jueves, 20 de agosto de 2009

Niña de Amantani (Republicación del 15/05)

No sé su nombre, tampoco qué estará haciendo en estos momentos o si seguirá viviendo en la lejana isla donde tomé esta fotografía, solo sé bien que hasta el día de hoy me cautiva esa enigmática sonrisa que apareció tan solo al decirle "¿te puedo tomar una foto?".
Fue en Febrero de 2008 que con mi hijo decidimos viajar a conocer el Lago Titicaca, maravilla natural enclavada en pleno altiplano andino compartida por Perú y Bolivia. Entre el ir y venir de la travesía fue que arribamos luego de un par de horas de navegación desde la ciudad puerto de Puno a la isla de Amantani, la más grande del Lago Titicaca peruano, hasta entonces un lugar del que solo había leído algunos relatos vagos en una que otra página de internet.
Llegamos en compañía de un grupo de turistas, en su mayoría europeos, y fuimos recibidos en el embarcadero de la isla por una delegación de su comunidad. En Amantani no existen hoteles, tampoco restaurantes, así que los visitantes son hospedados por los mismos comuneros de origen quechua en sus humildes casa hechas en su mayoría de adobe, esto aparentemente brinda la oportunidad única de compartir un día en la típica vida de los amantaninos pero como estos son extremadamente tímidos y reservados las conversaciones no son muy profusas y él día de permanencia en la isla se encuentra cargado de actividades organizadas para los turistas por la comunidad, tales como ver el atardecer desde los alto del monte Llacastiti donde se encuentra un altar a Pachatata, deidad masculina de la tierra, o participar de una colorida fiesta folklórica en la sede comunitaria.
No fue hasta nuestro segundo día en la isla, a la hora del desayuno previo a partir de regreso al embarcadero para continuar viaje rumbo a la vecina isla de Taquile, que me di cuenta que la casa en la que habíamos alojado era habitada por una numerosa familia y no tan solo por Jacqueline, la comunera que había oficiado de anfitriona. Además de ella vivía allí su anciano padre, su esposo, un par de mujeres más y un grupo de infantes, entre ellos la pequeña de la fotografía.
Ha pasado más de un año desde aquello y cada vez que observo esta foto me cuestiono el no haber conversado más con ellos, el no haber sabido quienes eran en realidad, el no haber preguntado sus nombres. Cuantas personas se nos cruzan a diario, y en algunos casos en forma constante, en nuestro camino y no sabemos nada de ellas, el chofer del taxi colectivo que tomamos cada mañana, la cajera del autoservicio donde compramos el cappuccino al medio día, los profesores de nuestros hijos, la secretaria de la consulta médica y un sin fin de gentes que siempre están allí, cuyos rostros forman parte de nuestras vivencias, pero de las cuales sencillamente no sabemos nada, ni siquiera como se llaman.
Esta foto me recuerda cada día al menos averiguar el nombre de quienes se cruzan en mi camino. No hay nada más agradable que el que alguien se dirija a nosotros por nuestro nombre, es el primer elemento que nos identifica y una de las cosas que nos hace únicos e irrepetibles.
En mi trabajo llevó una placa con mi nombre escrito y es en extremo placentero cuando algún cliente me dice "Luis puede usted ayudarme...", en lugar de un distante "señor" o "caballero".
Espero algún día regresar a Puno en el altiplano andino, navegar dos horas por el Lago Titicaca hasta llegar al embarcadero de Sancayuni en la isla de Amantani, subir por sus sinuosos caminos hasta un conjunto de casas al pie del monte Llacastiti y encontrar nuevamente el hogar de Jacqueline tan solo para preguntarle "¿Cual es el nombre de tu hija?".

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu fotografía hace Literatura,
tu literatura hace fotografía.

Siempre es un placer tomar un sorbo frente a tu Blog

Ana dijo...

En el dibujo de tu vida, seguramente esta niña sin nombre, sea una puntada para que otras figuras cobren formas. Que escribas sobre ella, tu reflexión sobre la manera de contactarte con los otros ya son puntadas que la nombran. Los hechos suceden màs allà de nosotros. Si vuelves por ella, un abrazo de mi parte a esa hermosa niña.

Unknown dijo...

un hermoso recuerdo,
y una magnifica reflexión,
me encanto tu relato tu foto pero sobretodo tu idea, la cual presenta una sensibilidad infrecuente en nuestra cotidianeidad,
un abrazo

Anónimo dijo...

Esos detalles que se nos escapan y que luego nos damos cuenta de que se nos han escapado nos hacen mejorar y evitar que sigamos, aunque sea por alguna costumbre sin mas, dejando de hacer cosas muy importantes. Me apunto a fijarme mas en los nombres.

Fantástica foto. Esa sonrisa vale mas que mil tratados y ensayos.





John W.

pepa mas gisbert dijo...

Quizás esa timidez propia de los habitatantes del lago Titicaca sea una forma de vida, una manera de ser (es solo una idea claro, no conozco la zona y tu nos podrás ilustrar mejor). Es bueno conocer el nombre de las personas si, y llamarlas con él, y preguntarles y responder y escuchar. Y entender áquel que hace de su no hablar su forma de vida. Somos tan distintos unos de otros y en eso radica nuestra grandeza.

Un abrazo, maravillos fotografía, sin saber su nombre, ha dejado una hermosa huella en ti.