Llegó Diciembre junto a él la Navidad y como trabajo en el comercio en esta época los días se me pasan volando entre atender la fiebre consumista de los clientes, reponer los stock de mercadería, coordinar despachos, organiza turnos de trabajo, para regresar rendido a casa, comer algo, dormir un poco e iniciar otro día igual que el anterior. En esta vorágine cuando nuevamente tenga tiempo de descansar sin quedarme dormido al instante y sumirme en mis pensamientos me encontraré ad portas de Enero, para mí el mes más ansiado del año no sólo por la llegada del verano austral sino porque es sinónimo de “merecidas vacaciones”, quince añorados días que justifican un año de esfuerzos.
La elección del destino para pasar las vacaciones siempre ha sido un asunto al que le he dedicado una suma importancia, y creo que más importante que el lugar elegido en sí son las razones para viajar hasta allí.
Cuando contaba quince años me limitaba a acatar, a veces a regañadientes, el lugar elegido por mis padres para vacacionar; ya en los veinte mi principal motivador era un destino en donde la cerveza fuera barata, abundaran los locales nocturnos y la fiesta no tuviera fin; hacia los veinticinco, como es propio a los primeros años de matrimonio, quería descubrir el rincón más romántico del mundo; luego en los treinta, con el mismo matrimonio ahora llegado a brusco fin, sólo quería hallar un refugio donde sanar mis heridas; llegando a los treinta y cinco mi búsqueda estuvo orientada a la aventura y los deportes extremos, quizás como una forma de aferrarse a la juventud que comenzaba a marcharse inexorable.
Mucho he pensado que es lo que me motiva ahora ya casi encima de los cuarenta, indudablemente la principal razón es compartir experiencias y descubrir lugares junto a mi hijo adolescente que tal como lo hiciera yo sólo se limita a aceptar mis en ocasiones alocados planes veraniegos. Pero de alguna forma el verdadero elemento motivador, la verdadera búsqueda, está en construir “futuras nostalgias”, imágenes, vivencias y conversaciones dignas de ser recordadas algún día cuando sean imposibles de repetir, no me refiero a esos viejos videos caseros que los abuelos muestran a sus nietos para demostrarles que sus padres también fueron niños en alguna época, me refiero a esos lugares que quedan grabados no en la mente sino en el alma, aquellos a los sin importar el paso del tiempo se hacen tan parte de uno que siempre dan ganas de regresar. Eso es lo que busco para estas vacaciones un viaje que me lleve a un lugar al que querer regresar.
Tengo medianamente definido mi próximo destino, pero de él de seguro les contaré en los primeros días de Febrero, por ahora les comparto el lugar de la fotografía al que llegué casi por casualidad hace un par de años: se trata de Yumani, un asentamiento aymara ubicado en el costado oriental de la Isla del Sol en medio del Lago Titicaca en el altiplano boliviano. Para llegar hasta allí se debe navegar por más de una hora desde el puerto de Copacabana por las aguas turquesas del ojo de agua andino hasta bordear los rocosos acantilados que coronan el extremo sur de la isla donde es posible contemplar las ruinas de un palacio incaico construido hace más de quinientos años. Luego de bordear los filosos roqueríos por más de media hora se accede a una pequeña playa de no más de ochenta metros de extensión y unos quince de profundidad cubierta de una fina arena blanca con un embarcadero de piedra justo en su centro en el que usualmente recalan vistosas embarcaciones hechas con totora como las que surcaban el Titicaca en la época prehispánica. La arena es seguida por un frondoso prado de un intenso verde luego del cual se alza la suave pendiente de una colina que asciende a la parte alta de la isla coronada de grandes árboles cuyas copas parecieran inclinarse hacia las aguas. En uno de sus extremos, casi oculta entre la floresta, se encuentra una escala de unos cinco metros de ancho construida por los antiguos incas en piedra blanca de cantera con peldaños de regular altura y que sube por la pendiente unos cincuenta metros hasta alcanzar una vertiente enlozada en roca cuyas aguas descienden canturreantes por el costado de los peldaños hasta unirse con el Lago.
Paradojalmente la constante búsqueda de nuevos lugares a los que querer regresar de seguro me impedirá regresar algún día a Yumani, para aunque nunca vuelva a estar allí de alguna forma tampoco nunca he regresado de ese viaje y una buena parte de mí se quedó eternamente sentada en la hierba junto a la fuente del Inca una soleada tarde de verano observando a los tímidos y distraídos comuneros aymaras que llenan sus vasijas de greda con las aguas del manantial, mientras en la pendiente de la colina algunas mujeres se dedican a sus tejidos y otras pastorean algunas cabras. Abajo el Titicaca como un espejo refleja el profundo azul del cielo andino hasta perderse en el horizonte donde parece fusionarse con las cumbres nevadas de Los Andes orientales.
La elección del destino para pasar las vacaciones siempre ha sido un asunto al que le he dedicado una suma importancia, y creo que más importante que el lugar elegido en sí son las razones para viajar hasta allí.
Cuando contaba quince años me limitaba a acatar, a veces a regañadientes, el lugar elegido por mis padres para vacacionar; ya en los veinte mi principal motivador era un destino en donde la cerveza fuera barata, abundaran los locales nocturnos y la fiesta no tuviera fin; hacia los veinticinco, como es propio a los primeros años de matrimonio, quería descubrir el rincón más romántico del mundo; luego en los treinta, con el mismo matrimonio ahora llegado a brusco fin, sólo quería hallar un refugio donde sanar mis heridas; llegando a los treinta y cinco mi búsqueda estuvo orientada a la aventura y los deportes extremos, quizás como una forma de aferrarse a la juventud que comenzaba a marcharse inexorable.
Mucho he pensado que es lo que me motiva ahora ya casi encima de los cuarenta, indudablemente la principal razón es compartir experiencias y descubrir lugares junto a mi hijo adolescente que tal como lo hiciera yo sólo se limita a aceptar mis en ocasiones alocados planes veraniegos. Pero de alguna forma el verdadero elemento motivador, la verdadera búsqueda, está en construir “futuras nostalgias”, imágenes, vivencias y conversaciones dignas de ser recordadas algún día cuando sean imposibles de repetir, no me refiero a esos viejos videos caseros que los abuelos muestran a sus nietos para demostrarles que sus padres también fueron niños en alguna época, me refiero a esos lugares que quedan grabados no en la mente sino en el alma, aquellos a los sin importar el paso del tiempo se hacen tan parte de uno que siempre dan ganas de regresar. Eso es lo que busco para estas vacaciones un viaje que me lleve a un lugar al que querer regresar.
Tengo medianamente definido mi próximo destino, pero de él de seguro les contaré en los primeros días de Febrero, por ahora les comparto el lugar de la fotografía al que llegué casi por casualidad hace un par de años: se trata de Yumani, un asentamiento aymara ubicado en el costado oriental de la Isla del Sol en medio del Lago Titicaca en el altiplano boliviano. Para llegar hasta allí se debe navegar por más de una hora desde el puerto de Copacabana por las aguas turquesas del ojo de agua andino hasta bordear los rocosos acantilados que coronan el extremo sur de la isla donde es posible contemplar las ruinas de un palacio incaico construido hace más de quinientos años. Luego de bordear los filosos roqueríos por más de media hora se accede a una pequeña playa de no más de ochenta metros de extensión y unos quince de profundidad cubierta de una fina arena blanca con un embarcadero de piedra justo en su centro en el que usualmente recalan vistosas embarcaciones hechas con totora como las que surcaban el Titicaca en la época prehispánica. La arena es seguida por un frondoso prado de un intenso verde luego del cual se alza la suave pendiente de una colina que asciende a la parte alta de la isla coronada de grandes árboles cuyas copas parecieran inclinarse hacia las aguas. En uno de sus extremos, casi oculta entre la floresta, se encuentra una escala de unos cinco metros de ancho construida por los antiguos incas en piedra blanca de cantera con peldaños de regular altura y que sube por la pendiente unos cincuenta metros hasta alcanzar una vertiente enlozada en roca cuyas aguas descienden canturreantes por el costado de los peldaños hasta unirse con el Lago.
Paradojalmente la constante búsqueda de nuevos lugares a los que querer regresar de seguro me impedirá regresar algún día a Yumani, para aunque nunca vuelva a estar allí de alguna forma tampoco nunca he regresado de ese viaje y una buena parte de mí se quedó eternamente sentada en la hierba junto a la fuente del Inca una soleada tarde de verano observando a los tímidos y distraídos comuneros aymaras que llenan sus vasijas de greda con las aguas del manantial, mientras en la pendiente de la colina algunas mujeres se dedican a sus tejidos y otras pastorean algunas cabras. Abajo el Titicaca como un espejo refleja el profundo azul del cielo andino hasta perderse en el horizonte donde parece fusionarse con las cumbres nevadas de Los Andes orientales.
11 comentarios:
Hay que maravilla, esta época agota a cualquiera, yo estoy tan cansada que me conformo con Algarrobo, con unos pesitos más me voy al sur. Ten por seguro que con tu trabajo,uff!! vas a necesitar un buen descanso,espero que todo salga bien para que resulten tus planes, y nos llenes con lindas imágenes y hermosas palabras, besitos paty
No me suelen gustar las Navidades, mas que nada porque para ser feliz tengo el resto del año...
Besicos
Cuanta razón tienes en lo de los viajes. He recordado el poema de Carlos Marzal que una vez coloqué en mi blog precisamente porque estaba a punto de irme a un viaje muy deseado.
Aquí te lo dejo: la noche antes del viaje
Un abrazo
La evolución de la persona, Luis, es la evolución de la persona.
La vida nos va llevando por fases que solo nos intentan preparar para la muerte. Debemos intentar disfrutar de ellas, que no es poco.
Supongo que el misterio de la vida lo entenderemos en el momento en el que expiremos. Supongo.
Me encanta viajar!
Y es cierto que independientemente de lo que visitas o conoces de nuevo, lo que en realidad se recuerda o desea uno repetir es la sensación, lo que uno se llevó consigo de esos viajes.
Yo creo que una de las cosas más importantes de un viaje no es el lugar sino la compañía, el compartir con quien sea aquellos sentimientos y sensaciones en aquel momento. Uno recuerda eso, verdad?
Para lo otro, ya están las fotos.
Precioso lugar el de la imagen!
Un besito
Lala
Soy mala para los viajes, siempre termino quedándome en el sitio al que viajo... jamás he permanecido una década a donde he viajado...y cuando viajo, procuro volver y cuando vuelvo...me quedo...supongo que no nací para nómada y que hay pocas cosas que me atan al suelo...no me apego a nada y no dejo que nada se apegue a mi... Debe ser que he nacido para el mundo y para que ninguno de los dos nos sintamos forzados a permanecer juntos...
Me ha gustado eso que dices de "crear" futuras nostalgias, espero que no me toque el alzheimer porque me quedaría sin eso que he vivido y me ha hecho tan feliz...
Besos.
viajar, mmmm hace mucho que no lo hago, pero ahora que llegan las fiestas decembrinas y el tiempo para estar con la familia, aprovechare ese viaje a los mejores tiempos.
aprovechare al maximo a los que le dan sentido a esta vida mia.
gracias por el detalle.
como siempre es un gusto leerte.
saludos desde mi pequeño bosque.
Luis...
que hermoso lugar!! y es cierto cuando se llega a un lugar que nos llena el alma... uno se queda para siempre... o se lo lleva con uno en pequeños momentos y grandes recuerdos!!! precioso! ojala si te gustó tanto puedas volver!!
hermosos días amigo querido!!
beso!!!
Quién no tiene (o necesita) un lugar al que "regresar".
Siempre me resulta paradójico una navidad en manga corta. Sonrío.
Quizás encuentres partes mias que se negaron a regresar de Yumani cuando llegó el momento de la partida. Pues, amigo, diles que volveré por ellas, quizás. Y si no lo hago, pues... que sepan que que es el lugar que justificó una íntima sublevación. Gracias. Un abrazo.
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