Cada atardecer de estío el caudaloso río Bío Bío se tiñe de múltiples matices índigos que contrastan con el profundo verdor de los valles que atraviesa en su largo camino desde los macizos andinos al Océano Pacífico. En el horizonte la cordillera se pinta de negro en tanto sus altas cumbres despuntan en tonos fucsias y purpúreos, entre estas destaca la espectral silueta del volcán Antuco, tristemente grabado a fuego, o más bien a hielo, en la memoria colectiva del Chile contemporáneo.
El 18 de abril del año 2005 un par de centenares de jóvenes de no más de diecinueve años entraron por las custodiadas puertas del Regimiento Reforzado de la ciudad de Los Ángeles para cumplir con su Servicio Militar Obligatorio, aunque de obligatorio poco porque en su mayoría eran muchachos de condición humilde que se presentaron como voluntarios buscando encontrar en el ejército un sueldo digno cada fin de mes, beneficios en educación y salud, y en resumen una mejor calidad de vida que la que se pudiera esperar en el duro vivir de campesinos al que parecían estar destinados.
Exactamente un mes después se encuentran a punto de finalizar su período de entrenamiento que culminará con la ceremonia de juramento a la bandera luego de la cual serán asignados a sus reparticiones definitivas donde servirán por un año y de hacerlo en forma destacada se les ofrecerá la posibilidad de contratarse como funcionario de planta del ejército. Pero aún falta un obstáculo, una dura campaña de varios días en plena cordillera en donde deberán poner en práctica todo lo que sus instructores les han enseñado.
A pesar de lo duro que pueden ser los juegos de guerra la campaña se ha llevado a cabo sin contratiempos y de acuerdo a la planificación previa, los jóvenes conscriptos han demostrado su bravura y los oficiales se encuentran satisfechos con los resultados de su entrenamiento, sólo queda una sencilla y final marcha de algunos kilómetros por la ladera norte del volcán Antuco, un verdadero juego de niños para estos ya recios hombres. Sin embargo la madrugada previa la cumbre del macizo montañoso se cubrió de nubes sombrías que al ojo experto hacían recomendable más prudencia que excesiva confianza y por sobre todo más humildad que altanería.
Un tozudo Coronel que por desgracia comandaba al batallón en campaña desestimó las aprensiones de los arrieros de la zona, “Qué han de saber más que yo estos campesinos cuidadores de ovejas, no en vano estudié y me perfeccioné en las mejores academias militares del continente” debió haberse dicho; tampoco escuchó los consejos de sus experimentados sargentos, “Aún no entiende esta gente que las decisiones aquí las tomo yo, por algo ellos son sargentos y yo soy Coronel” debió haberse dicho; hizo oídos sordos a los temores de sus jóvenes oficiales, “Estos tenientes deben aprender a gobernar a sus soldados y a no demostrar miedo, menos a unas cuantas nubes” debió haberse dicho; ni siquiera presto importancia a los informes meteorológicos, “Un poco de viento y algunos copos de nieve no dañará a los conscriptos, a fin de cuentas se han entrenado para ser bravos soldados y no excursionistas de fin de semana”, debió haberse dicho; y aunque no había ningún apremiante, tenían provisiones para varias semanas en el refugio donde se encontraban acantonados, y aunque era solo un entrenamiento pues no estábamos en guerra, de hecho la última batalla librada por nuestro ejército fue hace más de un siglo, y aunque la ceremonia de juramento a la bandera podía aplazarse perfectamente un par de días, una hora después del amanecer con voz clara y firme dio la orden de marchar.
Aún si fueran ciertas las creencias de los indígenas de la zona de que un traicionero espíritu habita en las profundidades de cada volcán el paso de un centenar de hombres no sería suficiente para despertarlo, la naturaleza no es cruel ni benigna sencillamente cumple con su ciclo: calor en verano frío en invierno.
Pasada una hora de marcha y faltando otras cuatro para llegar a destino la suave llovizna se transformó en viento blanco, la más temida de la ventiscas y aquella con la que ninguno de los que conocemos de montaña quisiéramos encontrarnos. La nieve cae copiosamente alcanzando en minutos un par de metros sobre el suelo, la visibilidad se reduce al mínimo imaginable, el silbido del viento ahoga todo sonido que pueda servir de orientación, la temperatura baja súbitamente varios grados bajo cero, la hipotermia hace el resto.
Se debió esperar hasta los deshielos primaverales varios meses después para encontrar el último de los cuarenta y cinco cuerpos que terminaron cubiertos por más de siete metros de nieve, cuarenta y cinco ataúdes cubiertos con la bandera nacional y enterrados con honores militares, cuarenta y cinco niños soldados que sólo siguieron órdenes confiados en la sabiduría de la superioridad de mando.
Se le ha querido llamar los “Héroes de Antuco”, pero héroe es quien expone su vida por una noble causa, por un bien superior, por el bienestar de otros, para mí son tan sólo las “víctimas”, no del volcán Antuco que ninguna culpa tiene en esto sino las víctimas de un hombre que creyó que poseía la razón absoluta y que sus órdenes debían ser tan sólo obedecidas y nunca cuestionadas.
El nombre del Coronel… ¿Realmente vale la pena recordarlo?
El 18 de abril del año 2005 un par de centenares de jóvenes de no más de diecinueve años entraron por las custodiadas puertas del Regimiento Reforzado de la ciudad de Los Ángeles para cumplir con su Servicio Militar Obligatorio, aunque de obligatorio poco porque en su mayoría eran muchachos de condición humilde que se presentaron como voluntarios buscando encontrar en el ejército un sueldo digno cada fin de mes, beneficios en educación y salud, y en resumen una mejor calidad de vida que la que se pudiera esperar en el duro vivir de campesinos al que parecían estar destinados.
Exactamente un mes después se encuentran a punto de finalizar su período de entrenamiento que culminará con la ceremonia de juramento a la bandera luego de la cual serán asignados a sus reparticiones definitivas donde servirán por un año y de hacerlo en forma destacada se les ofrecerá la posibilidad de contratarse como funcionario de planta del ejército. Pero aún falta un obstáculo, una dura campaña de varios días en plena cordillera en donde deberán poner en práctica todo lo que sus instructores les han enseñado.
A pesar de lo duro que pueden ser los juegos de guerra la campaña se ha llevado a cabo sin contratiempos y de acuerdo a la planificación previa, los jóvenes conscriptos han demostrado su bravura y los oficiales se encuentran satisfechos con los resultados de su entrenamiento, sólo queda una sencilla y final marcha de algunos kilómetros por la ladera norte del volcán Antuco, un verdadero juego de niños para estos ya recios hombres. Sin embargo la madrugada previa la cumbre del macizo montañoso se cubrió de nubes sombrías que al ojo experto hacían recomendable más prudencia que excesiva confianza y por sobre todo más humildad que altanería.
Un tozudo Coronel que por desgracia comandaba al batallón en campaña desestimó las aprensiones de los arrieros de la zona, “Qué han de saber más que yo estos campesinos cuidadores de ovejas, no en vano estudié y me perfeccioné en las mejores academias militares del continente” debió haberse dicho; tampoco escuchó los consejos de sus experimentados sargentos, “Aún no entiende esta gente que las decisiones aquí las tomo yo, por algo ellos son sargentos y yo soy Coronel” debió haberse dicho; hizo oídos sordos a los temores de sus jóvenes oficiales, “Estos tenientes deben aprender a gobernar a sus soldados y a no demostrar miedo, menos a unas cuantas nubes” debió haberse dicho; ni siquiera presto importancia a los informes meteorológicos, “Un poco de viento y algunos copos de nieve no dañará a los conscriptos, a fin de cuentas se han entrenado para ser bravos soldados y no excursionistas de fin de semana”, debió haberse dicho; y aunque no había ningún apremiante, tenían provisiones para varias semanas en el refugio donde se encontraban acantonados, y aunque era solo un entrenamiento pues no estábamos en guerra, de hecho la última batalla librada por nuestro ejército fue hace más de un siglo, y aunque la ceremonia de juramento a la bandera podía aplazarse perfectamente un par de días, una hora después del amanecer con voz clara y firme dio la orden de marchar.
Aún si fueran ciertas las creencias de los indígenas de la zona de que un traicionero espíritu habita en las profundidades de cada volcán el paso de un centenar de hombres no sería suficiente para despertarlo, la naturaleza no es cruel ni benigna sencillamente cumple con su ciclo: calor en verano frío en invierno.
Pasada una hora de marcha y faltando otras cuatro para llegar a destino la suave llovizna se transformó en viento blanco, la más temida de la ventiscas y aquella con la que ninguno de los que conocemos de montaña quisiéramos encontrarnos. La nieve cae copiosamente alcanzando en minutos un par de metros sobre el suelo, la visibilidad se reduce al mínimo imaginable, el silbido del viento ahoga todo sonido que pueda servir de orientación, la temperatura baja súbitamente varios grados bajo cero, la hipotermia hace el resto.
Se debió esperar hasta los deshielos primaverales varios meses después para encontrar el último de los cuarenta y cinco cuerpos que terminaron cubiertos por más de siete metros de nieve, cuarenta y cinco ataúdes cubiertos con la bandera nacional y enterrados con honores militares, cuarenta y cinco niños soldados que sólo siguieron órdenes confiados en la sabiduría de la superioridad de mando.
Se le ha querido llamar los “Héroes de Antuco”, pero héroe es quien expone su vida por una noble causa, por un bien superior, por el bienestar de otros, para mí son tan sólo las “víctimas”, no del volcán Antuco que ninguna culpa tiene en esto sino las víctimas de un hombre que creyó que poseía la razón absoluta y que sus órdenes debían ser tan sólo obedecidas y nunca cuestionadas.
El nombre del Coronel… ¿Realmente vale la pena recordarlo?
6 comentarios:
El peor pecado del hombre, la estupidez.
Saludos, estupendo texto
Yo diría que fueron victimas de la soberbia y la estulticia de un hombre.
Me gustó el relato
Saludos
Leo las entradas de su blog, esperando encontrarme cada vez algo que merece la pena leer y saber, y no me defrauda nunca.
Gracias
al oeste como al este de esta bendita cordillera se suceden como espejo los acontecimientos a pesar de la creencia que esas alturas separan las agua de distintos habitantes con distintas realidades, el subdesarrollo primario el del capitalismo dependiente y la soberbia de quienes habitamos estos terruños nos tienen así con un destino trágico trazado, por historia y por colaboracionismo de nuestra clase dirigente,
y si vale la pena el nombre mas que el nombre el destino ,que colijo habrá sido benévolo con un tan noble protector de nuestros destinos,
un abrazo
agradeciendo tus bellas palabras por mis lares me encuentro con aun mas bellas , emotivas y profundas por los tuyos....por dios cuanto talento y cuanta sensibilidad acompañada de imagenes que te invitan a reflexionar...te sigo y volvere asi tan seguido que terminaremos haciendonos muy conocidos....
un abrazo grande
la cote
p.d: soy de quilpue , estudie en valparaiso por lo que tu perfil me lleva a recuerdos muy bellos...
un beso
Bella foto que invita a soñar. Buen texto informativo. Te dejo un beso, cuidate mucho.
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