Pocos día atrás me encontraba, como es habitual, tomando fotografías de Valparaíso y en una esquina me topé con un simpático muchacho que aprovechaba las luces rojas de un semáforo para ganarse alguna propina entreteniendo a los automovilistas haciendo malabarismos con tres antorchas encendidas.Consideré la situación una ocasión perfecta para capturar algunas escenas urbanas costumbristas pues ya se ha hecho una tradición, casi parte de nuestro folklore, el que en nuestras ciudades un buen número de jóvenes, especialmente estudiantes de artes escénicas, se ganen la vida realizando actos circenses en la vía pública.Lo oscuro de la locación, el destello del fuego en la penumbra, la rapidez de movimiento del malabarista y las luces de los autos que circulaban en sentido contrario significaron un duro reto para mí cámara y debí pasar varios minutos ajustando el enfoque, controlando el obturador, abriendo o cerrando el diafragma y una serie de otros tecnicismos que no son lo medular en estas líneas.El punto es que sin darme cuenta no fue una o dos sino veinte o treinta luces rojas del semáforo con sus respectivas presentaciones artísticas las que estuve fotografiando y en la misma medida que me fui absorbiendo y abstrayendo en la captura de imágenes comencé a literalmente alucinar con los acrobáticos movimientos (y puedo asegurarles que no suelo consumir ninguna sustancia alteradora de conciencia).La cámara congelaba el destello de las flamas de las antorchas hechas girar, arrojadas al aire y luego recogidas. Estos destellos parecían verdaderos trazos de luz en medio de la oscuridad. Por un momento me pareció contemplar a un alocado pintor expresionista lanzando furiosas pinceladas sobre su lienzo, o a un vehemente director de orquesta dirigiendo con su batuta algún concierto de Rachmaninov, o quizás a un psicodélico Sid Barret componiendo los acordes que luego plasmaría en las primeras canciones de Pink Floyd, o tal vez a un anciano caligrafista japonés dibujando sus exquisitas letras con una pluma luminosa.Mientras me encontraba absorto en mis alucinaciones el protagonista de mis fotografías se me acercó y con voz cálida y alegre me dijo: “le pido por favor que me envía las fotos que salgan más linda a mi mail, mi correo es tatatela@etc,etc,etc”. En ese momento volví al mundo real y me di cuenta que me encontraba tan solo observando el arte circense de un muchacho sencillo que solo pretendía entretener, ganando algún dinero en el proceso, a un grupo de cansados automovilistas en medio de su retorno a casa luego del trabajo, los mismos que tan solo en un par de calles más olvidarían por completo el espectáculo observado.Intenté enviarle las fotos vía mail pero el correo me arrojó dirección errónea, tampoco lo he vuelto a encontrar en la misma esquina de las avenidas Argentina y Errazuriz.
No sé si algún día podrá ver las fotos que le tomé ni qué impresión le causarán, de lo que si estoy seguro es que ni siquiera sospecha el exquisito instante de delirante alucinación que me obsequió.
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