domingo, 25 de abril de 2010

Camaradería, Compañerismo y Lealtad


El pasado 13 de Abril arribaron a Valparaíso los once veleros que participan en la Regata Bicentenario, una travesía naval de varios meses que recorre buena parte de los mares de las Américas. La mayoría de los participantes son buques escuelas en los que los guardias marinas realizan su crucero de instrucción antes de convertirse en oficiales de las marinas de sus respectivos países.
El ingreso a la bahía porteña fue por decir lo menos espectacular dotado del toque de surrealismo propio de ver a una flota naval propia del siglo XIX acercarse a un moderno puerto del siglo XXI. Cada buque avanzaba imponente con sus velas completamente desplegadas al viento y con la totalidad de su tripulación, como reza la tradición marinera, de pie sobre sus mástiles.
La inusual escuadra era encabezada por la “Esmeralda” de Chile y su hermano gemelo el “Juan Sebastián Elcano” de España, seguidos por el “Capitán Miranda” de Uruguay, el “Europa” de Holanda, la fragata “Libertad” de Argentina, el “Cisne Branco” de Brasil, el “Cuauhtémoc” de México, el “Gloria” de Colombia, el “Simón Bolívar” de Venezuela, el “Sagres” de Portugal y el “Guayas” del Ecuador. Todos ellos hermosos, imponentes y dotados de nombres llenos de tradición y heroísmo.
Durante la semana que duró la visita de la regata a Valparaíso, al igual como ocurrió anteriormente en Río de Janeiro, Montevideo, Mar del Plata y Buenos Aires, y como de seguro también ocurrirá en el Callao, Guayaquil y su destino final en el puerto mexicano de Veracruz, más de medio millón de visitantes repletó las instalaciones del Molo de Abrigo con la intención de conocer los magníficos veleros, sus mástiles de madera, sus poleas y trinquetes, sus hermosos mascarones y sus gallardas (algunas más otras menos) tripulaciones.
Mientras visitaba y fotografiaba las embarcaciones y conocía de sus historias y métodos de navegación me preguntaba, más allá del romanticismo propio de cruzar los siete mares impulsado por el viento, cual es la utilidad de entrenar a nuestros futuros oficiales en buques y métodos propios de hace más de un siglo atrás cuando su futura vida profesional de seguro la llevaran al interior de una sofisticada sala de control completamente computarizada en donde las condiciones climáticas son de sobra anunciadas por información satelital, las cartas de navegación han sido reemplazadas por el GPS y los sistemas de armamentos son absolutamente autónomos, incluso no es absurdo pensar que más allá de la práctica deportiva difícilmente estos jóvenes volverán a tensar poleas, izar velas y observar el firmamentos con sextantes. La situación podría ser igual a entrenar a un piloto de F16 en un biplano de la Primera Guerra Mundial o enseñar a disparar al artillero de un blindado con cañones de la guerra civil americana.
Cuando tuve la ocasión le expresé mis interrogantes a un oficial de la Armada española parte de la dotación del “Elcano”, este muy cortés me contestó que los cruceros de instrucción más allá de capacitar técnicamente son el ambiente ideal para enseñar los valores de la camaradería, el compañerismo y la lealtad, indispensables para llevar a cabo en forma exitosa su vida como oficiales navales. Encontré la respuesta bastante lógica y lo afirmado por el oficial en cuestión de seguro no dudo que sea cierto, pero no dejó de preguntarme si acaso vivimos en una sociedad tan individualista y desleal que ¿es necesario hacer que nuestros jóvenes vivan varios meses a la usanza de hace doscientos años para poder enseñarles ciertos valores?, quizás lamentablemente sea así.


martes, 20 de abril de 2010

Perfección al Blanco y Negro

Algo extraño me ocurre con la escultura en mármol. La encuentro sin ningún lugar a dudas la forma más sublime y perfecta de arte en donde no hay cabida a los errores ya que basta un poco más de presión de la necesaria en el cincel para que lo que estaba destinado a ser una pieza de museo se convierta en un mamarracho inservible. Una vez escuche decir a un crítico que “la arcilla es para los artesanos, el metal para los orfebres, el granito para los artistas pero el mármol tan sólo para los maestros”. Probablemente sea así pero tanta perfección me provoca cierta apatía, no sé si será lo frío del material o el que comúnmente sea usado en los mausoleos de los cementerios lo que hace que las obras de mármol se me hagan distantes, lejanas, carentes de vida, demasiado perfectas al punto de resultar frías y poco cercanas. Difícilmente tendría una escultura de aquellas en mi jardín, preferiría para ello el crudo fierro forjado o la tosca pero cálida madera.
Hace años atrás conocí a una mujer que se asemejaba a lo que uno podría definir como la perfección. No puedo decir que fuimos amigos, no sé si ella realmente tenga amigos, pero algo de ella pude conocer. La naturaleza, o los genes, la habían dotado de un rostro armonioso, piel tersa, hermosos ojos verdes y cabello dorado como el trigo, a ello sumaba de seguro varios años de trabajo en el gimnasio y dietas estrictas que le permitían lucir un cuerpo que ya se quisiera cualquier modelo y que no dejaba indiferente a nadie, cuestión que complementaba con un exquisito gusto a la hora de elegir que vestir. Supongo que para no caer en el odioso estereotipo de la “rubia tonta” desde niña fue una estudiante aplicada y sobresaliente que continuó sus sesudos estudios en una de las más prestigiosas universidades nacionales y complementó con post grados en el extranjero, así que como era de esperar el éxito profesional (y de paso económico) no tardó en llegar, pero como no era de quienes se les van los humos a la cabeza además poseía bastante simpatía y carisma. En pocas palabras hermosa, atractiva, inteligente, exitosa y de trato agradable, ¿Qué más se podría necesitar para pedirle que fuera la madre de nuestros hijos?
En cierto reunión social en la que había abundado el champagne y con la confianza, y hasta cierto punto impertinencia, que un par de copas otorga le pregunté, más por curiosidad que por galantería, porqué siendo la mujer que era permanecía a nivel de pareja en la más completa y absoluta soledad. Con sus hermosos ojos verdes llenos de una sinceridad aplastante me contestó “porque la mayoría de los hombres me ve como una mujer inalcanzable, y los que no… me ven como un trofeo”.
Supongo que la perfección también tiene sus blancos y negros.

jueves, 15 de abril de 2010

Piedras Nerudianas

Pablo Neruda visitó las ruinas de Machu Pichu en 1943, tan sólo tres décadas después de haber sido descubiertas y en una época en donde conocerlas implicaba pasar varios días sobre el lomo de una mula a través de la cordillera del Urubamba acompañado únicamente por algún guía local y un par de porteadores. En aquellos años el poeta realmente pudo conocer las ruinas de la ciudad incaica y no el atractivo turístico híper visitado con soberbia infraestructura hotelera que existe actualmente.
Una de las cosas que siempre me ha gustado de Neruda es lo simple y concreto de sus versos. Más allá de un exquisito uso del idioma castellano y el adecuado condimento de metáforas e hipérboles, el vate siempre dio a entender claramente lo que pretendió decir, sin lugar a misterios, sin conjeturas y sin lecturas entre líneas.
En su faceta romántica (la más conocida) los poemas de Neruda tienen la virtud de ser absoluta y claramente entendibles e ideales para ser dedicados a cualquier damisela que no necesitará de un diccionario ni de profundos análisis para sentirse halagada. En su otra faceta, la de los versos misceláneos, don Pablo mantuvo esa frescura y sencillez como se ejemplifica en su “Oda al Caldillo de Congrio” que parece más la descripción de una receta que la obra de un premio nobel.
Comento lo anterior porque algo ocurrió en el alma del poeta cuando contempló las piedras levantadas por los Incas, algo lo trastocó y lo conmovió profundamente al punto que las impresiones que dicha visita le provocó decidió guardarlas para sí, mantenerlas en el misterio y no compartirlas abiertamente. Al leer “Alturas de Machu Pichu”, una colección de 12 poemas que terminaron formando parte de su célebre “Canto General”, da la sensación que las palabras y las ideas se agolparon en la mente del poeta con la rapidez de un aluvión cordillerano y que este apenas y pudo, si es que quiso, ordenarlas y buscarles sentido y las plasmó sobre su libro de notas en la misma alocada forma en que tocaban su alma.

“Águila Sideral” verso IX de Alturas de Machu Pichu
“Águila sideral, viña de bruma, bastión perdido, cimitarra ciega,
Cinturón estrellado, pan solemne, escala torrencial, párpado inmenso,
Túnica triangular, polen de piedra, lámpara de granito, pan de piedra,
Serpiente mineral, rosa de piedra, nave enterrada, manantial de piedra,
Caballo de luna, luz de piedra, escuadra equinoccial, vapor de piedra,
Geometría final, libro de piedra.
Témpano entre las ráfagas labrado, madrépora del tiempo sumergido,
Muralla por los dedos suavizada, techumbre por las plumas combatida,
Ramos de espejo, bases de tormenta, tronos volcados por la enredadera,
Régimen de la garra encarnizada, vendaval sostenido en la vertiente,
Inmóvil cataratas de turquesa, campana patriarcal de los dormidos,
Argolla de las nieves dominadas, hierro acostado sobre sus estatuas,
Inaccesible temporal cerrado, manos de puma, roca sanguinaria,
Torre sombrera, discusión de nieve, noche elevada en dedos y raíces,
Ventana de las nieblas, paloma endurecida, planta nocturna, estatua de los truenos,
Cordillera esencial, techo marino, arquitectura de águilas perdidas,
Cuerda del cielo, abeja de la altura, nivel sangriento, estrella construida,
Burbuja mineral, luna de cuarzo, serpiente andina, frente de amaranto,
Cúpula del silencio, patria pura, novia del mar, árbol de catedrales,
Ramo de sal, cerezo de alas negras, dentadura nevada, trueno frío,
Luna arañada, piedra amenazante, caballero del frío, acción del aire,
Volcán de manos, catarata oscura, ola de plata, dirección del tiempo.”

Nota: La fotografía no corresponde a las ruinas de Machu Pichu sino al Laberinto de Chikana también de origen incaico presentes en el altiplano boliviano en el preciso lugar donde se inició la migración de los incas hacia el Cusco.


sábado, 10 de abril de 2010

Reinventado (Republicaión del 19/05/09)

En 1997 luego de un siglo y medio de faena llegó a su fin la explotación de las minas de carbón en la ciudad de Lota. Al cabo de algunos años piques mineros como el famoso Chiflón del Diablo se convirtieron en destacados atractivos turísticos y los mismos mineros que trabajaron allí toda su vida continuaron internándose en las profundidades de la tierra ahora como guías de visitantes ávidos de conocer la vida Subterra. Pocos meses atrás el protagonista de esta fotografía me guió por los intrincados laberintos subterráneos del novelístico Chiflón del Diablo. La interesante experiencia allí vivida sería bastante larga de relatar pero me remitiré a los comentarios de este ex minero respecto a las interminables jornadas de trabajo de más de doce horas, la imposibilidad de calentar alimentos o líquidos pese al frío imperante por temor a provocar una explosión de gas, el cómo niños de ocho años eran iniciados en las faenas mineras, los constantes accidentes fatales y el como buena parte de los mineros desarrollaba enfermedades crónicas como artritis o silicosis. Todo lo visto y oído en aquel lugar me pareció más cercano a una forma moderna de esclavitud que a una actividad productiva, pero este hombre parecía añorar con melancolía sus años horadando la tierra prefiriendo mil veces esa dura forma de vida antes que vivir dependiendo del caprichoso flujo de turistas y curiosos. La reconversión laboral ha sido difícil para estos rudos hombres, pero para bien o para mal la reconversión o más aún la propia reinvención es una constante y casi una necesidad en los tiempos modernos. Cuantos de nosotros hemos estudiado una carrera por vocación y hemos terminado haciendo algo completamente distinto, cuantas veces los cambio de trabajo han implicado también un cambio radical en nuestra forma de mi vida. Entre mis colegas directos cuento un ex estudiante de arquitectura, un ex estudiante de psicología, un ex miembro de las fuerzas armadas y un contador, todos ellos ahora dedicado a la atención de público. La reinvención marca la posibilidad de adaptarnos al siempre caprichoso y cambiante mercado laboral, pero también marca la posibilidad de irnos superando, de continuar creciendo, de no rendirnos ante las circunstancias, de ser capaces de seguir adelante más allá de las vicisitudes de tal o cual crisis personal, laboral o económica. La reinvención es lo que nos permite no anclarnos al pasado ni conformarnos con nuestro presente sino continuar mirando al futuro y aunque encuentro de pésimo gusto vivir citando frases ajenas en esta ocasión se justifica parafrasear las palabras del poeta Nicanor Parra : "...Yo levanto mi copa por el día que vendrá,... que es lo único de lo que realmente disponemos".

Actualización: Después del violento terremoto y siguiente tsunami que estremeció el centro sur Chile, y en donde Lota fue una de las zonas más afectadas, la necesidad de reinventarse se ha hecho más patente y potente que nunca, ya no reinventarse de una actividad laboral a otra sino reinventarse por completo desde donde vivir y en qué trabajar hasta que futuro esperar y que sueños perseguir.

lunes, 5 de abril de 2010

Un Minuto de Magia

Hace algunos meses presenté en este sitio una foto titulada “Devoción” (pueden visitarla haciendo click sobre el link) la que pensaba presentar a un concurso de fotografía patrimonial organizado por la Municipalidad de Valparaíso. Algunas semanas atrás recibí un llamado de la secretaria de la oficina de Arte y Cultura del referido municipio en la que me informaba que mi trabajo había sido seleccionado entre aquellos que pasarían a formar parte de la colección permanente del Patrimonio Fotográfico de la ciudad.
Y días después allí estaba yo, al interior de esos salones consistoriales usualmente vedados al común de los mortales sintiendo una mezcla de orgullo, satisfacción, miedo y ansiedad por ver mi trabajo ampliado a 60 x 80 cm., cuidadosamente enmarcado y exhibido en las paredes de un museo junto a otras cuarenta fotografías de gran factura, algunas obras de prestigiados profesionales de las artes visuales y otras de tipos tan anónimos como yo.
Como era de suponer la ceremonia donde se inauguró la exposición fue dirigida por un rimbombante locutor que saludo a todos los presentes haciendo especial mención a las autoridades comunales, a los representantes de las escuelas de arte de ciertas universidades y al agregado cultural de México que nunca entendí bien que hacía allí; luego vino el discurso del alcalde: “Gracias por su participación, bla, bla, bla… nos enorgullece su trabajo, bla, bla, bla… fueron seleccionados entre más de mil participantes, bla, bla, bla… buenos deseos para todos, etc, etc, etc”; acto seguido vino la presentación del jurado seleccionador en el que se contaba un respetado fotógrafo que por su edad debió iniciarse en los años de la fotografía en blanco y negro, un reconocido artista plástico nacional que por su vestimenta parecía venir llegando del concierto de Woodstock, el director de cultura del municipio y un trío de profesores universitarios.
Luego de brindar un reconocimiento a cada obra en particular se dio inicio al usual “pan y circo” de estos eventos. El pan era un abundante coctel de camarones apanados, petit buches y vino, y el circo era un músico caracterizado como un bufón medieval que con su acordeón intentaba amenizar la velada.
Junto con el coctel buena parte de los fotógrafos participantes, seguramente más avezados que yo, aprovecharon de acercarse al director de la oficina de Arte y Cultura de la municipalidad intentando encontrar su auspicio para exponer en solitario sus obras; otros buscaban la omnisapiente critica y consejos del mencionado artista plástico estilo años setentas; y otros sencillamente se dedicaban a coquetear con la agraciada secretaria del alcalde; en tanto yo,… bueno yo tan solo me dedicaba a disfrutar de mi minuto de magia sintiendo el orgullo (en términos más de satisfacción que de simple egolatría) de que una de mis fotos estuviera colgada en la sala de un museo mientras un simpático bufón entonaba con su acordeón buena parte de la banda sonora que Yann Tiersen compuso para la película Amelie.