sábado, 19 de noviembre de 2011

El Aullido

Antuk desde cachorro sufría de las mismas recurrentes pesadillas, sabía bien que algo de realidad había en ellas, de pequeño aprendió que el alma nunca muere y solo cambia de una forma a otra, y que además los lobos marinos tienen la única capacidad de poder recordar esas vidas anteriores. Pero los recuerdos de sus camaradas con quienes comparte el roquerío no son muy distintos a la vida que ahora llevan, hablan de largas migraciones, de extensas jornadas de cacería y a lo sumo a alguno que otro le tocó ser algún animal terrestre o un ave permitiéndoles así hablar de montañas o desiertos. Sin embargo los recuerdos de Antuk son mucho más complejos y giran en torno a imágenes, figuras y estructuras que ninguno de sus amigos ha podido dilucidar, todas ellas asociadas a una terrible sensación de angustia, a un dolor que por momentos pareciera traspasarlo por completo y que lo hace emitir fuertes bramidos que parecieran ser un suplicante aullido.
Cierto día un extraño artefacto pasó raudo por la costa y sobre el dos figuras, similares a animales erguidos sobre sus patas. Toda la manada se lanzó al agua para evitar cualquier peligro menos dos: el más anciano que parecía ya conocer a aquellas criaturas y el joven Antuk que vio en estas las mismas formas que repletaban sus sueños.
“Entonces en tu cuerpo anterior tu alma estuvo en el mundo de los humanos” le indicó el anciano lobo, pero Antuk necesitaba saber más de estos extraños seres y por sobre todo porqué sus recuerdos estaban llenos de tanto dolor y tristeza. “Nosotros luchamos entre nosotros por un territorio donde alimentarnos y por hembras con quienes aparearnos, el hombre en cambio es el único ser que daña sin necesidad y que busca acaparar más de lo que necesita, pero si quieres saber más de ellos debes remontar el río hasta llegar a una de sus ciudades desde allí los podrás ver de cerca, pero hay un problema: los roqueríos de aquella ribera son propiedad de Coloso, el más fuerte de los nuestros y no le gustan que intrusos deambulen entre su harem”.
El joven lobo marino navegó varios días río arriba, en ocasiones luchando contra la corriente en otras arrastrándose entre las rocas, hasta que finalmente cientos de luces centelleantes nunca antes vistas le indicaron que había llegado a la ciudad de los hombres. Presuroso trapo a los alto de unas rocas y desde allí pudo ver cómo estás criaturas paseaban cerca de la costanera, pero lo que contemplaba no le cuadraba con sus recuerdos, aquí los humanos parecían seres felices y en su memoria solo había tristeza y angustia.
Absorto en sus pensamientos no vio venir a Coloso, un gigantesco lobo marino negro, que con una sola embestida lo arrojó a las frías aguas del río. Antuk intentó trepar nuevamente pero esta vez una fuerte mordida en una de sus aletas le hizo entender que permanecer allí le podía costar la vida, él no era rival para el señor de aquellas tierras.
Los años pasaron y, aunque seguía angustiado por sus visiones, logró convertirse en el macho dominante de las tierras costeras, pero eso no le bastaba ni le interesaba. Cuando creyó ser lo suficientemente fuerte y experimentado volvió a remontar el curso del río, trepó al mismo peñasco donde había estado tiempo atrás y nuevamente al ver a los humanos sus memorias comenzaron a aclararse.
Mientras trataba de ordenar sus ideas un de las hembras que estaba en el lugar le aconsejó que se alejara a menos que quisiera conocer la furia de Coloso pero Antuk no solo la ignoró sino que con un certero movimiento de su aleta la arrojó a las aguas donde tiempo atrás el había sido lanzado. Su agresividad le sorprendió por un instante pero prontamente volvió a concentrarse en su observación de las conductas de los hombres.
No paso mucho tiempo para que Coloso se presentara en el lugar pero ahora él también era un macho fuerte y poderoso y necesitaba tomar posesión de aquellas tierras, solo estando allí podría terminar de entender quien era y la raíz de su dolor.
El combate entre ambos lobos marinos fue brutal, pero luego de algunos minutos comenzó a decidirse a favor del más joven. La sangre hacía rato que corría por el cuerpo de ambos cuando Coloso finalmente hizo la señal de rendición, pero Antuk no se detuvo, siguió arrojando golpes, mordiscos y embestidas a un rival ya derrotado, en cada ataque, en cada bramido de furia y en cada suplica de su rival los recuerdos se hacían más claros.
Finalmente cuando el cuerpo de Coloso quedó inerte sobre las rocas Antuk lanzó un enorme aullido, distinto a los anteriores, en este no había una angustia inexplicable, este en cambio estaba lleno de tristeza y culpa, Antuk entendió que nunca había sufrido y que nunca había sido abusado, Antuk entendió que él había sido el torturador.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Todas las Escaleras del Mundo

Pablo Neruda en alguna ocasión señaló que si recorriéramos todas las escaleras de Valparaíso daríamos la vuelta al mundo. Si así fuera supongo que a estas alturas ya he caminado un par de continentes.
Pero hace poco y luego de visitar un pueblo abandonado en medio de las pampas de Atacama me di cuenta que todas las escaleras del mundo no son más que unos cuantos peldaños hechos de madera, piedra o cemento, puestos sobre el relieve del terreno, sin mayor uso, sin mayor utilidad, sin mayor destino. Es tan solo cuando alguien transita por esos peldaños que estos se transforman en una escalera, con un comienzo y un final, uniendo dos puntos, con una dirección específica, es tan solo cuando alguien transita por ellas que se descubre si esa escalera es de subida o de bajada.
Quizás como en todo orden de cosas la verdadera magia está en las personas.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Carta a Colomba

Quizás sea bueno que partas sabiendo que en algún momento te sentí muy presente.
Fui padre a los veintidós años, más de alguno de mis amigos me hizo ver que aquello era sinónimo de hipotecar mi juventud, pero casi veinte años después cuando veo a algunos de ellos empujando un coche de bebes me pregunto si no fueron ellos los que hipotecaron su adultez.
Desde que descubrí mi pasión por viajar, por fotografiar, por conocer, mi temprana paternidad me pareció una bendición ante la seductora idea de en la medianía de los cuarenta tener ya a un hijo adulto, eventualmente independiente, situación que me entregaría la envidiable posibilidad de vivir únicamente para mis sueños.
Pero los sueños cambian. Cambian porque la vida cambia, porque hay gente que se cruza en tu camino y otra que sale de él.
Habrán sido ciertas crisis existenciales que me atacaron desprevenido a los treinta y algo, las mismas que me llevaron a escribir, las mismas que me obligaron a buscar un trabajo en el que realmente me sintiera feliz con lo que hago, o habrá sido el ver como mi hijo se convierte en un hombre con sus propios sueños, sus propias ideas y sus propios rumbos, cada vez más independiente de mis consejos, cada vez necesitándome menos, que poco a poco empecé a pensar en tu existencia.
“La vida te da sorpresas…”
En algún momento alguien se cruzo en mi vida, nuestros caminos iban en sendas contrarias, pero poco a poco empezamos a tranzar, a ceder voluntariamente, poco a poco le transmití mis sueños y ella me legó los suyos, y así poco a poco tú comenzaste a surgir, desde las más profundas sombras a la luz más clara.
Primero era un juego, era parte de la típica pregunta con la que quieres conocer los planes del otro: ¿has pensado en tener otro hijo?, al principio él no era rotundo de ambas partes, de a poco se fue trasformando en un quizás, para finalizar en un total y absoluto sí.
Fue en ese momento que apareció tu imagen, tus cabellos rubios y tez blanca como es propia de mi familia, tus ojos color miel y nariz recta como es propio de la familia de ella. De a poco apareció la ternura de cargarte en brazos, de a poco apareció la firme decisión de enfrentar desvelos, de cambiar pañales, de llamar a un médico a medianoche. De a poco apareció la elección de cambiar los planes del futuro soñado. De a poco apareció tu nombre… Colomba.
“Sorpresas te da la vida…”
Pero los cuentos de hadas no siempre terminan con un final feliz, más allá de las razones, más allá de quien tuvo la culpa (la que usualmente siempre es compartida), sencillamente llegó el momento de decir se acabó, y por mi parte sabía que esa adiós no era sólo despedirse de alguien a quien por un momento pensaste entregar la vida sino también era decirte adiós a ti…

Han pasado los días, semanas, incluso meses y créeme que ya no hay ni dolores ni rencores, tampoco angustia o melancolía, definiría mi estado actual como de serena y perfecta tranquilidad.
Ya no pienso en ella, pero en ocasiones cuando veo a una pequeña jugando en el prado me pregunto más con curiosidad que con nostalgia “¿y si la Colomba hubiera sido así?”.
Quizás ella decida hacer que tu imagen soñada tome cuerpo, pero obviamente ya no tendrás el cabello rubio y la tez blanca de mis genes.
En cuanto a mí, volví a llenar mi vida de trabajo y sueños, y aunque sé que no es bueno escupir al cielo creo haber descartado por completo una nueva paternidad; pero aquello no impide que de tanto en tanto busque encontrarte desde lejos en las pequeñas que llenan con su risa nuestras plazas, y así también de tanto en tanto evocar los recuerdos de aquello que no existió.