jueves, 29 de marzo de 2012

Abbey Road Forever

Cuando Ian MacMillan fotografió en 1969 a The Beatles cruzando un paso peatonal la calle Abbey Road para lo que sería la portada del disco del mismo nombre de seguro nunca imaginó que esta imagen se convertiría en uno de los iconos de la cultura pop contemporánea.
Pero para que una imagen o secuencia fílmica pase a formar parte de lo que podríamos definir como nuestro ADN cultural no basta con que los protagonistas sean la banda de rock más influyente de la historia, se necesita que haya una conexión con ese algo que es común a todos quienes la observen por encima de gustos personales y contextos históricos.
De esa forme en 1945 Alfred Eisenstaedt no solo retrato a un marino besando apasionadamente a una enfermera en medio de Time Square una vez finalizada la segunda guerra mundial, sino que retrato algo retrato a una pequeña niña de cinco años huyendo desnuda y quemada por napalm del bombardeo de su aldea, sino que dio figura al horror de la guerra; y por poner otro ejemplo en 1989 Charlie Cole no solo retrato a un hombre de pie frente a una hilera de tanques en la plaza de Tiananmen, sino que retrato el coraje frente a la opresión.
¿Qué fue entonces lo que retrato MacMillan? Algo tan simple como cruzar la calle por un paso peatonal, esa cotidiana instancia en donde por segundos el universo se rinde a nuestros pies, porque es en ese sagrado lugar hecho con franjas blancas pintadas en el piso que nuestro pie es más poderoso que varias toneladas de potencia automotriz y que nuestro andar está por sobre la prisa de decenas de conductores.
En ese lugar somos intocables, en ese lugar nosotros tenemos el control; por eso el momento no se disfruta cuando cruzamos de una lado al otro de la cera en medio de un tumulto de gente o ayudados por la luz roja de un semáforo, la idea es hacerlo en solitario deteniendo el tráfico tan solo con nuestra presencia.
En alguna forma tanto la foto de MacMillan como la que encabeza este post retrata ese instante en donde todo el mundo se detiene mientras nosotros seguimos avanzando.

domingo, 25 de marzo de 2012

Nocturna Urbana

Santiago de Chile, un día cualquiera, 7:30 AM. Las calles del centro se repletan de los camiones que abastecen multitiendas y supermercados y que solo tienen permiso para estacionar en el sector hasta las 9 AM; las salidas del metro son tomadas por quienes venden café, té y sándwich de todo tipo a los que corren a sus trabajos; las cafeterías comienzan a levantar sus cortinas; en la Bolsa de Comercio en la calle Nueva York algunos operadores desde la madrugada siguen el devenir de los mercados asiáticos.
13:00 PM. Más de dos millones de personas transitan por los paseos Ahumada y Huérfanos; las entradas a las galerías y los pasajes del centro son ocupados por quienes se dedican a la compra y venta de dólares; las cafeterías y puestos de comida se repletan de quienes deben almorzar y reposar en treinta minutos; en la calle Nueva York las acciones y las fortunas pasan, entre gritos de los operadores, de una mano a otra.
19:00PM. Las estaciones del metro y del Transantiago se atiborran de quienes desean regresar a sus hogares; en el paseo Ahumada se suceden vendedores ambulantes, humoristas callejeros y predicadores de cuanto credo exista; las cafeterías y restaurantes ofrecen sus cocteles en 2x1 a quienes desean darse un tiempo para bajar las revoluciones o que simplemente prefieren esperar hasta que termine la hora del taco; en la calle Nueva York, acompañados de un vaso de Whisky, se discute sobre los nuevos ricos y los nuevos pobres del día.
23:30 PM. Las calles del centro ahora solo son transitadas por los aseadores de la municipalidad; las cafeterías se encuentran cerradas y en su lugar han abierto los clubes nocturnos que con sus letreros luminosos invitan a sumergirse en los viejos edificios de la calle Mac Iver; en las bancas de la plaza de armas o en las escalinatas del metro preparan sus camas los indigentes que poco entienden el significado del término “homeless”; en la calle Nueva York las luces se han apagado y en el cielo pueden verse las estrellas.

domingo, 18 de marzo de 2012

Cruzando Portales

Hace algunos días una amiga, periodista y fotógrafa, compartía por facebook la magnífica experiencia de visitar un Santuario de cetáceos en las costas del norte de Chile. El punto culmine de este viaje tuvo lugar cuando una enorme ballena fin nadó, con un mar casi transparente, a pocos metros de profundidad por debajo de la embarcación turística. Todos quienes leímos la publicación inmediatamente pedimos ver las fotos del evento pero Evelyn, mi amiga, nos contestó que prácticamente no había capturado imágenes, la experiencia era tan maravillosa y tan difícil de retratar que prefirió mantener su cámara en el bolso y dedicarse a disfrutar el momento.


Años atrás mi primer viaje fue a las islas del Lago Titicaca y en los días que estuve allí me comporté como un compulsivo turista nipón fotografiando todo lo que se me cruzaba por delante. Lo paradojal es que fueron pocas las imágenes con las que quedé realmente conforme, quizás porque hay vivencias cuya esencia no puede quedar plasmada en una imagen y si una imagen vale más que mil palabras una vivencia vale más que mil imágenes.
Caminar por sendas empedradas hace siglos y cruzar por entre portales de piedra en una isla en medio de un lago en el centro del altiplano en el corazón de Los Andes, es una experiencia única, pero intentar fotografiar estos portales sin que en la toma aparezca un grupo de turistas puede ser estresante (“hasta que hora se quedará ese italiano parado allí junto a su novia”, “a este grupo de argentinos justo se les ocurrió ponerse a merendar allí”, “¿Por qué los franceses caminan tan lento?”, “ahora si no hay nadie… pero ya oscureció y tampoco hay luz”) así que lo más recomendable es sencillamente disfrutar del camino y cruzar entre los portales sin importar cuantas personas van delante y cuantas van detrás.
Supongo entonces que por esta y otras tantas experiencias en mis últimas vacaciones fueron, comparativamente hablando, muy pocas las fotografías que tomé, quizás porque no se puede retratar el viento en la cara de tu hijo cuando se lanza en bicicleta por un descenso kilométrico, la tranquilidad que otorga estar toda una tarde en una hamaca a la sombra de los naranjos o el gratificante cansancio que provoca cabalgar todo un día por la cordillera.

PD: Lo anterior no implica que haya colgado mi cámara, es solo que me lo tomo con más calma.

domingo, 4 de marzo de 2012

Eva Ayllón y Viva el Perú!

Corría Octubre del 2007, junto a mi hijo y un grupo de amigos abordamos una van rumbo al Estadio Nacional en Santiago para ver el primer partido como local de la selección chilena en las clasificatorias rumbo al mundial de Sudáfrica.
El rival de turno en esa ocasión era Perú y como suele ocurrir en cada “clásico del Pacífico” los jugadores del elenco del Rímac fueron recibidos por sesenta mil personas que casi a coro enviaban saludos a sus madres, hermanas, primas y parientes lejanos cada vez tocaban el balón o que el nombre de alguno de ellos era voceado por los alto parlantes.
Exactamente tres años después, esta vez en Valparaíso, soportaba una inesperada lluvia primaveral en una fila de varias calles y de varios centenares de personas intentando acceder a un centro de eventos donde iba a actuar la cantante peruana Eva Ayllón.
A poco avanzar el concierto los ritmos del valsecito y los sonidos de las guitarras y el cajón, además obvio de la voz y carisma de Eva, hacían que espontáneos brotaran los gritos de ¡Viva el Perú!

No me interesa detenerme a hacer conjeturas sobre la histórica, y a ratos anacrónica, rivalidad entre chilenos y peruanos, sino más bien meditar un rato en como el actuar colectivo que suele darse en los espectáculos masivos pueden transformarnos al punto incluso de parecer contradictorios y hasta poco consecuentes.
Tengo la mejor impresión del pueblo peruano y he sido tratado muy bien las veces que he estado allá pero igualmente, al compás de la masa, maldije a vivo pulmón al portero de su selección cada vez que impedía la apertura de la cuenta (finalmente Chile ganó 2-0); de la misma forma no soy de los que ando predicando la hermandad latinoamericana pero también, al compás de la masa, di vítores y alabanzas a la nación vecina mientras escuchaba a Eva.
Hinchas y fans suelen justificar en la “pasión” el que ciertos hombres lleguen a actuar como energúmenos mientras presencian algún partido de futbol y que ciertas mujeres actúen como quinceañeras delirantes al asistir a un concierto de alguno de sus ídolos.
Creo que por sobre la pasión en una sociedad cada vez más individualista y donde debemos tener todo bajo control necesitamos instancias que nos permitan obtener ciertas licencias de descontrol, disfrazadas de catarsis colectiva, y en donde además por un instante dejemos de actuar como un yo y actuemos como un nosotros.