martes, 31 de agosto de 2010

El Amo del Gallinero

Lo que más recuerdo de la casa en la que viví mi infancia y adolescencia es su inmenso patio, con un frondoso parronal, dos gigantescos duraznos, una cuidada huerta y en su parte posterior un enorme gallinero atiborrado de gallinas, patos y pavos, que dejaba en evidencia la ascendencia campesina de mi madre.
Este corral era “gobernado” por un hermoso y enorme gallo negro azabache con preciosas plumas tornasol en su cola dotado de tal desplante que hacía retroceder incluso a los pavos mucho más grandes que él.
No contaba más de ocho o nueve años cuando un día mi madre me pidió, como era habitual, que fuera a buscar algunos huevos frescos al criadero. En cuanto traspuse la puerta de madera noté que el mencionado gallo no se sintió muy cómodo con mi presencia y no alcance a dar más de dos pasos cuando este se me abalanzó y dando un potente salto me prodigó una docena de patadas en uno de mis muslos. De más está decir que salí corriendo despavorido buscando el refugio en los brazos de mis padres.
Supongo que el ave en cuestión me consideró una amenaza para él o para los suyos, mal que mal iba a sacar los huevos por él fecundados, o tal vez se encontraba en época de apareamiento y deseaba impresionar a su harem, o quizás simplemente lo encontré en un mal día. De seguro su accionar elevó sus bonos al interior del gallinero pero lo que de seguro no sopesó es que en lo que a mí respecta me provocaría una fobia a las aves de corral que persiste hasta el día de hoy casi treinta años después, y que por su parte le significaría terminar un día más tarde al interior de una cacerola.
Hace un par de año tuve por jefe a un gerente que gustaba de dar muestras de autoridad llegando incluso a despedir sin miramientos y en forma arbitraria a más de alguno de mis compañeros de trabajo. Supongo que nunca sopeso las consecuencias de enviar a uno de sus subordinados a la cesantía como tampoco que los reclamos sindicales harían que al poco tiempo otro gallo con más plumas que él le haría entrega de su propia notificación de despido.
Entre el gallo de mi infancia y el accionar de don Carlos aprendí que aún siendo el amo del gallinero, e incluso teniendo la razón, las pataletas descontroladas siempre traen repercusiones.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Arte Sana

Recuerdo que hace algunos años atrás estando de viaje por un país vecino encontré en una feria unos hermosos joyeros de cuero con hermosos dibujos y con el nombre de la ciudad en la que me encontraba grabada en un costado. Considerándolo una pieza autóctona no dude un segundo en llevarlo como obsequio para mi madre que posee una extensa colección de cofres. Meses después, estando ya en casa, un día paseando por una feria artesanal encontré un puesto con al menos una docena de exactamente los mismos receptáculos, con los mismos dibujos pero grabado el nombre de Valparaíso en uno de sus lados. La situación me resulto entre cómica e indignante, en especial porque en Chile eran considerablemente más económicos, pero me sirvió mucho para tener más cuidado e informarme mejor en mis siguientes viajes.
El término artesanía es definido como el trabajo realizado en forma manual sin el auxilio de la energía mecánica, en el que cada pieza es distinta a las demás, diferenciándose así del trabajo en serie o industrial. Los angloparlantes, en ocasiones más concretos en sus acepciones, le llaman “handcraft” = oficio manual. Pero en la era de la globalización uno de los principales problemas de los artesanos es competir con los productos procedentes de procesos industriales de bajo coste manufacturados en algún país del tercer mundo, con apariencia similar pero con menor precio y calidad.
Lamentablemente al parecer esta masificación de la producción en serie no se limita a la confección de vestuario o la venta de suvenires, sino que también quiere ser impuesta sobre el actuar de las personas usando como pretexto la estandarización de los servicios.
Para muestra un botón: si se nos antoja comer una hamburguesa con papas fritas en Mc Donald’s, poco importa si nos encontramos en Londres, Buenos Aires, Moscú o Samarcanda, en todos los locales nos saludaran de la misma forma, tomarán nuestro pedido de acuerdo al mismo protocolo, nos preguntarán si deseamos agrandar nuestras papas y nuestra bebida, se tardarán lo mismo en la cocción y finalmente el sabor será exactamente el mismo. Esto también aplica para farmacias, bancos, supermercados y demases.
Lo anterior puede ser visto como algo beneficioso por algunos o sencillamente intrascendente por otros, pero ¿Dónde queda el valor de la singularidad? Y es que prefiero que la chica que me vende el café cada mañana me salude por mi nombre y de acuerdo a su estado de ánimo a que me recite un mecánico discurso aprendido de memoria y predefinido por algún analista de marketing.
Humildemente me rebelo contra el estándar, me rebelo contra la producción en serie de seres humanos, me rebelo contra un mundo de clones. Anhelo, aunque sea difícil de encontrar y un tanto más costoso de adquirir, lo hecho por las propias manos, el atendido por sus propios dueños, la conversación personalizada, en resumen anhelo encontrarme con la maravillosa singularidad de cada ser humano que se cruza en mi camino.

viernes, 20 de agosto de 2010

Carnavalesque

En una entrada previa resalté los hermosos valores y tradiciones presentes en la celebración del año nuevo del pueblo mapuche, cargado de un profundo recogimiento y en un ambiente íntimo y familiar. Pero lo anterior no excluye que también valore aquellas fiestas más bullangueras de participación masiva y popular, de hecho en el mes de Septiembre soy uno de los primeros “endieciochados”, término que en Chile ocupamos para quienes celebran profusamente las fiestas patrias conmemoradas el día dieciocho de dicho mes. De igual forma espero con ansias aquellos días que van entre la noche del treinta y uno de Diciembre y el primer fin semana de Enero donde en Valparaíso los festejos por la llegada del nuevo año se inician con un colorido espectáculo de fuegos artificiales y finalizan con la realización de los Carnavales Culturales de la ciudad.
Disfruto de todo aquello cercano a un carnaval. Creo que nuestras sociedades necesitan reírse más, bailar más, cantar más a coro y abrazarse más. Es en medio de esos ambientes de jolgorio donde las odiosas diferencias se dejan de lado y un acomodado ejecutivo puede intercambiar un trago de su Don Pérignon con la cerveza barata de un desempleado a la vez que ambos se funden en un apretado abrazo colmado de parabienes.
¡Viva la fiesta! ¡Viva la celebración! ¡Viva el carnaval!, y tomando prestada parte de la letra de la canción Fiesta de Serrat:

“Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano
Bailan y se dan la mano sin impórtales la facha.
Juntos los encuentra el sol a la sombra de un farol
Empapados en alcohol magreando a una muchacha.

Y con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza,
Vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas.
Se despertó el bien y el mal, la zorra pobre al portal
La zorra rica al rosal y el avaro a las divisas.

Se acabó, el sol nos dice que llegó el final,
Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual.”



PD: Con la llegada de Septiembre se inician las conmemoraciones del bicentenario de nuestra República, ¡Vaya que fiesta va a ser esa!

domingo, 15 de agosto de 2010

We Tripanto

Como la mayoría de las comunidades indígenas sudamericanas los mapuches, pueblo originario que habita el sur de Chile y Argentina, celebran el solsticio invernal como el punto de partida de un nuevo año, cuestión que podría parecer a simple vista contradictoria porque la fecha marca el punto culmine en términos de las inclemencias meteorológicas y quedando aún por delante los meses más duros del invierno. Pero nuestros pueblos ancestrales no lo ven así, para ellos ya ha tenido lugar la noche más larga y de ese instante en adelante, a pesar del frío, cada día será más luminoso que el anterior.
En la cosmovisión mapuche “Antu” (el sol) hace meses inició un viaje alejándose del mundo de los hombres hasta escuchar el llamado del “Mapu” (la tierra) que tiene lugar durante el solsticio, es entonces cuando el astro rey inicia su marcha de regreso trayendo consigo al “Picúnmapu”, “Puelmapu”, “Huilmapu” y “Lafkenmapu”, los cuatro vientos, lo que hará que en las próximas semanas y meses abunden las lluvias que prepararán los campos para la siembra y luego la cercanía de Antu hará brotar semillas y frutos así como recibirá el nacimiento de corderos, potrillos y polluelos.
Pero si bien el Wetripantu, o nacimiento del nuevo sol, es en sí una fiesta el cómo se lleva a cabo dista bastante de lo que en nuestra cultura occidental consideramos como una celebración. Acá no existe el alcohol en abundancia, el confeti y la música pachanguera, sino que se trata más bien de una íntima reunión al calor del fuego con la familia y los amigos más cercanos en donde usualmente los extraños no son bienvenidos pues consideran esta una instancia sagrada. ¿Porqué se me permitió participar de la ceremonia? Supongo que un par de horas de caminata bajo una lluvia inclemente fue prueba suficiente de mi respeto por sus tradiciones, además imagino que en esas circunstancias se les hacía difícil enviarme de vuelta por el mismo camino.
Adentrada la noche la comunidad se reúne al interior de la “Ruka”, vivienda tradicional hecha de madera y techada con paja, todos rodean el fogón central mientras se bebe yerba mate en abundancia acompañado de tortillas de harina y carne ahumada. En una organización netamente patriarcal le corresponde al lonko, el más anciano y líder del clan, revivir uno a uno los relatos aprendidos de sus ancestros donde se narra la cosmovisión de su pueblo, el significado de sus nombres y apellidos, las hazañas de sus héroes, además de discutir los desafíos de los tiempos modernos, todo ello seguido ávidamente por los más jóvenes y en especial por los niños, y es que el Wetripantu consiste por sobre todo en traspasar sus saberes a las nuevas generaciones.
Poco antes del alba la comunidad hace sonar sus instrumentos y grita celebrando la llegada del nuevo sol, luego danza en círculos alrededor del Rehue (el tótem familiar) al compás del Kultrún, su tambor ceremonial, para después agradecer a los cuatro vientos y elevar plegarias pidiendo las bendiciones de Chau Ngüenechen, el dios creador y protector del pueblo mapuche. Finalmente todos marchan hacia el curso de agua más próximo donde lavan profusamente su cuerpo despojándose así de las enfermedades y energías negativas del año que termina a la vez que renuevan su “Newen” (fuerza).
Esta foto quizás represente en propiedad lo que es el Wetripantu: el fogón en torno al cual se reúne la familia, el tambor ceremonial que dirige sus danzas, y un niño mapuche aprendiendo las hermosas historias contadas por su abuelo.

martes, 10 de agosto de 2010

Paradigma

De tanto en tanto las guías de autoayuda, los libros de marketing o los seminarios de administración de recursos humanos ponen de moda alguna palabra o término, siempre algo rebuscado, que a poco andar comienza a ser usado por medio mundo incluso sin conocer a cabalidad su significado. Entre las destacadas de los últimos años están: reingeniería, inteligencia emocional, resiliscencia, proactividad, empoderamiento, por nombrar algunas. Una de los que encuentro notable es el archi usado y un tanto abstracto término “paradigma”.
Según la psicología un paradigma es “una idea, pensamiento o creencias que se aceptan como verdaderas o falsas sin ponerlas a prueba de un nuevo análisis”. Excelente definición pero sigue siendo un tanto difícil de entender. Pasó bastante tiempo hasta que un conocido pudo explicarme con un ejemplo concreto que era en realidad un paradigma y es aquí donde el protagonista de la fotografía pasa a ser relevante.
La técnica usada para domesticar y entrenar a los elefantes puede resultar a simple vista un tanto tragicómica. Cuando estos son pequeños y apenas han sido destetados de sus madres los adiestradores atan una de sus patas con una gruesa cadena de hierro anclada en un poste de acero enterrado en concreto. En los siguientes días, semanas y meses el elefantillo intenta repetida e inútilmente liberar su pata hasta que en algún momento termina por aceptar que aquello es imposible. Desde ese instante en adelante para controlar al animal al adiestrador le basta sujetar una de sus patas con una sencilla y delgada cuerda atada a una pequeña estaca de madera. El elefante nunca alcanza a comprender que sus fuerzas han aumentado y que con tan solo un movimiento podría liberarse de sus ataduras, él solo entiende que una de sus patas se encuentra atada y que no importa lo que haga nunca podrá liberarla. El animal se encuentra preso de un paradigma.
Me he dado al trabajo de tomar conciencia de cuáles son mis paradigmas en la esperanza de que una vez que los tenga identificados pueda romper con ellos. Quizás en la vida no existen los límites.

jueves, 5 de agosto de 2010

De Cara al Sol

Me he dado cuenta que siempre he vivido mirando al oriente, quiero con esto decir que al igual que en la casona de la fotografía, ubicada en el Cerro Alegre de Valparaíso, la puerta principal y los ventanales de mi hogar apuntan hacia el lugar donde sale el sol. Igual cosa ocurría con la casa que perteneció a mis padres y no es cuestión que mi familia siga metódicamente los principios del feng shui o algo por el estilo sino que ha sido más bien fruto de la casualidad.
El punto es que toda mi vida cada mañana luego de correr las cortinas he visto el sol entrar con fuerza por las ventanas y adueñarse de cada rincón de mi hogar. No concibo un desayuno sin luz como tampoco salir por la mañana sin que esta me encandile. En mi pequeño orden cósmico el sol parte por iluminar los rosales del jardín y se esconde sumiendo en las sombras el patio trasero.
Que distinto ha sido entonces el diario vivir de mis vecinos al otro lado de la calle, para ellos el sol nace a sus espaldas y se oculta frente a su puerta.
Quizás todo lo anterior sea en verdad algo intrascendente, pero como en esta ¿en cuántas otras cosas puede ser diferente la vida a tan solo diez metros de distancia?