sábado, 26 de diciembre de 2009

El Altar de Navidad

Por fin se fue Navidad, frase que parece un poco hereje para los fanáticos de estas fechas, pero para mí el paso del 25 de Diciembre es sinónimo de recuperar mi vida, volver a tener tiempo para pensar y para escribir en esta columna que tenía bastante abandonada desde hace algunas semanas. De paso gracias por la preocupación de algunos y los buenos deseos de otros,
Entre mi infancia y mi adolescencia la navidad se celebraba en algún lugar como el de la fotografía. Una hermosa iglesia perfectamente adornada para la ocasión con la presencia de un magnífico coro polifónico que interpretaba canciones de gozo, amor y esperanza. En la iglesia donde asistía para el culto navideño una a una las familias pasaban al altar y unidas daban gracias por las bendiciones recibidas durante el año. Los regalos no importaban por su valor y su objetivo único era compartir alegría y buenos deseos.
Conforme llegué a la adultez y fuí dejando la fé de lado, la celebración navideña se trasladó al ambito familiar. La vispera del 25 era la ocasión para que todos nos reunieramos y cenaramos juntos alegres de volver a encontrarnos. Recuerdo incluso que en alguna época en la que trabajaba en cierta distante ciudad debía soportar casi desde el mediodía los atochamientos en las vías, la dificultad para encontrar pasajes y un largo viaje para llegar a casa, cuestión que se veía de sobra recompensada con el abrazo de mi hijo y mis padres. La cena, humilde o abundante, era seguida de una quieta y larga conversación y la visita de los vecinos con mutuo intercambio de para bienes.
Desde hace ya algunos años trabajo en una importante tienda de uno de los principales centros comerciales del país y desde entonces mi percepción de la fecha ha cambiado radicalmente. Como balance de este año puedo contar casi veinte días trabajando continúo, permaneciendo un mínimo de doce horas diarias en la tienda, dos leves alzas de presión, un coló irritable, unas cien tazas de café, una docena de bebida energizantes, más de cinco mil clientes atendidos, unos cincuenta reclamos por no ser atendidos a tiempo (según ellos pero a quien se le ocurre ir a comprar regalos el 23 de Diciembre y esperar ser atendido en forma expedita), un ciento cicuenta por ciento de cumplimiento de los presupuestos trazados para este fin de año y una docena de palmoteos en la espalda por el trabajo bien hecho.
También ví a gente humilde endeudarse por los siguientes tres años con tasas de interes que rozan la usura con tal de llegar a casa con el regalo prometido, a madres desesperarze porque el sueño de sus hijos se encontraba ya agotado, a otros despóticamente gastando cifras millonarias solo con el objetivo de quedar bien con su circulo social, a otros cediendo a los berrinches de niñas malcriadas que exigían que su regalo fuera el rosado con pintas fucsia aunque este costara el triple que el blanco que cumplía la misma función.
En cuanto a mí tanta, vorágine consumista me ha llevado de un tiempo a esta fecha a entregar obsequios solo a las personas más cercanas y que estos no superen los U$ 20.-, alguno lo consieraran egoismo pero para mi es la forma de abtraerme de la corriente imperante, en la contraparte mis amigos y familia saben bien que no aceptó regalos caros y que valoró sobre todo los hechos manualmente. En lo que respecta a la celebración decidí mandar a mi hijo a pasar la navidad a casa de su madre y que mi madre la pasara junto a unos familiares, yo me serví dos copas de vino junto a un pavo recalentado, luego me tomé un valium (prescripción médica pues sufro de insomnio) me levanté tarde a día siguiente realizé las visitas de rigor, fui con mi ihjo al cine, me reptí la dosis de valium y desperté hace pocas horas por fin descansado, con la tranquilidad de saber que la navidad había pasado y firmemente convencido que el verdadero altar en estas fechas no se encuentra en un humilde pesebre, ni en los atriós de una iglesia, sino que dentro de las atestada paredes de los centros comerciales.
PD: Casi lo olvidaba feliz fin de navidad y los mejores deseos para el 2010.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Sabores con Historia

Cochayuyo y Merquén, eso es lo que se aprecia en la fotografía, dos ingredientes heredados desde la época prehispánica y que han permanecido en la gastronomía chilena hasta nuestro días. El primero es un alga presente en buena parte de nuestras costas y que es usada en guisos y ensaladas, en tanto el Merquén es un ají extremadamente picante fácil de cultivar y que luego de ser deshidratado es utilizado como condimento en toda suerte de preparaciones.
Ambos tienen algo en común: son fáciles de obtener y de preservar, estos elementos han marcado a la mayoría de los principales ingredientes de la tradición gastronómica en cualquier parte del mundo. El cebiche peruano, la paella española, los tamales mexicanos, el sushi japonés, la fejoada brasilera, el hagis escocés, la hamburguesa alemana, por nombrar algunos son platos que han nacido en la más completa y absoluta humildad, usando cereales como el trigo, el arroz o el maíz cultivados en la huerta familiar; peces, mariscos y algas extraídos libremente desde las costas; interiores de animales como el hígado, corazón o estomago que usualmente eran desechados por los patrones de antaño cuando mandaban a faenar un animal. De esa forma con sobras de la comida de otros y aquellos elementos de libre disposición las abuelas de nuestras abuelas crearon platos que fueran nutritivos y económicos a la vez.
Los años han pasado y estas humildes preparaciones, consideradas en alguna época como comida de pobres y menesterosos, se han convertido en algunos casos en platos de la más alta gastronomía a la vez de ser valorados por médicos y nutricionistas que destacan sus cualidades alimenticias por sobre el moderno fast food. ¡Qué sabias fueron entonces nuestras abuelas!, ¡De que maravillosa forma lograron alimentar con poco a numerosas familias! ¡Cuánta dedicación y abnegación hay en estos platos hechos con manos repletas de amor!
Ya no nos internamos en el oleaje buscando el cochayuyo ni cultivamos merquén en una huerta para secarlo durante todo el verano al sol, hoy día fácilmente podemos adquirirlos en cualquier mercado; por otro lado ya no están con nosotros nuestras abuelas indígenas, tampoco nuestras abuelas mestizas que cocinaban para el patrón ni nuestras abuelas campesinas que se preocupaban de alimentar a sus once hijos, pero ya sea siguiendo una receta o comprando un plato en un restaurant podemos saborear su infinito amor, sencillez y sabiduría que de alguna forma siempre las mantendrá a nuestro lado.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Sobrevuelo (Republicación del 17/05/09)

Repetir entradas anteriores puede ser una porque se consideran dignas de ser republicadas o muestra de cierta sequía creativa, en este caso hay algo de ambas. El exceso de trabajo propio de las fechas para quienes trabajamos en comercio me ha impedido abocarme a meditar en la escritura tanto como quisiera y por otro lado hace poco días volví a visitar el lugar que inspiró esta entrada lo que actualiza y revalida las ideas expuestas.

El ave de la fotografía es un pequeño aguilucho de los que abunda en la desembocadura del río Aconcagua en ConCón; su imagen en pleno vuelo mérito absoluto de la cámara con que fue tomada; lo interesante es el fondo, las potencialmente contaminantes torres de la refinería de petróleo de Enap.

El Humedal de ConCón en la desembocadura del río Aconcagua es un lugar en extremo particular no sólo por los cientos de aves marinas que anidad allí deleitando a los ornitólogos aficionados con sus impresionantes coreografías en especial en los atardeceres de verano. Lo especial de este refugio natural es que se encuentra a menos de medio kilómetro de dos empresas que deberían ser altamente contaminantes casi por derecho propio, una es la refinería de petróleo de Enap y la otra es la planta de químicos industriales del gigante alemán de BASF, sin embargo ambas empresas de algunos años a esta parte han hecho un esfuerzo importante en reducir su emisión de contaminantes permitiendo que a pocos metros de ellos tenga lugar la mayor concentración de aves marinas en la zona central de Chile demostrando que industrialización y conservación son perfectamente compatibles en la medida que estado y empresa privada se lo propongan. Pero lamentablemente el Humedal no se encuentra fuera de peligro y su principal contaminación son los desperdicios dejados por sus visitantes.

Usualmente culpamos de la contaminación a las grandes compañías multinacionales que talan NUESTROS bosques, ensucian NUESTRAS aguas y oscurecen NUESTRO cielo, pero se nos olvida NUESTRA responsabilidad en el asunto, lo que nosotros debemos hacer en pro de la ecología y el desarrollo sustentable.

El punto no consiste en acallar nuestra conciencia no arrojando basura a la calle y depositándola en un tacho, eso es una medida básica de educación y no una solución a la contaminación porque sea desde nuestro suelo o desde un contenedor los desperdicios igual terminaran en un vertedero e igualmente en algunos casos tardarán siglos en descomponerse. El remedio consiste sencillamente en generar menos desperdicios.

Privilegiar los encases reciclables y por sobre todo los reutilizables, abandonar el excesivo culto al envase plástico (es necesario comprar todos los meses un nuevo pote de mantequilla si este se puede rellenar con la comprada a granel?) y por sobre todo dejar de pedir bolsas de nylon en cada compra que hacemos, es realmente insólito como en supermercados y multitiendas la gente pide bolsas para transportar cosas que caben en sus bolsillos o que perfectamente pueden ser llevadas en la mano, bolsas que solo minutos después terminan en un tacho de basura.

La actividad industrial y la preservación ecológica deben aprender a coexistir, pero poco importarán los planes descontaminantes de las grandes empresas o los gobiernos si el cambio no ocurre primero en nuestros hábitos cotidianos, así que primer paso DEJE de pedir bolsas plásticas.

Actualización: En los últimos mese se ha ido masificando el uso de bolsas plásticas biodegradables hechas en base al almidón obtenido del maíz, las que se una vez enterradas se consumen en un par de meses. Indudablemente parece la solución a lo antes expuesto, pero hay que detenerse a pensar que su uso a gran escala implicará la necesidad de destinar más terrenos al cultivo de maíz lo que sumado al uso de etanol (obtenido del mismo grano) como biocombustible indudablemnte culminara en la tala de inmenzas hectareás de bosque para ocupar su suelo con fines agrícolas además de un obvio encarecimiento del costo de los alimentos. Creo que cambiar la contaminación por menos hectareas de bosque y escacez de alimento no es un negocio inteligente, la solución sigue siendo volver a la antigua bolsa de género (mil veces reutilizable= y DEJAR de pedir bolsas plásticas.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Un Lugar al que Regresar

Llegó Diciembre junto a él la Navidad y como trabajo en el comercio en esta época los días se me pasan volando entre atender la fiebre consumista de los clientes, reponer los stock de mercadería, coordinar despachos, organiza turnos de trabajo, para regresar rendido a casa, comer algo, dormir un poco e iniciar otro día igual que el anterior. En esta vorágine cuando nuevamente tenga tiempo de descansar sin quedarme dormido al instante y sumirme en mis pensamientos me encontraré ad portas de Enero, para mí el mes más ansiado del año no sólo por la llegada del verano austral sino porque es sinónimo de “merecidas vacaciones”, quince añorados días que justifican un año de esfuerzos.
La elección del destino para pasar las vacaciones siempre ha sido un asunto al que le he dedicado una suma importancia, y creo que más importante que el lugar elegido en sí son las razones para viajar hasta allí.
Cuando contaba quince años me limitaba a acatar, a veces a regañadientes, el lugar elegido por mis padres para vacacionar; ya en los veinte mi principal motivador era un destino en donde la cerveza fuera barata, abundaran los locales nocturnos y la fiesta no tuviera fin; hacia los veinticinco, como es propio a los primeros años de matrimonio, quería descubrir el rincón más romántico del mundo; luego en los treinta, con el mismo matrimonio ahora llegado a brusco fin, sólo quería hallar un refugio donde sanar mis heridas; llegando a los treinta y cinco mi búsqueda estuvo orientada a la aventura y los deportes extremos, quizás como una forma de aferrarse a la juventud que comenzaba a marcharse inexorable.
Mucho he pensado que es lo que me motiva ahora ya casi encima de los cuarenta, indudablemente la principal razón es compartir experiencias y descubrir lugares junto a mi hijo adolescente que tal como lo hiciera yo sólo se limita a aceptar mis en ocasiones alocados planes veraniegos. Pero de alguna forma el verdadero elemento motivador, la verdadera búsqueda, está en construir “futuras nostalgias”, imágenes, vivencias y conversaciones dignas de ser recordadas algún día cuando sean imposibles de repetir, no me refiero a esos viejos videos caseros que los abuelos muestran a sus nietos para demostrarles que sus padres también fueron niños en alguna época, me refiero a esos lugares que quedan grabados no en la mente sino en el alma, aquellos a los sin importar el paso del tiempo se hacen tan parte de uno que siempre dan ganas de regresar. Eso es lo que busco para estas vacaciones un viaje que me lleve a un lugar al que querer regresar.
Tengo medianamente definido mi próximo destino, pero de él de seguro les contaré en los primeros días de Febrero, por ahora les comparto el lugar de la fotografía al que llegué casi por casualidad hace un par de años: se trata de Yumani, un asentamiento aymara ubicado en el costado oriental de la Isla del Sol en medio del Lago Titicaca en el altiplano boliviano. Para llegar hasta allí se debe navegar por más de una hora desde el puerto de Copacabana por las aguas turquesas del ojo de agua andino hasta bordear los rocosos acantilados que coronan el extremo sur de la isla donde es posible contemplar las ruinas de un palacio incaico construido hace más de quinientos años. Luego de bordear los filosos roqueríos por más de media hora se accede a una pequeña playa de no más de ochenta metros de extensión y unos quince de profundidad cubierta de una fina arena blanca con un embarcadero de piedra justo en su centro en el que usualmente recalan vistosas embarcaciones hechas con totora como las que surcaban el Titicaca en la época prehispánica. La arena es seguida por un frondoso prado de un intenso verde luego del cual se alza la suave pendiente de una colina que asciende a la parte alta de la isla coronada de grandes árboles cuyas copas parecieran inclinarse hacia las aguas. En uno de sus extremos, casi oculta entre la floresta, se encuentra una escala de unos cinco metros de ancho construida por los antiguos incas en piedra blanca de cantera con peldaños de regular altura y que sube por la pendiente unos cincuenta metros hasta alcanzar una vertiente enlozada en roca cuyas aguas descienden canturreantes por el costado de los peldaños hasta unirse con el Lago.
Paradojalmente la constante búsqueda de nuevos lugares a los que querer regresar de seguro me impedirá regresar algún día a Yumani, para aunque nunca vuelva a estar allí de alguna forma tampoco nunca he regresado de ese viaje y una buena parte de mí se quedó eternamente sentada en la hierba junto a la fuente del Inca una soleada tarde de verano observando a los tímidos y distraídos comuneros aymaras que llenan sus vasijas de greda con las aguas del manantial, mientras en la pendiente de la colina algunas mujeres se dedican a sus tejidos y otras pastorean algunas cabras. Abajo el Titicaca como un espejo refleja el profundo azul del cielo andino hasta perderse en el horizonte donde parece fusionarse con las cumbres nevadas de Los Andes orientales.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Devoción

Hace algunos días recibí un mail invitándome a participar en un concurso fotográfico patrimonial organizado por la Municipalidad de Valparaíso. Busqué entre mi archivos digitales y encontré está foto que titulé Devoción y la envié para participar en la categoría "Patrimonio humano, inmaterial e intangible".
Fue tomada con ocasión de la Festividad de San Pedro, patrono de los pescadores, que se celebra cada 29 de Junio siendo la principal fiesta costumbrista y religiosa de la ciudad. Pero a pesar del colorido de la celebración en esta ocasión no me quedé con la imagen de San Pedro llevada en procesión por cientos de pequeños botes finamente adornados recorriendo la bahía porteña, tampoco me quedé con las compañías danzantes que llenan de gritos, música y saltos las calles de la ciudad, tampoco me quedé con los mimos, malabaristas y batucadas congregados en los recintos portuarios.
Me quedé con esta humilde mujer que a duras penas se abrió paso en la multitud tan solo para acercarse por unos minutos a contemplar con devoción la imagen de su santo, quizás agradeciéndole los favores recibidos quizás rogándole que prontamente le abra las puertas del cielo. Me quedé con sus andrajosos ropajes, me quedé con sus intensos ojos cafés, me quedé con su pelo enmarañado bajo su gorro de paño, me quedé con su cara curtida por el sol, me quedé con las profundas arrugas que cruzan su piel, me quedé con la enigmática mueca de su boca, me quedé con su serenidad, me quedé con su dejo de tristeza.
No sé si la fotografía logrará algún reconocimiento, tampoco es lo que me motiva al tomarlas, yo simplemente me quedo con su rostro tan callado pero que a la vez me cuenta tantas historias.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Trazos al Carbón

Permítanme contarles algo de Lota, una ciudad sin presente que avanza a paso firme rumbo al pasado como una forma de salvar su futuro.
Los inmensos yacimientos carboníferos presentes en el subsuelo lotino la convirtieron en el motor de la Revolución Industrial en Chile a finales del siglo XIX. De la mano de la extracción minera llegaron los avances tecnológicos: en Lota se instaló la segunda central hidroeléctrica de América latina diseñada por el mismísimo Edison, fue una de las primeras urbes chilenas en contar con alumbrado público, telégrafo, luego teléfono y sala de cine. La aristocrática familia Cousiño Goyenechea, dueña del mineral, construyó mansiones que pudieron ser la envidia de cualquier príncipe europeo y el parque botánico más completo del hemisferio sur en su época. También las duras condiciones de las labores extractivas permitieron que en Lota surgieran los primeros conflictos sociales, los movimientos obreros y las reivindicaciones sindicales.
Luego de más de un siglo de explotación del carbón los lotinos no se dieron cuenta que el mundo había cambiado, quizás por permanecer sus hombres tantas horas bajo tierra horadando la roca y sus mujeres en la iglesia rezando para que sus padres, esposos e hijos regresaran a salvo a casa, recibieron como una inesperada y desagradable sorpresa la noticia del cierre de las operaciones de la mina a mediados de la década del noventa. Conceptos como “elevados costos de extracción”, “búsqueda de fuentes de energía no contaminante” y “actividad laboral de alto riesgo” les resultaban incomprensibles, solo entendían que en la mina aún quedaban miles de toneladas de carbón que podía seguir siendo extraído.
De poco sirvieron los planes de reconversión laboral impulsados por el estado y los incentivos a la instalación de nuevas empresas, el dinero de las indemnizaciones prontamente comenzó a escasear. En ese escenario paulatinamente jóvenes y viejos comenzaron a abandonar la ciudad en busca de nuevos horizontes y Lota pareció condenada a una lenta agonía que de seguro culminaría convirtiéndola en un pueblo fantasma al igual que las abandonadas oficinas salitreras del desierto de Atacama o los campamentos mineros del oeste norteamericano deshabitados una vez finalizada la fiebre del oro.
Algo cambio este sino trágico, quizás fue algún loco turista gringo interesado en vivir por un día la experiencia de internarse en las profundidades del Chiflón de Diablo, el más peligroso pique de la red de túneles que conformaban la mina principal; quizás fue algún excéntrico botánico interesado en recuperar la belleza del parque botánico de la ciudad; quizás fue algún grupo de estudiantes de sociología interesados en explorar la vida en el Chile de finales del siglo XIX.. Sea cual fuere el inicio en algún momento se abrieron los piques, se pintaron de vivos colores los antiguos galpones, se restauraron sus mansiones y se decidió rescatar el una vez glorioso pasado carbonífero.
Los mineros retirados tomaron nuevamente sus trajes olvidados y regresaron a las profundidades de la tierra ahora como guías turísticos mostrando a los visitantes las duras condiciones en que trabajaron ellos, sus padres y sus abuelos. Los jóvenes comenzaron a vestir trajes de la época victoriana, como la chica de la fotografía, con los que actualmente muestran a los turistas las bellezas y excentricidades de mansiones y jardines señoriales. De paso se reabrieron los restaurantes que recuperaron los menús olvidados hace casi un siglo y los hoteles adornados de mobiliario belle epoque.
Visitar Lota es regresar por un momento al pasado, contemplarlo como si se estuviera en un gigantesco museo viviente, aprender de él, de nuestros aciertos, de nuestros abusos, de cómo se explotó sin piedad no solo los yacimientos sino por sobre todo a los hombres que trabajaban en ellos, de cómo permitimos que muchos vivieran en la más completa miseria mientras unos pocos llevaban una vida de reyes, pero también aprender de las ilusiones de hombres que solo buscaban que sus hijos tuvieran un futuro diferente y mujeres que solo añoraban ver llegar a sus hombres cada atardecer.
Lota parece pintada en trazos de carboncillo, en blanco y negro sin matices, llena de imperfecciones, pero allí radica su belleza, y de seguro seguirá explotando su pasado por los siguientes diez mil años hasta que el carbón bajo ella termine de convertirse en diamantes.

Al abuelo que no conocí porque un día trastabilló en un embarcadero con noventa kilos de carbón en su espalda; a la tía que no conocí porque la vida se le fue en la cama de un insalubre galpón consumida por una difteria, tuberculosis o fiebre tifoidea mal diagnosticada; a la abuela que no conocí porque tanto sufrimiento terminó por llevarse su cordura y después su vida; al padre que si muy bien conocí y amé, el que a los diez años se internó por primera vez en las profundidades de la tierra, el que emigró en busca de nuevos horizontes, el que logró cambiar su suerte y el que por alguna razón misteriosa hasta el último instante de vida soñó con regresar algún día a Lota.

martes, 10 de noviembre de 2009

Duna

Una de las cosas que me encanta de la primavera es poder planificar alguna salida al aire libre para los días de descanso laboral y no destinarlos exclusivamente a ver algunos cuantos discos de películas como suelo hacerlo en invierno, cuestión que de seguro no debe ser del gusto del casero de mi video club habitual. Hace sólo un par de semanas, en vísperas de un fin de semana libre, le consulté a un colega que pensaba hacer en los siguientes días y me contestó que esperaba ir a elevar volantines (nombre que en Chile damos a los cometas) a lo que “quedaba de las dunas de Con Con”.
El campo de dunas de Con Con es una seguidilla de médanos que se extienden entre esta localidad y el balneario de Reñaca en el litoral central de Chile. Recuerdo haberlo conocido cuando era un niño de pocos años acompañando a mis padres, inmediatamente me impresionó ver tanta arena junta y los extraños dibujos que el viento hacía en ella. En mi óptica infantil imaginaba estar en medio del desierto del Sahara porque internándose solo un poco entre las dunas se perdía todo punto de orientación y daba la sensación de estar en el centro de un mar de arena. Lo más entretenido era arrojarse rodando desde los montículos más altos, en especial de aquellos que finalizaban en las playas cercanas.
En algún momento alguien decidió que ahorrar veinte minutos de viaje entre Reñaca y Con Con era razón más que valedera para instalar una carretera en medio de las dunas. Como era de suponer, junto con el asfalto y el tráfico automovilístico, los envases de botellas vacías, las bolsas plásticas y los papeles también lograron abrirse camino hasta las mismas entrañas del campo dunar, pero al menos tan solo ocupaban unos pocos centímetros a la vera del camino peores cosas estaban por ocurrir.
Recuerdan la parábola bíblica del hombre necio que construyó su casa en la arena y que cuando vinieron las lluvias esta se derrumbo en contraparte al hombre sabio que construyó su casa en la roca y esta resistió todas las inclemencias climáticas. Pues bien supongo que la parábola en cuestión no consideró una tercera opción: la del hombre igualmente necio pero que dotado de una retroexcavadora y estudios de geología decidió remover toneladas de arena hasta alcanzar la roca viva y sobre ella construir un edificio de varios pisos de altura que luego vendió a un elevado precio (quizás después de todo no era tan necio).
En Chile siempre reaccionamos tarde, le dimos el premio nacional de literatura a Neruda cuando este ya había ganado el Nobel, reconocimos el talento de Claudio Arrau o Isabel Allende cuando estos ya se habían nacionalizado estadounidenses, y declaramos como Santuario de la Naturaleza al Campo Dunar de Con Con cuando ya era bastante poco lo que quedaba por preservar.
Actualmente el referido santuario natural son solo unas cuantas dunas atrapadas en el medio de lujosos condominios, casi como si fueran el patio trasero de estos. Irónicamente hablando ya es imposible perderse entre los médanos porque siempre estará a la vista alguna torre de treinta pisos de altura para orientarnos.
Cuantas dunas más removeremos considerándolas tan sólo arena, cuantos humedales secaremos viéndolos como inútiles pantanos, cuantos glaciares trasladaremos por ser únicamente hielo, lamentablemente la respuesta aún está en espera.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Justicia Non Ciega

Chile tiene un largo listado de estatuas y relieves curiosos. Esta el caso de un escudo patrio presente en el Palacio de Gobierno que en lugar de tener nuestros animales tutelares custodiando el blasón presenta los del imperio británico; también la estatua de un caudillo mapuche que combatió a los conquistadores españoles representado con el tocado de un indio apache norteamericano; pero uno de los que más llama la atención es esta representación de la diosa Themis, la Justicia.
Desde la antigüedad clásica la Justicia es representada como una mujer de toga con los ojos vendados sosteniendo una balanza en una mano y una espada desenvainada en la otra, sin embargo esta “Justicia” ubicada fuera del Palacio de los Tribunales en Valparaíso tiene su vista descubierta, apoya con desidia la espada en su hombro mientras los platillos de su balanza cuelgan de su mano derecha, como si fuera poco tiene su mano izquierda apoyada en jarra en su cintura con una mezcla de prepotencia y coquetería.
Explicaciones al origen de esta representación hay muchas: algunos señalan que fue pensada como una forma de ejemplificar que la verdadera justicia se encuentra únicamente en el interior de los tribunales; otros señalan que fue donada en venganza por un influyente ciudadano extranjero a quien los tribunales porteños le habían sido adversos; la versión más verosímil señala que luego que el intendente Francisco Echaurren la mandara a forjar a Italia en 1877 su sucesor no quiso respetar el precio acordado por lo que el artista decidió vengarse dando esta actitud a la estatua.
Lo cierto es que más allá de los orígenes está estatua resulta ser mucho más realista que la representación clásica, y es que la justicia o los tribunales hace mucho tiempo que dejaron de ser ciegos, si es que alguna vez lo fueron, siempre se evalúa quien es el involucrado y las repercusiones políticas que un fallo pueda tener; la espada no siempre se emplea con la eficacia necesaria pues buena parte de las penas son o irrisorias o desproporcionadas, es así como una vecina que no limpió su césped debe pasar un fin de semana en la penitenciaria y un narcotraficante es dejado en libertad vigilada por no existir “pruebas concluyentes”; que decir de la balanza ya que está se inclina siempre hacia el más poderoso.
No estoy diciendo que todos los jueces y funcionarios del poder judicial sean unos corruptos, por el contrario quiero creer que en su gran mayoría son gentes honestas comprometidas con su labor, el problema es que con el sin número de leyes, modificaciones, excepciones, precedentes, artículos y un sinfín de tecnicismos legales el resultado de un juicio siempre se inclinara a favor de quien tenga al mejor abogado de su lado y esto usualmente es directamente proporcional con el poder adquisitivo con el que se cuente. Es cierto también que en toda democracia moderna el estado provee de un defensor a quien no pueda costearse uno, pero estos normalmente son jóvenes inexpertos recién egresados de la escuela de leyes, verdaderas palomas incapaces de enfrentarse a los experimentados gavilanes de los estudios jurídicos corporativos.
Durante el oscurantismo del Medievo muchos asuntos se dejaban al “Juicio de Dios”, cada parte en conflicto era representada por un campeón que se enfrentaba en una dura batalla con el campeón de su oponente, el que resultaba victorioso (en otras palabras el que sobrevivía) lo había sido por contar con el favor divino por lo que su causa era la justa y el juicio se definía a su favor. En esa lógica era bastante sencillo el mancillar, denostar, humillar y robar a otros siempre y cuando se contara con un mercenario con años de experiencia en combate al servicio personal.
Nuestro actual sistema de justicia no es tan distinto, en lugar de campeones somos representados por abogados los que en vez de armas se enfrentan con afilados oficios, mortales apelaciones y punzantes solicitudes de no innovar. En la actual lógica no se trata de tener o no la razón sino de poder contratar al mejor defensor jurídico para que este logre que se haga “justicia”.
Mirando bien la estatua me parece entenderla, se cansó de la situación, agarró su espada y su balanza, se quitó la venda para ver por donde largarse y ahora está mano en la cintura esperando un taxi que la lleve a algún sitio donde se le haga honor a su nombre.

sábado, 31 de octubre de 2009

La Ciudad

Calle Nueva York en el mismísimo centro de la ciudad de Santiago capital de Chile. Sobre ella más de un millón de partículas contaminantes forman una capa de smog que convierte a la urbe en una de las más contaminadas del continente; a su costado en el edificio de la Bolsa de Valores se mueven diariamente millones de dólares en acciones; y a pocos metros, en el Paseo Ahumada, a diario más de dos millones de personas transitan entre empujones rumbo a sus trabajos.
Además de su mal humor, su ritmo acelerado y su estrés constante, una de las cosas que más me llama la atención de los habitantes de Santiago es su aparente falta de pertenencia hacia su ciudad. La gran mayoría rehúsa considerarse “santiaguino”, se observan a sí mismos como una especie de inmigrantes internos oriundos de otras ciudades y obligados a permanecer en la capital por razones laborales, de estudio o económicas, esperando cada ocasión posible para huir por algunos días al litoral próximo y soñando con poder algún día, ya finalizada su vida laboral, cambiar su departamento en los suburbios por una casa en algún pueblo de provincia.
Quizás no se han dado cuenta que ellos mismos son la ciudad y que la llevan bajo su piel de la misma forma que Santiago lleva el tren subterráneo bajo sus calles. Es donde han crecido, es donde han construidos sus vidas y es a lo que pertenecen, huir de ella es imposible como bien lo expresó el poeta griego Constantino Cavafis en sus versos destinados a Alejandría y que bien aplica para cualquier gran metrópolis contemporánea.

“Dices: Iré a otra tierra, y hacia otro mar
Y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
Y muere mi corazón lo mismo que mis pensamientos
En esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos
Sólo veo las oscuras ruinas de mi vida
Y los muchos años que aquí pasé o destruí.

No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre.
Volverás a las mismas calles.
Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
En la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad es siempre la misma.
Otra no busques – no la hay –
Ni camino ni barcos para ti.
La vida que aquí perdiste
La has destruido en toda la tierra.”

La Ciudad (Constantino Cavafis)

sábado, 24 de octubre de 2009

Ausencia de Angeles

En cierta ocasión alguien me comentó que en el presente blog utilizaba las fotografías como un pretexto literario y hoy aquello es más cierto que nunca porque la imagen, que corresponde a la hermosa Iglesia San Marcos de la ciudad de Arica y que como dato general les contaré fue construida por el mismísimo Gustavo Eiffel, es solo un pretexto para profundizar en otra reflexión.
Los últimos días de Agosto recién pasado en esta iglesia se oficio una misa por el descanso de nueve adolescentes alumnas del Colegio Cumbres fallecidas en un accidente de tránsito en la pre cordillera durante un viaje de estudios un año antes.
El “Cumbres” es uno de los más exclusivos colegios del sector oriente de la ciudad de Santiago, de fuerte orientación católica y ligado a los Legionarios de Cristo. Sus alumnos pertenecen a familias de un alto nivel socio económico entre las que se cuentan la de poderosos empresarios, renombrados políticos, y algunos de los más destacados abogados, médicos y arquitectos del país, todos ellos usualmente ligados a la derecha política más conservadora y pertenecientes a influyentes grupos religiosos como los mencionados Legionarios o el Opus Dei.
Como parte de su labor misionera cada año los jóvenes que cursan el segundo año de secundaria realizan un viaje de estudios en donde llevan a cabo labores sociales en localidades rurales sumidas en la extrema pobreza. Con esta idea un grupo de jovencitas visitó las comunidades indígenas que habitan la Cordillera de la región de Arica. Ya una vez de regreso el autobús que las transportaba desde las alturas andinas al aeropuerto ariqueño se desbarrancó en una curva del zigzagueante camino dejando un reguero de nueve adolescentes muertas y medio centenar gravemente heridas.
El accidente conmovió por completo a la nación, resultaba estremecedor enterarse de la muerte de unas muchachas con todo el futuro por delante. Inmediatamente los periódicos y la televisión se hicieron cargo de la noticia y el gobierno dispuso de un avión militar que transportara a los familiares al norte del país y que luego retornara los cuerpos de las fallecidas a Santiago.
La atención mediática dada a la tragedia despertó también algunas voces opositoras que argumentaban, creo que con justa razón, que si el accidente lo hubieran protagonizado humildes hijos de trabajadores obreros de seguro no se le hubiera dado tanta cobertura por parte de la prensa. Incluso hubo quienes encontraron cierto grado de “justicia” en lo ocurrido como si aquellos que parecen tenerlo todo debieran necesariamente conocer también lo que es el sufrimiento.
Más allá de las consideraciones de muchos me llamó la atención la forma en que estas familias, como ya señalé profundamente católicas, asumieron la noticia. Más de alguno la consideró casi una penitencia, una suerte de incuestionable voluntad divina contra la cual no cabían los reclamos, un dolor que debía ser manejado con un estoicismo propio de los santos. El mayor consuelo para ellos era saber que ahora sus familias contaban con una hermosa ángel que los cuidaría de ahí en adelante.
Respeto profundamente sus creencias y también la forma de llevar su dolor, pero creo que en ocasiones, en especial como estas, es necesario, es prudente y es entendible quebrarse por completo, derrumbarse, enloquecer, llorar hasta que no queden lágrimas, mostrarse débil, renegar, maldecir, cuestionar y de alguna u otra forma liberar aquel tremendo dolor sin lugar a dudas imposible de describir. Supongo que esa explosión de humanidad es la que nos permite sobrellevar el luto y hacer un necesario y sanador, en la medida de lo posible, duelo.
Si es que existen los ángeles el cielo está lleno de ellos, por eso mismo estas celestiales criaturas son más necesarias en la tierra junto a nosotros cambiando nuestro mundo. Algunos podrán encontrar consuelo con la existencia de nuevos ángeles en las alturas, otros en cambio preferimos lamentar la ausencia de estos ángeles acá en la tierra.

martes, 20 de octubre de 2009

Tatatela o Pintando la Oscuridad


Pocos día atrás me encontraba, como es habitual, tomando fotografías de Valparaíso y en una esquina me topé con un simpático muchacho que aprovechaba las luces rojas de un semáforo para ganarse alguna propina entreteniendo a los automovilistas haciendo malabarismos con tres antorchas encendidas.
Consideré la situación una ocasión perfecta para capturar algunas escenas urbanas costumbristas pues ya se ha hecho una tradición, casi parte de nuestro folklore, el que en nuestras ciudades un buen número de jóvenes, especialmente estudiantes de artes escénicas, se ganen la vida realizando actos circenses en la vía pública.
Lo oscuro de la locación, el destello del fuego en la penumbra, la rapidez de movimiento del malabarista y las luces de los autos que circulaban en sentido contrario significaron un duro reto para mí cámara y debí pasar varios minutos ajustando el enfoque, controlando el obturador, abriendo o cerrando el diafragma y una serie de otros tecnicismos que no son lo medular en estas líneas.
El punto es que sin darme cuenta no fue una o dos sino veinte o treinta luces rojas del semáforo con sus respectivas presentaciones artísticas las que estuve fotografiando y en la misma medida que me fui absorbiendo y abstrayendo en la captura de imágenes comencé a literalmente alucinar con los acrobáticos movimientos (y puedo asegurarles que no suelo consumir ninguna sustancia alteradora de conciencia).
La cámara congelaba el destello de las flamas de las antorchas hechas girar, arrojadas al aire y luego recogidas. Estos destellos parecían verdaderos trazos de luz en medio de la oscuridad. Por un momento me pareció contemplar a un alocado pintor expresionista lanzando furiosas pinceladas sobre su lienzo, o a un vehemente director de orquesta dirigiendo con su batuta algún concierto de Rachmaninov, o quizás a un psicodélico Sid Barret componiendo los acordes que luego plasmaría en las primeras canciones de Pink Floyd, o tal vez a un anciano caligrafista japonés dibujando sus exquisitas letras con una pluma luminosa.
Mientras me encontraba absorto en mis alucinaciones el protagonista de mis fotografías se me acercó y con voz cálida y alegre me dijo: “le pido por favor que me envía las fotos que salgan más linda a mi mail, mi correo es tatatela@etc,etc,etc”. En ese momento volví al mundo real y me di cuenta que me encontraba tan solo observando el arte circense de un muchacho sencillo que solo pretendía entretener, ganando algún dinero en el proceso, a un grupo de cansados automovilistas en medio de su retorno a casa luego del trabajo, los mismos que tan solo en un par de calles más olvidarían por completo el espectáculo observado.
Intenté enviarle las fotos vía mail pero el correo me arrojó dirección errónea, tampoco lo he vuelto a encontrar en la misma esquina de las avenidas Argentina y Errazuriz.
No sé si algún día podrá ver las fotos que le tomé ni qué impresión le causarán, de lo que si estoy seguro es que ni siquiera sospecha el exquisito instante de delirante alucinación que me obsequió.

jueves, 15 de octubre de 2009

Claro de Luna

Hace algunos meses me interné en las profundidades de la Cordillera de Nahuelbuta con la idea de tener durante el día un estrecho contacto con la naturaleza en estado casi virginal y por las noches el que mi hijo pudiera contemplar el maravilloso espectáculo de un cielo completamente estrellado usualmente oculto para sus ojos por la contaminación lumínica de nuestras ciudades. Lamentablemente unas porfiadas nubes y una rabiosa Luna llena nos obligaron a dejar la vista de las constelaciones para otra ocasión. Aún así la naturaleza nos regaló el magnífico espectáculo ofrecido por los rayos lunares descendiendo en medio de los bosques, perfectamente plateados y tan delicados que es imposible captarlos con una cámara fotográfica.
No sé ustedes pero en mi caso la acción de la naturaleza incide directamente en mis estados de ánimo. Las soleadas mañanas primaverales me energizan, los días de lluvia copiosa me sosiegan, las puestas de sol en verano me evocan romanticismo, y los preciosos claros de Luna me provocan una extraña sensación de nostalgia, una suerte de tranquila tristeza o dulce melancolía, y al parecer no soy el único.
El escritor Edmond Rostand decidió que fuera en un “Claro de Luna” que el Cyrano encontrara la muerte mientras la misma pálida luz iluminaba las lagrimas de su amada prima Roxana quien ya demasiado tarde había descubierto quien era el verdadero autor de las letras de las que se enamoró.
Como “Claro de Luna” es comúnmente conocida la hermosa Sonata 14 en Do# de Beethoven compuesta en medio de la tristeza de verse privado del amor de Constantina Gullietta Guicciardi por razones sencillamente sociales además de comenzar a sobrellevar su sordera. Según la tradición en el primer movimiento describe calmo su amor platónico, en el segundo describe sus encuentros y en el tercero libera toda su melancolía con una vehemencia casi inusitada.
“Claro de Luna” también se llama el cuento de Guy de Maupassant en donde el testarudo cura Marignan descubre en una visión bajo la plateada luz lunar el verdadero significado del amor romántico.
Casi cien años después de que lo hiciera Beethoven el compositor francés Claude Debussy bautizó como “Claire de Lune” a una de las obras de su soñadora juventud y aunque deseo que está no se publicará por encontrarla demasiado triste y melancólica terminó convirtiéndose hasta la fecha en su creación más reconocida.
Finalmente en 1974 el cantautor cubano Silvio Rodríguez dio un respiro a sus cantos a la revolución y en contra del imperialismo para componer “En el Claro de la Luna”, una de sus más delicadas melodías y una de sus poesías mejor lograda.
De más está decir que la presente entrada la reflexione fumando un cigarrillo bajo la melancólica luz de un claro lunar y como sería largo transcribir las obras de Rostand o Maupassant y las bellas melodías de Beethoven y Debussy son imposibles de traspasar a letras les dejo los versos de Silvio.

“En el Claro de la Luna donde quiero ir a jugar
Duerme la Reina Fortuna que tendrá que madrugar.

Mi guardiana de la suerte, sueña cercada de flor,
Que me salvas de la muerte con fortuna en el amor.

Sueña, talismán querido, sueña mi abeja y su edad;
Sueña y si lo he merecido sueña mi felicidad.

Sueña caballos cerreros, suéñame el viento del sur,
Sueña un tiempo de aguaceros en el valle de la luz.

Sueña lo que hago y no digo, sueña en plena libertad,
Sueña que hay días en que vivo, sueña lo que hay que callar.

Entre las luces más bellas duerme intranquilo mi amor
Porque en su sueño de estrellas mi paso en tierra es dolor.

Mas si yo pudiera serle miel de abeja en vez de sal.
¿A qué tentarle la suerte que valiera su soñar?

Suéñeme, pues, cataclismo, sueñe golpe largo y sed,
Sueñe todos los abismos que de otra vida no sé.

Sueñe lo que hago y no digo, sueñe en plena libertad,
Sueñe que hay días en que vivo, sueñe lo que hay que callar.


Sueñe la talla del día, -del día del que fui y del que soy-
Que el de mañana alma mí lo tengo soñado hoy.”

sábado, 10 de octubre de 2009

Londres 38 (Republicación del 16/05)

Tan solo la puerta de una casa antigua con un número en su costado, Londres 38 no pasa de ser una dirección más en medio del antiguo barrio Paris-Londres a pasos de la Iglesia San Francisco en pleno centro de Santiago, pero hay mucho detrás de esta simple trozo de madera.
Luego del golpe militar de 1973 la antigua casa de Londres 38 fue usada durante un año como centro de detención por la Dina (Dirección Nacional de Inteligencia). En este lugar eran "interrogadas" aquellas personas supuestamente participes de planes subversivos en contra del recientemente instalado gobierno militar. Estos interrogatorios consistían en torturar a los detenidos, usualmente aplicándoles electricidad, hasta que entregaran la información buscada por la Dina, muchos de ellos no sobrevivieron la "experiencia" y aún persiste un centenar de personas que entraron forzados por esa puerta y hasta el día de hoy, más de veinticinco años después, no se sabe dónde o de qué forma fueron ocultados sus cuerpos.
Pero mi reflexión no gira en torno a las atrocidades cometidas allí, con los años ya de sobra denunciadas, sino que tratar de entender cuál es la lógica detrás del torturador, detrás de quien da la orden de que esta sea ejecutada. Esa lógica no es otra que la que el supuesto bienestar de la patria estaba por sobre las vidas y los derechos de algunos pocos, en otras palabras la maquiavélica doctrina de que "el fin justifica los medios".
La pregunta es cuanta veces justificamos lo injustificable en nuestra vida diaria utilizando eufemismos como mentira piadosa, mal necesario o el sofisticado daño colateral?. Cuando el fin es proteger a nuestros hijos es justificable violar su privacidad? para afianzar nuestra posición en la empresa donde trabajamos se justifica exagerar más allá de lo prudente nuestros meritos y hacer notar los defectos de nuestros colegas? mentir a nuestra pareja para que "no sufra" es necesario? y así incluso en las situaciones más insignificantes solemos caer en la misma lógica de quienes establecieron los protocolos de la Dina.
Lugares como Londres 38 en el pasado o Guantánamo en la actualidad nos deben recordar que no importa cuál sea la situación o su contexto "el fin no puede justificar los medios".

lunes, 5 de octubre de 2009

Raices

Hace unos cuantos años un fuerte temporal de viento derribó un añoso ciprés que coronaba el centro de la Plaza de Armas de la ciudad de Quillota. En lugar de ser convertido en leña un tallador local lo transformó en una interesante escultura alegórica a la agricultura, principal actividad económica de la zona, en donde la figura central está construida con las mismas raíces del gigante caído.
Observando esta fotografía tomada hace ya algún tiempo no pude dejar de pensar en mis propias raíces y en ese ir y venir mental propio de las mentes desordenadas recordé un proyecto de ley que actualmente se discute en nuestro congreso que busca el que cada ciudadano pueda elegir cuál de sus apellidos, paterno o materno, sea el prioritario y por consiguiente el usado para todo fin de identificación. Sé que a muchos esta discusión puede parecer irrelevante y hasta anacrónica pero permítanme contextualizar el hecho de que hace tan sólo una década en Chile todavía existía una marcada diferencia en términos de derechos entre los hijos nacidos dentro de un matrimonio legalmente constituido, legítimos, los nacidos fuera del matrimonio, ilegítimos, y los no reconocidos por el padre, naturales. Como algo hemos avanzado, desde el gobierno de Ricardo Lagos y reformas constitucionales mediante en nuestro país actualmente se garantiza la igualdad de derechos de cuna y obra y gracia de las pruebas de ADN todo menor debe llevar el apellido de su padre quiéralo este o no.
Volviendo al punto central la mencionada iniciativa parlamentaria despertó mucho más polvareda de la que se podría suponer. Los sectores más conservadores se opusieron tenazmente alegando que el uso en primer término del apellido paterno es parte de nuestra tradición republicana la que se basa y condice con los usos de los colonizadores españoles y las costumbres de nuestros pueblos originarios, cuestión que es cierta. Por contraparte los sectores más progresistas señalaron que cada individuo tiene el derecho a elegir libremente aquellos elementos que constituyen su identidad y que priorizar el apellido paterno por sobre el materno es una discriminación por género, cuestión que también es cierta. Como es lógico suponer no ha habido acuerdo y el proyecto de ley permanecerá en discusión eternamente como siempre ocurre.
Más allá de los enunciados de nuestros “honorables” diputados, en mi opinión si el nombre define la identidad el apellido define la procedencia, la raíz de la cual somos originarios. En mi caso llevo orgulloso el apellido de mi padre que sin ser de alta alcurnia es el de un hombre honesto, trabajador y esforzado que hasta sus últimos días siempre estuvo manifiestamente preocupado por mí. En él están mis raíces, de él heredé buena parte de mis virtudes y también mis defectos; lo que soy, mucho o poco, se lo debo a él, aunque no puedo dejar de aclarar que no por lo anterior menosprecio el aporte de mi querida madre.
Pero esa es mi experiencia, lo que a mí me tocó vivir, porque igualmente conozco decenas de casos de personas que nunca tuvieron una imagen paterna sino que fueron sus madres las que debieron asumir el rol de ambos padre y madre a la vez, o esa imagen fue encontrada en la figura de un padrastro, un tío o un abuelo. Porque entonces estás personas deben verse obligadas a rendir honra con su apellido a alguien al que en muchos casos ni siquiera conocen y a quien poco o nada le deben.
Los apellidos más que un origen genético o biológico deberían implicar pertenencia, fundación, cimiento, por consiguiente no necesariamente deben estar con quien nos procreó sino más bien deberían estar con nuestras verdaderas raíces, las de afecto, educación y esa hermosa y compleja palabra llamada crianza.
Luis Santibáñez Miranda.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Cardonal

En una época de compras por internet y pedidos a domicilio, en la que las plazas y parques del siglo XXI son los gigantescos centros comerciales con aire climatizado, música ambiental y estacionamiento de varios niveles, los pequeños almacenes de barrio, las carnicerías, modestas verdulerías y panaderías parecen condenados a la extinción. En este contexto me llama felizmente la atención que una institución permanezca casi inalterable desde la antigüedad clásica, pasando por el Medievo, el renacimiento y los tiempos modernos, hasta nuestros días. Se trata de los Mercados, aquellos lugares de venta de toda clase de productos, especialmente alimentos, presentes prácticamente en cada ciudad del orbe y sin señas de decadencia o verse afectados por la modernidad.
¿Cuál es la esencia de los mercados que les permite resistir el paso del tiempo? ¿Por qué siguen siendo un lugar tan fascinante y preferido para realizar las compras periódicas? Definitivamente no es sólo por un aspecto económico ya que no necesariamente sus precios son los más módicos, tampoco es exclusivamente por su contexto folklórico y típico porque mal que mal más grandes o más pequeños todos son prácticamente similares.
Como visitante esporádico del “Cardonal”, el más emblemático mercado de abastos de Valparaíso, me atrevo a conjeturar que su vigencia se debe a que comprar en ellos es una experiencia que definitivamente ocupa y consume los cinco sentidos.
Primero nuestros ojos se encandilan con los colores de los puestos de frutas y verduras; rojos, amarillos y verdes tan intensos que ya bien Sorolla o Renoir se los hubieran querido tener en sus pinturas. Luego nuestros oídos acostumbrados a la insípida música ambiental de los Shoping Center parecieran saturarse con los gritos de los feriantes ofertando a viva voz y de forma cada vez más original sus productos acompañados del incesante rumor de voces, cientos de voces comunicándose, tranzando, conociéndose.
Quien se da un verdadero banquete es nuestra nariz y es que la verdadera prueba para conocer las cualidades de nuestro olfato no está en distinguir el bouquet de uno u otro vino, o diferenciar entre tal o cual perfume. Podemos preciarnos de tener un agudo olfato si ante un puesto de especias y esencias somos capaces de distinguir entre los intensos aromas de la pimienta negra, la nuez moscada, el azafrán, la vainilla, la canela y cuanto condimento exista.
El gusto no se queda atrás porque para comprar un buen queso, fresco o maduro, un puñado de exquisitas aceitunas o un corte de jamón es necesario degustarlos y en un mercado se encuentran algunos de las mejores delicatesen junto a estupendo restaurantes o cocinerías de corte tradicional.
Finalmente el tacto pasa a ser indispensable para hacer una buena compra y es que solo tanteando se puede elegir la mejor sandía o se puede saber si ciertos tomates están aptos para una deliciosa ensalada acompañada de cebollas o para preparar una sabrosa salsa boloñesa.
No sé donde realicen sus compras habitualmente pero si no lo han hecho les recomiendo visitar el mercado que les sea más próximo. En cuanto a mí debo dejarlos porque esta escritura me ha despertado el apetito.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Cuestión de Fe

Siempre he encontrado los motivos religiosos “fotográficamente” interesantes, en especial esos antiguos vitrales y relieves que suelen adornar las paredes, cornisas y ventanales de las catedrales. No es necesariamente por una cuestión de fe y es que no sólo los creyentes devotos pueden admirar y conmoverse con las pinturas de la Capilla Sixtina, los escritos de Santo Tomas, el Ave María de Mozart o el Aleluya de Haendel. Pero no es menos cierto que el mundo eclesiástico en alguna época me fue especialmente cercano.
Me crié al interior de una conservadora familia protestante. De niño cada noche encomendaba mi alma al creador de rodillas a los pies de mi cama y asentía con un amén cada vehemente frase de nuestro pastor en los imperdibles cultos del día domingo. Alcanzada la adolescencia mis héroes eran Guillermo Carey, primer predicador bautista en viajar a la India y padre de las misiones modernas, y Natanael Saint, misionero asesinado en el Amazonas ecuatoriano por los mismos indios Aucas a los que pretendía evangelizar. Luego aprendí a tocar piano motivado únicamente por poder interpretar los sentidos acordes de la música Gospel norteamericana e incluso pensé seriamente en estudiar teología.
No recuerdo porqué razón ni en qué momento ya perdido en el paso de los años vividos, para bien o para mal, para salvación o condenación, sencillamente dejé de creer.

domingo, 20 de septiembre de 2009

En Camino

Recuerdo con especial cariño a Oscar Otárola, mi profesor de filosofía en mis años de secundaria, recuerdo sus debates en los que buscaba adentrar en las profundidades del pensamiento a un grupo de desordenados estudiantes cuya idea más elaborada hasta ese entonces había sido como conseguir pedir permiso a sus padres para asistir a la fiesta del fin de semana. Recuerdo en particular dos interesantes discusiones sobre qué cosas en nuestra vida cotidiana constituían una “causa y/o un efecto” y cuales podían ser determinadas como “un fin o un medio”.
En buena parte de mi vida consideré a los caminos, sean estos literales o simbólicos, tan sólo un medio para alcanzar un fin, una vía conducente a un lugar, una forma de obtener un resultado, un recorrido que alcanzaba su valor tan sólo una vez completado. Hace casi exactamente una década atrás me encontraba atravesando una época particularmente difícil, desempleado, sin dinero y con un matrimonio hecho trizas hacía poco. En aquellas poco gratas noches en las que el insomnio era una constante mis más leales compañeros eran el café y el tabaco, por lo mismo no era extraño que a altas horas de la madrugada me encontrara con que acababa de fumar el último cigarrillo de la cajetilla, en dichas circunstancias mi única alternativa era realizar una caminata de más de media hora hasta una estación de venta de combustible donde podía comprar mis ansiados Marlboro o Lucky Strike. A poco andar me di cuenta que no eran unos pocos más o menos miligramos de nicotina los que me calmaban, los que me hacían ver las cosas con mayor claridad y finalmente conciliar el sueño, sino que era en sí la caminata en compañía tan sólo de mis pensamientos escuchando a lo sumo el ladrido de un par de perros lo que resultaba terapéutico.
Supongo que desde aquellos años que he aprendido a disfrutar los caminos sin siquiera importarme a donde conducen, deleitándome sencillamente en el hecho de recorrerlos, aprovechando cada instante de caminata para depurar pensamientos. Es interesante cuantas ideas se pueden obtener usando el supuesto “tiempo perdido” en nuestros desplazamientos de la casa al trabajo o cuantos detalles pueden observarse en el camino que se recorre yendo al mercado.
De igual forma he aprendido a valorar aquellos caminos simbólicos, esos procesos que nos permiten obtener un resultado, a veces incluso sin lograr alcanzar las metas propuestas pero encontrando un alto grado de crecimiento personal en la senda recorrida. A fin de cuentas nos encontramos permanente “en camino” y cuando llegamos a algún lugar únicamente es para iniciar un nuevo viaje.
Tan sólo como dato informativo les contaré que el camino de la fotografía atraviesa entre campos y barrancas el extremo norte de la Isla del Sol en medio del Titicaca boliviano y finaliza en un conjunto de ruinas prehispánicas conocidas como el laberinto de Chikana, pero si algún día lo recorren no esperen llegar hasta el final para disfrutarlo.

martes, 15 de septiembre de 2009

Rapaz

El protagonista de la fotografía es un joven Aguilucho posado en lo alto de una de las miles de Araucarias de la Cordillera de Nahuelbuta. Excúsenme que no les dé los correspondientes nombres científicos pero desde niño que aquellas denominaciones en latín me recuerdan algunos jocosos capítulos del Coyote y el Correcaminos.
Algo tienen las aves rapaces que a lo largo de la historia se han convertido en un símbolo tan representativo del poder como lo son las cruces o las medias lunas en el contexto religioso. Fue siguiendo el emblema de un águila que las legiones romanas conquistaron las Galias, Hispania, el norte de África y Oriente Medio; reyes, duques y barones del Medievo solían incluir halcones en sus escudos de armas usualmente acompañados de leones o dragones, sus símiles entre los mamíferos y las criaturas mitológicas. El asunto no se limita a Europa porque también en América el águila fue un animal totémico para los aztecas y las tribus de las grandes praderas así como el cóndor para el mundo andino; estas aves también estuvieron presentes en la iconografía de emperadores orientales, emires árabes y reyes tribales africanos. Hacia la edad moderna fueron insignias de batalla de los ejércitos al servicio de los Imperios Coloniales y luego de las naciones que lograron su independencia de estos.
Su analogía con el poder continúa hasta nuestros días, no en vano fue delante de la imagen de un águila calva que se anunciaron las invasiones de Afganistán e Irak, y han pasado a formar parte de los emblemas corporativos de bancos y farmacéuticas transnacionales que en una época globalizada han heredado de imperios, reinos y naciones el control del orbe.
El porqué de esta devoción por las aves rapaces quizás sea por su vuelo majestuoso, por lo imponente de su estampa o por su aguda visión, pero no debemos olvidar que estos nobles pájaros fueron dotados por la naturaleza de tales condiciones con el único fin de mantenerse en el tope de la cadena alimenticia dejándose caer inmisericordes con sus letales garras sobre sus presas. Consecuentemente los siglos de historia nos han demostrado que quienes han usado halcones y águilas como emblema también han tomado de estos su implacable letalidad ante todo lo que se cruce en su camino.
Al parecer poder y rapacidad van de la mano.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Nicolino

La poca habitual coincidencia de una soleada mañana de invierno y uno de mis días de descanso laboral fue una ocasión perfecta para dedicarla a mi pasión por fotografiar Valparaíso. Estando en lo alto de un mirador con magnífica vista al Pacífico se me acercó un anciano, después supe sumaba más de ochenta años, que me preguntó si era turista y si me gustaba contemplar el mar, a lo primero dije no y a lo segundo si. Inmediatamente y sin pedir ningún permiso previo comenzó a entonar una bella y simple canción acerca de la belleza de las costas. Lo poco inusual de su presentación me convenció de que se trataba o de un viejo loco o de un anciano sabio, cualquiera fuera la respuesta estaba más que justificado detenerme a conocer más del amistoso personaje.
Nicolino nación en Nápoles, cuando tenía trece años sus padres decidieron abandonar Sicilia y cambiar las vistas del Vesubio por las del Pacífico Sur, quizás buscando una nueva vida en las costas americanas quizás huyendo de alguna vendetta, sea como fuere arribaron a Valparaíso a finales de 1939.
Las cosas no comenzaron bien, a los pocos meses de llegado murió su padre. Nicolino se vio obligado a convertirse en Nicolás y asumir como el sostén familiar. Extranjero, con problemas con el idioma, sin educación, todo parecía estar en contra. Debió comenzar por recoger los desechos de telas en las manufactureras textiles los que después vendía como “guaipe” o paños de limpieza, en algún momento descubrió que estas sobras de género podían volver a hilarse y se inició en la venta de carretelas de hilo a las costureras y sastres de Valparaíso.
Previo a cada giro en su relato el hombre decía con tono solemne “La necesidad es la que crea al órgano” y su historia parecía darle la razón. Luego de algunos años vendiendo y trabando amistad con los sastres porteños se adelantó a su época iniciándose en el outsourcing y contratando servicios externos terminó instalando la tienda más fina y exclusiva de corte y confección del Valparaíso de los años cincuenta. En las décadas siguientes incursionó en la venta de automóviles, la gastronomía y el negocio inmobiliario.
Comentando mi encuentro con otras personas supe que Nicolino llegó a ser dueño de una hacienda de varias miles de hectáreas y de un par de edificios en la zona más exclusiva de la Viña del Mar de la época. Incluso hasta el día de hoy uno de los más prestigiados restaurantes de comida italiana lleva su nombre.
Solo regresó a Sicilia en una ocasión a finales de los cincuenta a dejar flores en la tumba de su abuelo. La no despreciable fortuna que logró reunir es ahora administrada por sus nietos. Actualmente a sus ochenta y algo espera los días soleados para poder observar el mar sentado en lo alto de un mirador y ocasionalmente contar su historia de vida a algún desconocido.
Al momento de despedirnos comenzó a entonar quietamente el “O Sole mío” y finalizado agregó “es que los napolitanos somos así le cantamos al mar, al sol, a las flores, porque solo nos interesan las cosas simples”.
Nicolino ¿viejo loco o anciano sabio? Creo yo que una mezcla de ambos, pero decidan ustedes.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Horcón Eterno

Horcón es un pequeño poblado atrapado en el abrazo entre los cerros costeros y el Océano Pacífico, nunca mencionado en los folletos de las agencia de viajes, ignorado por el turismo masivo, congelado en el tiempo de la revolución de las flores, uno de aquellos lugares mágicos a los que siempre se desea volver y quizás esto último sea su mayor desgracia.
Hacia mediados del siglo pasado Horcón era una humilde caleta de pescadores artesanales sumidos en la cruda pobreza y prácticamente aislados debido a las dificultades de acceso; y hubiera seguido así de no ser descubierto a mediados de los sesenta por la versión chilena de los poetas beatnik que encontraron allí un lugar de retiro e inspiración, estos mismos años después convertidos en su mayoría en profesores universitarios trajeron a sus alumnos transformando al lugar en la capital del hipismo en Chile. Los pescadores miraron con simpatía que su caserío se llenará con la música de Joplin y Hendrick, las casas se vistieron de colores psicodélicos y las playas ocultas se convirtieron en el lugar ideal para la práctica del amor libre, así a mediados de los setenta en Horcón se entremezclaba la venta de los productos del mar con la comercialización de artesanía hippie. Entre los nuevos y antiguos habitantes de la caleta se creó una productiva simbiosis, los artesanos atraían a los visitantes que buscaban paz y amor y los pescadores se encargaban de alimentarlos en sus restaurantes, trato solemnemente sellado con el habitual trueque de pescados por pitillos de marihuana.
En los años ochenta Horcón fue el único sitio en Chile olvidado por los servicios de inteligencia del régimen militar quizás por considerar a sus habitantes unos pacifistas poco peligrosos. Fue en esta época que lo conocí. Solamente allí podía entonarse a viva voz al calor de una fogata canciones de los prohibidos Víctor Jara, Silvio Rodríguez o Jean Manuel Serrat sin que un piquete policial llevara detenidos a los concurrentes. Para visitarlo bastaban solo las ganas y una tienda de campaña pues siempre habría un vecino amable dispuesto a prestar su patio y compartir de su agua e incluso su comida. A pesar de que el olor a marihuana llenaba el ambiente y de que la venta de alcohol era la principal actividad económica puedo decir con certeza que la caleta era uno de los lugares más tranquilos y seguros en el cual se pudiera estar.
Llegaron los noventas y ya en democracia el lugar evolucionó en un refugio de hiphoperos y cultores del grunge que buscaban un sitio donde aislarse de la avasalladora invasión del pop.
Pero como es lógico suponer muchos de los hippies de los setenta, los contestatarios ochenteros y los alternativos de finales de siglo crecieron, abandonaron sus jeans gastados y sus camisas leñadoras y se convirtieron en médicos, abogados e ingenieros, pero nunca se olvidaron de Horcón y desearon volver, ahora con mayor poder adquisitivo y acostumbrados a otras comodidades, así las playas solitarias y las cimas de los requeríos se llenaron de edificios de altura y condominios privados.
Irónicamente en la playa Los Pelicanos ahora abundan los letreros de “Se prohíbe hacer fogatas” puestos allí por orden de los mismos que años atrás se amanecieron cantando al calor del fuego; los mismos que se aventuraron a descubrir playas inexploradas ahora niegan el acceso a las mismas; los mismo que un par de décadas atrás pidieron permiso a algún campesino para acampar en su terreno ahora llenan sus propiedades con rejas, alarmas y circuitos de vigilancia.
Quizás han querido en alguna medida proteger a la caleta del turismo invasivo pero al hacerlo han alterado su esencia, quizás la han querido salvaguardar de la delincuencia pero al hacerlo solo la han atraído porque para los amigos de lo ajeno si alguien convierte su casa en una fortaleza es porque algo de valor hay en ella, quizás han querido reservar el recuerdo de sus días de juventud idealista sólo para ellos y no están dispuestos a compartirlo con otros, quizás pueden haber muchos.
A la vuelta de los años lo único que ha permanecido inalterable en Horcón han sido sus habitantes originales: los pescadores, iguales en sus faenas, iguales en su miseria, iguales en su humildad, iguales en su cordialidad.

lunes, 31 de agosto de 2009

Estático

“Esta debe ser la undécima o duodécima fotografía que me toman el día de hoy. Siempre es igual durante mis horas de guardia decenas de turistas y curiosos se paran frene a mi disparando sus cámaras o sus teléfonos celulares, ser fotografiado ya es casi un requerimiento de mi cargo.
Ser guardia del Palacio Presidencial es el más alto honor al que puede acceder un oficial de la policía uniformada, reservado exclusivamente para los alumnos más destacados de la Academia, una selección de lo mejor de lo mejor.
Esta tarea requiera una alta preparación física, pues no es fácil permanecer inmóvil y gallardo durante las largas horas de guardia, como también una férrea fortaleza mental, ya que nada nos puede distraer de nuestra misión y créanme que no es sencillo evitar seguir con la mirada a las hermosas muchachas que a diario se pasean frente a nosotros, incluso en una ocasión debí resistir estoico las decenas de huevos y tomates arrojados por un grupo de manifestantes opositores al Gobierno.
En ocasiones mientras cumplo mi guardia pienso en mis compañeros de Academia, en aquellos menos afortunados asignados a labores comunes y corrientes en la fuerza policial. Uno de mis mejores amigos en los años de formación fue herido intentando detener un asalto, a otro me pareció verlo en un noticiario como parte del grupo que desarticulo una red de pedofilia, de otro no supe por mucho tiempo y luego me enteré que se encontraba encubierto infiltrando una red de narcos, supe también de uno de los menos aventajadas que fue asignado a un puesto rural cerca de la frontera y que incluso ha tenido que atender un par de partos en su cuartel. Pero yo he sido llamado a tareas más nobles, mi destino es el ser Guardia del Palacio de Gobierno.”

A mi amigo el Capitán sin nombre y su adecuada percepción de sí mismo.

martes, 25 de agosto de 2009

El Barro, la Casa, las Manos y Algo Más

Hace algunas semanas a través de la barra lateral del blog de Ana Yalour (el que pueden visitar haciendo click aquí) pude acceder a un interesante reportaje y video documental con un titulo parecido al de este post sobre “Construcción Natural de Viviendas”, en otras palabras casas hechas con materiales provistos por la misma tierra tales como barro, arcilla, madera y paja, al igual que las viviendas de la fotografía ubicadas en el altiplano peruano.
La posibilidad de construir una vivienda con nuestras propias manos y con materiales de libre disposición natural resulta indudablemente interesante desde los puntos de vista económico, por el obvio abaratamiento de costos; arquitectónico, por las infinitas posibilidades de diseño; de pertenencia, por habitar algo absolutamente propio; pero creo que su mayor encanto está en desarrollar un tangible compromiso ecológico y contacto con la Madre Tierra o “Pachamama”, como es llamada por buena parte de las etnias sudamericanas. Quizás por lo mismo no es extraño que iniciativas de esta índole se hayan iniciado y proliferado en la localidad argentina de El Bolsón, suerte de capital hippie y ecologista del cono sur.
Lamentablemente lo poético y lo práctico, así como lo estético y lo funcional no necesariamente van de la mano y es un hecho obvio e innegable que vivimos en sociedades netamente urbanas con una alta concentración demográfica en donde escasean los metros cuadrados donde construir. En esa realidad las grandes metrópolis, desde la antigua Roma a la moderna Shanghái, tienen casi como única salida la construcción en altura obligándonos a enclaustrarnos en jaulas de concreto y acero varios metros sobre el nivel de la calle. Esa es la realidad, buena o mala, nos guste o no.
Espero, llegados los años en que deje la vida laboral activa, comprarme un paño de tierra a los pies de la cordillera o junto al mar y en este levantar con mis propias manos una casa hecha de madera rústica y ladrillos de adobe cocido en donde pueda estar en directo contacto con la naturaleza. En tanto ello ocurra deberé buscar maneras más efectivas, optimizando el consumo de energía, manejando mejor los desperdicios domiciliarios, privilegiando los envases reciclables, de manifestar mi compromiso con la Madre Tierra que bajo toneladas de concreto, acero, cañerías de cobre y redes eléctricas, sigue tan viva y latente como en aquellos lugares nunca pisados por el ser humano.

jueves, 20 de agosto de 2009

Niña de Amantani (Republicación del 15/05)

No sé su nombre, tampoco qué estará haciendo en estos momentos o si seguirá viviendo en la lejana isla donde tomé esta fotografía, solo sé bien que hasta el día de hoy me cautiva esa enigmática sonrisa que apareció tan solo al decirle "¿te puedo tomar una foto?".
Fue en Febrero de 2008 que con mi hijo decidimos viajar a conocer el Lago Titicaca, maravilla natural enclavada en pleno altiplano andino compartida por Perú y Bolivia. Entre el ir y venir de la travesía fue que arribamos luego de un par de horas de navegación desde la ciudad puerto de Puno a la isla de Amantani, la más grande del Lago Titicaca peruano, hasta entonces un lugar del que solo había leído algunos relatos vagos en una que otra página de internet.
Llegamos en compañía de un grupo de turistas, en su mayoría europeos, y fuimos recibidos en el embarcadero de la isla por una delegación de su comunidad. En Amantani no existen hoteles, tampoco restaurantes, así que los visitantes son hospedados por los mismos comuneros de origen quechua en sus humildes casa hechas en su mayoría de adobe, esto aparentemente brinda la oportunidad única de compartir un día en la típica vida de los amantaninos pero como estos son extremadamente tímidos y reservados las conversaciones no son muy profusas y él día de permanencia en la isla se encuentra cargado de actividades organizadas para los turistas por la comunidad, tales como ver el atardecer desde los alto del monte Llacastiti donde se encuentra un altar a Pachatata, deidad masculina de la tierra, o participar de una colorida fiesta folklórica en la sede comunitaria.
No fue hasta nuestro segundo día en la isla, a la hora del desayuno previo a partir de regreso al embarcadero para continuar viaje rumbo a la vecina isla de Taquile, que me di cuenta que la casa en la que habíamos alojado era habitada por una numerosa familia y no tan solo por Jacqueline, la comunera que había oficiado de anfitriona. Además de ella vivía allí su anciano padre, su esposo, un par de mujeres más y un grupo de infantes, entre ellos la pequeña de la fotografía.
Ha pasado más de un año desde aquello y cada vez que observo esta foto me cuestiono el no haber conversado más con ellos, el no haber sabido quienes eran en realidad, el no haber preguntado sus nombres. Cuantas personas se nos cruzan a diario, y en algunos casos en forma constante, en nuestro camino y no sabemos nada de ellas, el chofer del taxi colectivo que tomamos cada mañana, la cajera del autoservicio donde compramos el cappuccino al medio día, los profesores de nuestros hijos, la secretaria de la consulta médica y un sin fin de gentes que siempre están allí, cuyos rostros forman parte de nuestras vivencias, pero de las cuales sencillamente no sabemos nada, ni siquiera como se llaman.
Esta foto me recuerda cada día al menos averiguar el nombre de quienes se cruzan en mi camino. No hay nada más agradable que el que alguien se dirija a nosotros por nuestro nombre, es el primer elemento que nos identifica y una de las cosas que nos hace únicos e irrepetibles.
En mi trabajo llevó una placa con mi nombre escrito y es en extremo placentero cuando algún cliente me dice "Luis puede usted ayudarme...", en lugar de un distante "señor" o "caballero".
Espero algún día regresar a Puno en el altiplano andino, navegar dos horas por el Lago Titicaca hasta llegar al embarcadero de Sancayuni en la isla de Amantani, subir por sus sinuosos caminos hasta un conjunto de casas al pie del monte Llacastiti y encontrar nuevamente el hogar de Jacqueline tan solo para preguntarle "¿Cual es el nombre de tu hija?".

sábado, 15 de agosto de 2009

Las Sombras de Antuco

Cada atardecer de estío el caudaloso río Bío Bío se tiñe de múltiples matices índigos que contrastan con el profundo verdor de los valles que atraviesa en su largo camino desde los macizos andinos al Océano Pacífico. En el horizonte la cordillera se pinta de negro en tanto sus altas cumbres despuntan en tonos fucsias y purpúreos, entre estas destaca la espectral silueta del volcán Antuco, tristemente grabado a fuego, o más bien a hielo, en la memoria colectiva del Chile contemporáneo.
El 18 de abril del año 2005 un par de centenares de jóvenes de no más de diecinueve años entraron por las custodiadas puertas del Regimiento Reforzado de la ciudad de Los Ángeles para cumplir con su Servicio Militar Obligatorio, aunque de obligatorio poco porque en su mayoría eran muchachos de condición humilde que se presentaron como voluntarios buscando encontrar en el ejército un sueldo digno cada fin de mes, beneficios en educación y salud, y en resumen una mejor calidad de vida que la que se pudiera esperar en el duro vivir de campesinos al que parecían estar destinados.
Exactamente un mes después se encuentran a punto de finalizar su período de entrenamiento que culminará con la ceremonia de juramento a la bandera luego de la cual serán asignados a sus reparticiones definitivas donde servirán por un año y de hacerlo en forma destacada se les ofrecerá la posibilidad de contratarse como funcionario de planta del ejército. Pero aún falta un obstáculo, una dura campaña de varios días en plena cordillera en donde deberán poner en práctica todo lo que sus instructores les han enseñado.
A pesar de lo duro que pueden ser los juegos de guerra la campaña se ha llevado a cabo sin contratiempos y de acuerdo a la planificación previa, los jóvenes conscriptos han demostrado su bravura y los oficiales se encuentran satisfechos con los resultados de su entrenamiento, sólo queda una sencilla y final marcha de algunos kilómetros por la ladera norte del volcán Antuco, un verdadero juego de niños para estos ya recios hombres. Sin embargo la madrugada previa la cumbre del macizo montañoso se cubrió de nubes sombrías que al ojo experto hacían recomendable más prudencia que excesiva confianza y por sobre todo más humildad que altanería.
Un tozudo Coronel que por desgracia comandaba al batallón en campaña desestimó las aprensiones de los arrieros de la zona, “Qué han de saber más que yo estos campesinos cuidadores de ovejas, no en vano estudié y me perfeccioné en las mejores academias militares del continente” debió haberse dicho; tampoco escuchó los consejos de sus experimentados sargentos, “Aún no entiende esta gente que las decisiones aquí las tomo yo, por algo ellos son sargentos y yo soy Coronel” debió haberse dicho; hizo oídos sordos a los temores de sus jóvenes oficiales, “Estos tenientes deben aprender a gobernar a sus soldados y a no demostrar miedo, menos a unas cuantas nubes” debió haberse dicho; ni siquiera presto importancia a los informes meteorológicos, “Un poco de viento y algunos copos de nieve no dañará a los conscriptos, a fin de cuentas se han entrenado para ser bravos soldados y no excursionistas de fin de semana”, debió haberse dicho; y aunque no había ningún apremiante, tenían provisiones para varias semanas en el refugio donde se encontraban acantonados, y aunque era solo un entrenamiento pues no estábamos en guerra, de hecho la última batalla librada por nuestro ejército fue hace más de un siglo, y aunque la ceremonia de juramento a la bandera podía aplazarse perfectamente un par de días, una hora después del amanecer con voz clara y firme dio la orden de marchar.
Aún si fueran ciertas las creencias de los indígenas de la zona de que un traicionero espíritu habita en las profundidades de cada volcán el paso de un centenar de hombres no sería suficiente para despertarlo, la naturaleza no es cruel ni benigna sencillamente cumple con su ciclo: calor en verano frío en invierno.
Pasada una hora de marcha y faltando otras cuatro para llegar a destino la suave llovizna se transformó en viento blanco, la más temida de la ventiscas y aquella con la que ninguno de los que conocemos de montaña quisiéramos encontrarnos. La nieve cae copiosamente alcanzando en minutos un par de metros sobre el suelo, la visibilidad se reduce al mínimo imaginable, el silbido del viento ahoga todo sonido que pueda servir de orientación, la temperatura baja súbitamente varios grados bajo cero, la hipotermia hace el resto.
Se debió esperar hasta los deshielos primaverales varios meses después para encontrar el último de los cuarenta y cinco cuerpos que terminaron cubiertos por más de siete metros de nieve, cuarenta y cinco ataúdes cubiertos con la bandera nacional y enterrados con honores militares, cuarenta y cinco niños soldados que sólo siguieron órdenes confiados en la sabiduría de la superioridad de mando.
Se le ha querido llamar los “Héroes de Antuco”, pero héroe es quien expone su vida por una noble causa, por un bien superior, por el bienestar de otros, para mí son tan sólo las “víctimas”, no del volcán Antuco que ninguna culpa tiene en esto sino las víctimas de un hombre que creyó que poseía la razón absoluta y que sus órdenes debían ser tan sólo obedecidas y nunca cuestionadas.
El nombre del Coronel… ¿Realmente vale la pena recordarlo?

lunes, 10 de agosto de 2009

Guachacas del Liberty

Como muchas cosas en la vida esta fotografía no fue gratuita, a cambio de posar para ella estos parroquianos del Liberty, el más antiguo de los bares de “mala muerte” en Valparaíso, me exigieron invitarles los que seguramente eran a esa altura los undécimos vasos de pipeño, un vino blanco de extremo dulzor y bastante embriagador, que se tomaban en el día a la vez de acompañarlos algunos minutos en su amena conversación. Ambos, personas humildes, inocentes pero astutos, algo sino bastante dados a la bebida, sin rumbo fijo, amantes del tango y el bolero, bohemios de bajo presupuesto, corresponden a la perfección a lo que en Chile denominamos coloquialmente “Guachaca”.
Es interesante detenerse en la evolución que el término ha tenido en el tiempo. Derivado del quechua huajcha kay = ser pobre, era la forma en que los incas denominaban como es lógico suponer a las clases menos acomodadas, luego avanzada la modernidad el alcoholismo se convirtió en el principal problema social en los sectores marginales por los que el término fue heredado por los amigos de la bebida, finalmente hacia los años de represión durante la dictadura militar en Chile los intelectuales de izquierda hicieron de los clandestinos antros de venta de alcohol sus lugares de reunión transformándolos en refugio del libre pensamiento que combinado con el permanente ambiente de celebración que las copas de más suelen provocar terminó por constituir lo que hoy en mi país es la bohemia popular también llamada “Cultura Guachaca”.
Bastante se ha escrito del asunto, han surgido infinidad de defensores y detractores, más de algún sociólogo ha tratado de analizarlos, entenderlos y clasificarlos. Para muchos el Guachaca es aquel que con una botella de vino, dos vasos y una buena conversación es capaz de arreglar el mundo. Otros los consideran los legítimos herederos de la revolución francesa pues sus ideales se resumen en Libertad, Igualdad y Fraternidad, en tanto para otros es una forma de vida decadente, carente de ambición y en algunos casos bastante autodestructiva.
Personalmente, y obviando lo que respecta a los excesos con la bebida, me quedó con la forma en la que el cantor popular, poeta y renombrado guachaca Dióscoro Rojas los define: “los guachacas somos sencillamente almas humildes que sólo anhelamos tres cosas en la vida para ser felices: una mujer a la que amar, un amigo al que abrazar y una casa que pintar cada primavera”. Visto desde ese punto de vista soy un guachaca por esencia.