lunes, 20 de junio de 2011

Mosaico


Hay algo fascinante al observar esta foto de una de los cerros de Valparaíso, al mirarla pareciera que cientos de casas hubieran sido construidas una sobre otra, pareciera no existir ninguna lógica, ningún respeto por las normas urbanísticas, una suerte de anarquía arquitectónica, pero no es así, hay un ordenado desorden y una lógica aunque esta no siga patrones.
En alguna época las casas tan solo cubrían las cimas de los cerros, en algún momento se tomo la decisión de instalar ascensores funiculares que facilitara el acceso de la población al plan de la ciudad y allí sobrevino la locura espontánea, prontamente los faldeos de las colinas se fueron cubriendo de viviendas que aprovechaban hasta el más mínimo espacio disponible para levantarse, viviendas que debían adaptarse al ondulante trazado del terreno obligando a sus constructores a improvisar con formas impensadas aún para el más diestro de los arquitectos, viviendas construidas con los materiales desechados por los constructores de los edificios de las navieras y pintadas con los tarros de pintura encontrados sobrantes en los astilleros que en ese entonces repletaban las costas de la ciudad,
Mirado desde frente parece una locura pero al internarse en sus laberínticas calles la locura tan solo parece acentuarse. Los faldeos se encuentran repletos de callejuelas y callejones que forman el más intrincados de los laberintos, con escalinatas que parecieran no conducir a ningún lado pero que siempre terminan arribando a algún lugar.
Toda esta aparente enajenación urbanística está llena por sobre todo de un componente: color, música, anhelos, personas, historias y en resumen vida en toda su expresión, algo que pareciera escasear en nuestras nuevas edificaciones uniformes, perfectamente simétricas, cubiertas en hormigón y cristal y por sobre todo carentes del toque humano que los pueda hacer únicos e irrepetibles como las viviendas de los cerros porteños.

miércoles, 15 de junio de 2011

Rutinarias Sorpresas


De seguro hace algunos siglos no existía el concepto de la rutina, la mayoría de la población dedicada al campesinado vivía cada día exactamente igual que el anterior levantándose en las mañanas para cultivar la tierra, cuidar el ganado, juntar alimentos para el invierno e irse a dormir presos del cansancio. Y también fue de seguro con la mejora en las condiciones de vida, el establecimiento de jornadas laborales y días de descanso que surgió la rutina y por consiguiente el aburrimiento.
En la actualidad escapar de la rutina, como muchas otras cosas pareciera ser una cuestión de recursos. Cada día al cierre de la jornada laboral quienes pueden repletan bares y restaurantes para entre risas y conversaciones escapar del estrés del diario vivir y quienes no pueden emprenden su rutinario regreso a casa; los días viernes quienes pueden abandonan la ciudad rumbo a alguna playa en verano o centro invernal en invierno y quienes no pueden se encierran en sus hogares a ver como transcurren las horas de un rutinario fin de semana; cada día domingo quienes pueden deambulan por los centros comerciales dándose algún gusto de consumo u organizan alguna bullente comida familiar y quienes no pueden se dedican a mirar con desgano sus rutinarios programas de televisión.
Hace algún tiempo deambulaba por una de las rutinarias calles de Santiago en una igualmente rutinaria tarde de verano y sin saber cómo me encontré en dentro de un antiguo local de juegos mecánicos, de aquellos que otrora abundaban en las ferias itinerantes. Por tan solo quinientos pesos (ósea un dólar) me subí a la rueda de la fortuna, también conocida como rueda de Chicago, y durante unos diez minutos disfruté de una hermosa y distinta vista de Santiago y en especial de la Iglesia de los Sacramentinos ubicada a un costado. La experiencia, entre lúdica y nostálgica, me permitió abstraerme completamente de lo rutinario de aquel día y de lo rutinario de aquel lugar.
Definitivamente salir de la rutina no es cuestión de recursos sino que como dice la canción es solo una cuestión de actitud.

sábado, 11 de junio de 2011

En la Cima del Calvario

Hace unos tres años tuve la ocasión de estar en la ciudad boliviana de Copacabana (no confundir con la archiconocida playa brasileña), un pequeño pueblo asentado a orillas del Lago Titicaca en medio del altiplano andino a cuyo costado se levanta un imponente cerro de poco más de trescientos metros de altura conocido como El Calvario.
Como es lógico suponer desde lo alto del Calvario se obtiene una impresionante vista de Copacabana, el Titicaca y la comarca circundante así que con mi hijo no dudamos en desafiar los casi 4.000 metros sobre el nivel del mar en que nos encontrábamos y realizamos el ascenso. La vista cumplía con las expectativas pero lo que me llamó la atención fueron dos cosas: primero la gran cantidad de altares en su cima y en segundo término el encontrarnos con un masivo Vía Crucis a nuestro regreso considerando que faltaba al menos un mes para Semana Santa.
Lo cierto es que en Copacabana los ceremoniales de pascua de resurrección se inician con cuarenta días de antelación y durante este tiempo todos los viernes a media tarde se lleva a cabo un vía crucis por parte de la comunidad, pero a diferencia de otros una vez que los devotos llegan a la cima en ella compran una suerte de pequeños fetiches que representan sus anhelos para el resto del año, así el que quiere comprar una casa compra la maqueta en miniatura de una del que de estas, el que desea un automóvil compra un pequeño autito de juguete, el que anhela realizar un viaje compra una maleta y miniatura y así un sinfín de representaciones prácticas de los más variados deseos.
Una vez adquirido esta suerte de tótem de los deseos desasen el camino andado para regresar a la catedral católica de la ciudad donde le piden a un sacerdote o sacristán que bendiga el artilugio, finalmente con este ya debidamente bendecido nuevamente ascienden hasta lo alto del Calvario para depositar el bendito objeto como ofrenda en los altares que sobrepueblan la cima.
Créanme que subir una escala que asciende 300 metros con peldaños de piedra de varios centímetros de alto con una gradiente de cuarenta y cinco grados y con el escaso oxígeno que hay a 4.000 msnm sobrepasa la devoción y clasifica casi como un martirio.
Más allá de lo auto flagelante que puedan resultar las tradiciones religiosas en algunos lugares todo lo anterior me hizo pensar en lo contradictorio que resulta el hecho de que la esencia misma del cristianismo habla de libertad y una vida plena, “Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Además se supone que el sacrificio de Jesús en el Calvario fue el sacrificio supremo hecho para que los hombres obtengan libertad de la esclavitud del pecado y luego de este no sea necesario ningún otro sacrificio, sin embargo por alguna razón que creo que tienen más que ver con poder controlar a las personas las instituciones religiosas han convertido a la religión en una suma continuo de sacrificios y penitencias, de esta forma la cima del Calvario no es más que el inicio de otros interminables clavarios.

domingo, 5 de junio de 2011

"Vino del Mar"


Lo interesante de ciertas canciones es que en ocasiones nos enamoramos de su melodía y en otras de su letra. Usualmente cautivarnos por una melodía es cosa sencilla pero con la letra es un tanto más complejo en especial cuando su poesía esconde ciertos secretos. Recuerdo que años atrás descubrí que la “Midnight Special” es el nombre con el que en el lenguaje del hampa norteamericana se conoce al revolver calibre 22 y entendí que la canción homónima de Credence Clearwater Revival trataba sobre una ola de asaltos a pequeños supermercados ocurrida en el sur de los Estados Unidos a comienzos de los setentas.
Entrando de lleno a este post la foto corresponde al señor Jorge Coulón, una de los miembros fiundadores y más emblemáticos de los prestigiados Inti Illimani. Hace poco en el último concierto al que asistí de ellos supe la historia detrás de “Vino del Mar”, una de sus más representativas canciones en los últimos años.

“Vino del mar, envuelta en agua azul, la trajo el viento del más allá,
Dormida en las olas de espuma y sal sobre su propia herida mortal.

Vino del mar con una cicatriz que dividía su pecho en dos,
Trazada por un furioso puñal que eternizó su indefensión.

Vino del mar más blanca que la sal hacia la oscura arteria de mi amor
Y allí quedó muerta en la playa gris bajo un fulgor crepuscular.

Vino del mar más negra que el carbón para alumbrar la noche de mi amor
Y allí encendió un fuego sin furor para entibiar mi corazón.

Vino del mar y era una estrella azul danzando en altas olas de sal.
(Volviste a mí porque me ataste al nudo de la eternidad)."

El 9 de Agosto de 1976 Marta Ugarte, profesora y miembro del comité central del Partido Comunista chileno, fue detenida por agentes de la DINA (organismo de seguridad del gobierno de Augusto Pinochet). Fue recluida en el centro de detención de Villa Grimaldi para luego por orden del oficial Germán Barriga ser asesinada por inyección letal.
Marta sobrevivió a la inyección por lo que fue atacada con un corvo para luego echar su cuerpo al interior de un saco que fue atado a un riel de ferrocarril con la idea de arrojar el cuerpo al mar. Antes de ser subida al helicóptero los operativos de la Dina notaron que seguía con vida por lo que usaron una de las amarras para ahorcarla y luego quemaron su cuerpo el que finalmente fue lanzado al océano, pero la falta de una de las ataduras permitió que el cadáver se liberara del riel y saliera a la superficie.
El 9 de Septiembre de 1976, un mes después de su detención, el cuerpo mutilado y quemado de Marta Ugarte fue encontrada en la playa La Ballena cerca de los Molles convirtiéndose en la única prueba y testigo de esta vía de aniquilamiento usada por los organismos de la dictadura militar.
Si bien no hay cifras claras se estima que entre 1973 y 1976 alrededor de 588 personas fueron desaparecidas a través de este método.