lunes, 23 de febrero de 2015

El Último Tren a Ninguna Parte

Nunca comprendió como quedó atrapada en medio de la pampa. Mientras trasladaba toneladas de caliche a través del desierto solía escuchar conversaciones de cómo los ingleses se habían vuelto millonarios, de la guerra civil desatada más al sur por los impuestos que no pagaban los nitratos, de los miles masacrados en una escuela de Iquique por exigir condiciones sólo un poco más dignas. 
Un día las calderas se apagaron, en los siguientes desapareció la gente, poco a poco los rieles se llenaron de óxido hasta finalmente ser tragados por el desierto. 
Hoy el último tren con destino a ninguna parte quizás es el único que recuerda de cuánto dolor e injusticia se tiñó la pampa.

jueves, 19 de febrero de 2015

Bananero

Bananero: Dícese en términos peyorativos de aquellos gobiernos caracterizados por el caudillismo, corruptos en su relación con el empresariado y de corte populista. El término nace en Centroamérica donde el poder era usualmente esgrimido por los terratenientes dueños de las plantaciones bananeras. 
En la práctica se trata de aquel que vende bananas en el mercado a menos de cinco dólares el colgajo y también en la práctica más al sur, y aunque no crezcan dichos frutos, estamos llenos de bananeros.

domingo, 15 de febrero de 2015

Afluente Termal

Cada vez que he visitado los geysers del Tatio he recibido la misma advertencia: No acercarse a los cráteres donde bulle agua y vapor. Pero a pesar de la aparente obviedad de lo advertido hasta le fecha tres personas, todos turistas chilenos, han muerto por caer al interior de las fuentes termales. 
Me parece que el valor, el coraje, la valentía, se encuentran tan en desmedro en nuestra sociedad que suelen confundirse con la irresponsabilidad e incluso con la estupidez, similar a la de conducir un automóvil ebrio o nadar en una playa no apta. 
La fotografía de aquel surfista al interior del tubo de una ola o la del escalador colgando de una pared en Cochamó no muestran sus años de preparación, sus medidas de seguridad y el profundo respeto que usualmente quienes aman los deportes de aventura sienten por la naturaleza. Un verdadero explorador toma precauciones y solo se expone a riesgos controlados, lo que no quita que estos puedan salirse de control. Quien no entienda esto es mejor que continúe tomándose selfies en el espejo de un ascensor.

sábado, 14 de febrero de 2015

Verde y Madera

Me gusta esa sensación de sentir el crujido de la madera bajo de mis pies, quizás porque viví mi niñez en una vivienda hecha con ese material. Ese olor a humedad, esa fragilidad patente a cada paso, esas nudosas venas que entre sus junturas dejan ver la selva austral. 
En la Patagonia se avanza a otro ritmo, deteniéndose en cada paso y mirando donde se dará el siguiente. Es una buena lección a aprender.

lunes, 9 de febrero de 2015

Porteña Bahiana

Aunque ya se cuenten más de cincuenta primaveras, aunque se viva en un puerto bañado por las frías aguas del Pacífico, aunque nunca se haya caminado por las adoquinadas y coloridas calles del Pelourinho; Nunca es tarde para sentirse toda una bahiana.

domingo, 8 de febrero de 2015

Tebo Privado

Quizás por haber crecido al lado del mar nunca llamaron en extremo mi atención las playas, seguramente porque siempre estaban ahí, a la mano, y era más cómodo entre mediados de otoño y comienzos de primavera cuando usualmente no se encuentran atestadas de veraneantes que invaden cada centímetro de arena dejando un reguero de restos de comida y baldes plásticos. 
Por supuesto que hay playas distintas en donde aquello no ocurre, son las que se autoimponen el titulo de privadas, aunque al menos en Chile la ley garantiza el libre tránsito y acceso por todo el borde marino hasta veinte metros más allá de la línea de marea alta. Podríamos decir entonces que se trata más bien de playas de difícil acceso o para ser más exactos playas de acceso dificultado al máximo por quienes viven en las inmediaciones. 
Al ver su limpia arena y aguas transparente, igual que postal caribeña, pareciera que restringir el acceso resulta ser la mejor forma de garantizar su sustentabilidad; pero esto me recuerda a quienes con cierta simpatía añoran los años de dictadura aduciendo que el país se mantenía en orden y con bajas tasas de criminalidad, ciertamente es así, sin embargo ningún ordenamiento por bien intencionado que sea justifica la perdida de la democracia. 
Quizás igualmente el caos sea el precio del libre acceso, pero ninguna limpia playa de ensueño justifica que estas sean privilegio de algunos pocos.

sábado, 7 de febrero de 2015

La Ciudad (Republicación del 31/10/09)

Calle Nueva York en el mismísimo centro de la ciudad de Santiago, capital de Chile. Sobre ella más de un millón de partículas contaminantes forman una capa de smog que convierte a la urbe en una de las más contaminadas del continente; a su costado en el edificio de la Bolsa de Valores se mueven diariamente millones de dólares en acciones; y a pocos metros, en el Paseo Ahumada, a diario más de dos millones de personas transitan entre empujones rumbo a sus trabajos. 
Además de su mal humor, su ritmo acelerado y su estrés constante, una de las cosas que más me llama la atención de los habitantes de Santiago es su aparente falta de pertenencia hacia su ciudad. La gran mayoría rehúsa considerarse “santiaguino”, se observan a sí mismos como una especie de inmigrantes internos oriundos de otras ciudades y obligados a permanecer en la capital por razones laborales, de estudio o económicas, esperando cada ocasión posible para huir por algunos días al litoral próximo y soñando con poder algún día, ya finalizada su vida laboral, cambiar su departamento en los suburbios por una casa en algún pueblo de provincia. 
Quizás no se han dado cuenta que ellos mismos son la ciudad y que la llevan bajo su piel de la misma forma que Santiago lleva el tren subterráneo bajo sus calles. Es donde han crecido, es donde han construidos sus vidas y es a lo que pertenecen, huir de ella es imposible como bien lo expresó el poeta griego Constantino Cavafis en sus versos destinados a Alejandría y que bien aplica para cualquier gran metrópolis contemporánea. 

 “Dices: Iré a otra tierra, y hacia otro mar 
Y una ciudad mejor con certeza hallaré. 
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado, 
Y muere mi corazón lo mismo que mis pensamientos 
En esta desolada languidez. 
Donde vuelvo los ojos 
Sólo veo las oscuras ruinas de mi vida 
Y los muchos años que aquí pasé o destruí. 
 No hallarás otra tierra ni otro mar. 
La ciudad irá en ti siempre. 
Volverás a las mismas calles. 
Y en los mismos suburbios llegará tu vejez; 
En la misma casa encanecerás. 
Pues la ciudad es siempre la misma. 
Otra no busques – no la hay – 
Ni camino ni barcos para ti. 
La vida que aquí perdiste 
La has destruido en toda la tierra.” 

La Ciudad (Constantino Cavafis)

martes, 3 de febrero de 2015

Venecia Amazónica

Hay algo que me violenta cuando al barrio Belén de Iquitos se le llama la Venecia Amazónica, algo me violenta cuando la pobreza más dura y descarnada se transforma en atractivo turístico, tal cual como ocurre con las favelas de Río de Janeiro o las aldeas flotantes de los Bajau en Filipinas. 
Muchos visitan, visitamos, estos lugares para reflexionar, para entender, para saber que ocurre en nuestro mundo; otros van aún más allá y los visitan para ver la forma de generar un cambio. Pero me violenta quienes lo hacen sólo para sacarse una foto y decir estuve allí.

domingo, 1 de febrero de 2015

Tebinquinche

Lo primero es recorrer los 1.500 kilómetros que van desde Santiago a Calama, la mayor parte de ellos atravesando el desierto de Atacama, el más árido en todo el mundo. 
Calama es una ciudad que se originó en un campamento minero próximo al mineral de cobre Chuquicamata, y más allá de algunos edificios y centros comerciales no ha dejado de ser más que un campamento próximo a la frontera en donde se viven casi los mismos códigos y vicios del far west pero en versión siglo XXI. 
Luego hay que recorrer otros cien kilómetros en dirección a la cordillera hasta arribar a San Pedro de Atacama. Un pequeño pueblo de casas hechas de adobe en donde bulle la actividad turística y en donde por sus polvorientas calles deambulan visitantes de todas partes del mundo. Lo mismo lleva a que los costos de hospedaje y alimentos con el paso de los años se hayan vuelto cada vez más inalcanzables para el común de los mortales. 
Finalmente hay que recorrer otros veinticinco kilómetros internándose en el corazón del salar de Atacama hasta llegar a Laguna Tebinquinche, el resto queda al destino, a la voluntad de los dioses licanantay, porque si no hay viento podremos ver el magnífico reflejo del Licancabur en las aguas. Sea como sea ese atardecer vale la pena el esfuerzo.