“Las Callecitas de Buenos Aires tienen ese Qué se yo…” La frase de Balada para un Loco de Piazzolla la escuché desde pequeño merced del gusto de mi viejo por los tangos; y de todo lo que Baires significará, y es que él al igual que muchos estaba convencido de que era una ciudad mágica.
¿Esa magia realmente existe?
La última vez que visité la capital Argentina fue en compañía de una persona dotada de una punzante, y acertada, ironía. Mientras caminábamos por Corrientes me decía “Esto es igual a Santiago Centro”; Puerto Madero era igual a Vitacura, La Boca a Mapocho, Palermo a Lastarria, y objetivamente así es. Buenos Aires nos es muy distinto a Santiago, o a Sao Paulo, o a lo que conozco de Montevideo y Lima, y quizás lo único distinto son sus avenidas más anchas que el promedio lo que ayuda a tener una mejor perspectiva del patrimonio arquitectónico que en otras urbes suele quedar atrapado por la sucesión interminable de calles estrechas y edificios de altura.
Entonces quizás esa magia bonaerense nace en ese sano nacionalismo propio de los argentinos; y es que desde pequeños son condicionados para amar y defender lo propio como si fuera lo mejor del mundo; y en ese sentido de más está decir que Charly o Diego pueden armar el “quilombo” que se les venga en gana y sus connacionales nunca dejarán de rendirles pleitesía.
En la literatura mientras Isabel Allende ambienta sus historias en lejanas latitudes, Vargas Llosa describe perdidos rincones del Perú, y García Márquez en lugar de elegir como protagonista de su obra cumbre a Bogotá, Medellín, o su amada Cartagena optó por inventarse un pueblo, Macondo. Sin embargo en Argentina Borges transforma a Buenos Aires en un lugar mágico, de la misma forma que Cortázar la eleva a un sitial similar al de Paris.
Parecido ocurre en la música en donde desde el referido tango de Piazzolla a lo último de Fito Paez, pasando por “La Ciudad de la Furia” de Ceratti, sobran las referencias a una ciudad mágica, misteriosa, bohemia, que te hace la guerra de día y el amor de noche.
Entonces la magia de Buenos Aires realmente está en el amor que los mismos bonaerenses le profesan, del que son embajadores y del cual nos han convencido. Tan distinto a lo que ocurre al otro lado de Los Andes donde los santiaguinos tan solo esperamos la ocasión para arrancar de nuestras callecitas.
¿Esa magia realmente existe?
La última vez que visité la capital Argentina fue en compañía de una persona dotada de una punzante, y acertada, ironía. Mientras caminábamos por Corrientes me decía “Esto es igual a Santiago Centro”; Puerto Madero era igual a Vitacura, La Boca a Mapocho, Palermo a Lastarria, y objetivamente así es. Buenos Aires nos es muy distinto a Santiago, o a Sao Paulo, o a lo que conozco de Montevideo y Lima, y quizás lo único distinto son sus avenidas más anchas que el promedio lo que ayuda a tener una mejor perspectiva del patrimonio arquitectónico que en otras urbes suele quedar atrapado por la sucesión interminable de calles estrechas y edificios de altura.
Entonces quizás esa magia bonaerense nace en ese sano nacionalismo propio de los argentinos; y es que desde pequeños son condicionados para amar y defender lo propio como si fuera lo mejor del mundo; y en ese sentido de más está decir que Charly o Diego pueden armar el “quilombo” que se les venga en gana y sus connacionales nunca dejarán de rendirles pleitesía.
En la literatura mientras Isabel Allende ambienta sus historias en lejanas latitudes, Vargas Llosa describe perdidos rincones del Perú, y García Márquez en lugar de elegir como protagonista de su obra cumbre a Bogotá, Medellín, o su amada Cartagena optó por inventarse un pueblo, Macondo. Sin embargo en Argentina Borges transforma a Buenos Aires en un lugar mágico, de la misma forma que Cortázar la eleva a un sitial similar al de Paris.
Parecido ocurre en la música en donde desde el referido tango de Piazzolla a lo último de Fito Paez, pasando por “La Ciudad de la Furia” de Ceratti, sobran las referencias a una ciudad mágica, misteriosa, bohemia, que te hace la guerra de día y el amor de noche.
Entonces la magia de Buenos Aires realmente está en el amor que los mismos bonaerenses le profesan, del que son embajadores y del cual nos han convencido. Tan distinto a lo que ocurre al otro lado de Los Andes donde los santiaguinos tan solo esperamos la ocasión para arrancar de nuestras callecitas.
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