

No es raro que tanto las personas como los lugares en ocasión nos dé una primera impresión, positiva o negativa, que con un conocimiento posterior puede verse ratificada o modificada.
Mi primera opinión de la ciudad de Puerto Montt, capital austral de Chile, no fue de las mejores. Era el final de uno de los veranos más lluviosos en años y junto a mi hijo arribamos a la ciudad procedente de la isla de Chiloé donde habíamos pasado algunos días. De seguro la copiosa tormenta desatada horas antes de nuestra llegada motivó que todos los visitantes de la ciudad quisieran huir a la zona central del país y lo mismo transformó a un ya de por si desordenado terminal de buses en un lugar caótico. A los pocos intentos me di cuenta que era imposible conseguir pasajes aquella tarde y que deberíamos permanecer allí hasta el día siguiente. Entonces el problema fue encontrar hospedaje, cuestión que se resolvió con la ayuda de la oficina de turismo del lugar la que nos acomodó en la residencial de una anciana bastante cascarrabias.
Al llegar a la residencial las cosas no mejoraron, el lugar estaba lleno de gatos y en mi óptica si tienes un gato es porque tienes una mascota, si tienes dos es porque te gustan los animales, pero si tienes más de cinco es porque de seguro tienes una plaga de ratones presentes en algún lugar. Como en algunas ocasiones los felinos me provocan una desagradable alergia tuve que partir en busca de una farmacia donde comprar algún antiestamínico.
Imagino que producto del temporal de viento y lluvia el alumbrado público se encontraba apagado en todo el sector portuario entonces la impresión que me quedó de la ciudad fue la de un lugar oscuro y tétrico lleno de rostros eventualmente amenazantes. Para colmo de males mi hijo y yo nos enfermamos del estómago producto de una carne mal cocinada y mi pequeño (bueno quizás no tanto) pasó buena parte de la noche vomitando al interior del mal equipado baño de la residencial.
Tiempo después volví a la ciudad por asuntos particulares pero en esta ocasión en un hermoso día de mediados de primavera, esta vez no visité el barrio portuario y me dirigí a la pintoresca caleta de Angelmo, entonces Puerto Montt me pareció en esta ocasión un sitio lleno de luz, en donde los fríos vientos australes crispan las olas del mar frente a la isla de Tenglo, un lugar con una exquisita y exótica gastronomía, con gentes amables y cariñosas que suelen llegar a la caleta desde las poblaciones cercanas navegando en sus botes a motor.
Nuevamente debí volver a Puerto Montt a inicios del siguiente verano, esta vez por razones laborales, pero en esta ocasión debí recorrer la zona más moderna de la ciudad. Entonces Puerto Montt me pareció una ciudad bullente, vanguardista en cuanto a sus diseños, con una abundante oferta de comercio y servicio.
Supongo que Puerto Montt es realmente las tres ciudades: un sitio oscuro de noche con un barrio portuario que pareciera ser sacado de alguna novela de Melville, un sitio hermoso y pintoresco con una de las mejores ofertas gastronómicas de la Patagonia atendida por personas amables y sencillas, y también una ciudad moderna y bullente.
De seguro las personas somos algo así y de seguro yo soy algo así, quizás hay quienes me han conocido en mis días más oscuros y tormentosos y otros en mis instantes más luminosos y alegres, cualquiera haya sido la experiencia inicial por favor denme una segunda y quizás una tercera oportunidad.

miércoles, 27 de julio de 2011

Castillos, Caballeros y Princesas

Es curioso que en la ciudad de Viña del Mar abunden los castillos siendo que la urbe fue fundada cuatro siglos después de finalizada la Edad Media, nunca corrió el riesgo de ser atacada por corsarios y ningún miembro de la nobleza vivió en ella. Estos son castillos levantados a principio del siglo XX con las fortunas amasadas en los años posteriores a la revolución industrial, todas fortuna efímeras y quizás por lo mismo ninguno de ellos se encuentra en manos de sus originales dueños. Alguno se ha convertido en un centro de eventos, otro en un club social perteneciente a la colonia árabe, otro en manos del estado es una de las residencias del presidente de la República y finalmente el Castillo Wulff, en la imagen, ha sido habilitado como museo por una universidad privada.
Pero los castillos son castillos, no importa su origen. Cada vez que un niño ve uno se imagina a sí mismo como un caballero de brillante armadura luchando contra un dragón, y cada vez que una niña ve uno se imagina a sí misma como una princesa en espera de ser rescatada. Si a los niños les interesan solo los baluartes desde los cuales derribar con su espada a sus enemigos a las niñas les interesan sus amplios salones en donde se celebran aquellos bailes de ensueño. Dos miradas distintas, dos interesas distintos, un mismo castillo.
Por muchos años tuve esa mirada de “machito” frente a la vida, luchando con mis dragones, con los orcos que pretendían subir mis muros, deseando ser un corsario, un guerrero o un aventurero. Como es esperable con el tiempo mi castillo estaba lleno de trofeos de guerra, cadáveres y despojos de los banquetes allí hechos.
Quizás por lo mismo me sorprende tanto que casi sin darme cuenta una alegre y hermosa princesa se haya ido adueñando uno a uno de sus salones, abriendo las cortinas, limpiando el polvo, arreglando algo aquí y otro poco allá. Reconozco que había olvidado lo que era el tan necesario “toque femenino”.

La vida no es color de rosas, menos aún un cuento de hadas, en ocasiones los finales no son felices, pero definitivamente se siente mejor de a dos.

sábado, 2 de julio de 2011

Luce y Sombras (Republicación del 15/06/09)


De esta fotografía un amigo cuya opinión en la materia respeto bastante comentó que los planos estaban suavemente marcados fundiéndose unos con otros, hay un interesante contraste entre luces y sombras, y los niños jugando y las olas del mar le daban una sensación exquisita de movimiento. Todo ello indudablemente muy halagador, pero para mí la imagen es tan sólo el grato recuerdo de un hermoso día de caminata por la playa en compañía de mi hijo.
Sabemos bien que todos los sucesos de nuestra vida están compuestos, al igual que la fotografía, por matices entre luz y sombra. Nada es completamente malo ni perfectamente bueno, cada emoción y sensación está en un punto entre la felicidad absoluta y la total tristeza, nada alcanza la perfección pero tampoco la imperfección extrema (definitivamente algo malo siempre puede ser peor). Sin embargo a la hora de hacer los balances, cuando el paso del tiempo ha difuminado los detalles y solo se conserva lo medular, nuestros juicios y evaluaciones parecen ser mucho más categóricas, fue bueno o fue malo, estuve alegre o estuve triste, me amó o no me amó.
Ese día de playa a mediados de la primavera recién pasada es traído a mi memoria RAM como un hermoso tiempo familiar de esos que uno quisiera constantemente repetir, el resto de los datos permanecen casi borrados en el disco duro como por ejemplo que tuve poco menos que rogar a mi hijo para que me acompañara superando el característico desgano adolescente, que hacía un frio atroz, que olvidé mis tarjetas de crédito en casa por lo que tuve que juntar cada peso en los bolsillos para pasar a comer algo permaneciendo de paso casi media hora en una insoportable fila de Mac Donald, pero nada de eso realmente importa porque fue un día perfecto y fantástico.
Estuve casado siete años y ya llevó diez separado pero tengo un hermoso recuerdo de mi matrimonio (indudablemente si me separé es porque no fue tan perfecto), se me dibuja una sonrisa en el rostro cada vez que recuerdos mis años de secundaria y la verdad pasé por las inseguridades y desventuras propias de todo quinceañero, tengo los mejores recuerdos de los trabajos en los que he estado y objetivamente algunos eran bastante mal pagados y/o en otros mis jefes eran francamente insoportables, y así podría continuar con un sinfín de gratas experiencias y felices recuerdos casi como si nunca hubiera tenido días malos cuando lo cierto es que más que días tuve semanas, meses y años difíciles.
¿La mente de todos actúa así? ¿Soy solo yo el que recuerda solamente cosas buenas? ¿Es eso positivo? ¿No será necesario cargar con alguna dosis de tristeza, odio, arrepentimiento o que se yo?
Hoy día estoy un tanto existencialista pero lo interesante es que de seguro en unas semanas más olvidaré estas horas de cuestionamiento y probablemente califique estos días como tranquilos y gratos o de le contrario es factible que tan solo apriete el mental botón “Delete” y elimine mi actual introspección del disco duro.