Vivimos en un mundo adorador del trigo. Hay versos sobre el trigo y los trigales, hay canciones inspiradas en ellos (Field of Gold de Sting por mencionar una), hay célebres imágenes que transcurren en un trigal (como el inicio de la película Gladiador), e incluso la palabra espiga suena poética.
Pero yo me declaro un defensor del maíz. Primero porque es el más auténticamente latinoamericano de todos los cereales, con el perdón de los amantes de la quínoa; no necesitas procesarlo como harina o aceite para poder consumirlo, o alguno de ustedes se ve a si mismo comiendo trigo con mantequilla; está presente en nuestras mejores recetas; y por último y la más importante: No hay nada como jugar a las escondidas en medio de un maizal, correr juntos a tus primos en medios de las mazorcas que pasan varios centímetros sobre tu cabeza, camuflarte entre las hojas para que tu madre no te encuentre y así poder eternizar el juego, tratar de encontrar en medio de ese laberinto verde a la chica que hace suspirar tu corazón de ocho años, escoger la mazorca que tu abuela convertirá en tu propia, única y especial humita…
Lo reconozco, quizás mi predilección por el maíz también tiene que ver con mis recuerdos.
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