Usualmente Buenos Aires es visitado cuando se da la ocasión de ser visitado, entonces lo haces un fin de semana, y de preferencia un fin de semana largo.
Al desembarcar en Ezeisa o Aeroparque te das cuenta que la mitad de quienes pensaron tomar una escapada en Sudamérica se encuentran también allí, pero más allá de la eventual dificultad para conseguir un transfer al centro de la ciudad el asunto no te complica.
Entonces haces lo que usualmente haces al estar en Baires. Siguiendo las instrucciones de googlemaps te vas a la calle Santa Fe y te sumerges en el hojeo de un millar de libros en los cómodos palcos de la librería El Ateneo mientras pruebas esa deliciosa limonada con menta y jengibre. Luego transitas por Corrientes maravillándote de que la caja de cigarrillos cueste menos de un dólar hasta llegar al Obelisco para descubrir que es prácticamente imposible hacer que entre en el enfoque de tu cámara a menos que tengas un gran angular.
Hacia el atardecer intentas cruzar el Puente de la Mujer hasta llegar a los restaurantes de la costanera de Puerto Madero y te sorprende que los argentinos en la preparación de pastas sean aún más hábiles que en la de carnes, y que el festín que degustas mientras se pone el sol sobre los muelles del Río de la Plata no te salga la fortuna que de seguro valdría en Santiago o Sao Paulo.
La noche la inicias en la Plaza Cortázar de Palermo y allí te vuelves a encontrar con todos lo que estaban esa mañana en Eseiza así que buscas algún bar tranquilo donde sumergirte en los placeres de la provoletta y el fernet.
A primera hora de la mañana siguiente entiendes que con la tremenda resaca que traes es imposible visitar el mercado de San Telmo, el cementerio de La Recoleta y La Boca un mismo días. Así que luego de tomar un café con unas medialunas partes al último destino quizás por ser el más representativo de todos.
Veinte minutos de conversación con un taxista argentino da para escribir varios libros. En eso piensas mientras enfrentas la entrada a Caminito, entrada donde están todos, absolutamente todos quellos que el día anterior deambulaban por Ezeisa y Palermo. Un millar de gentes tratando de visitar a paso calmo una docena de conventillos pintados de vivos colores, al igual que Valparaíso o San Francisco o Lisboa pero concentrado en no más de mil metros cuadrados.
Al ver ese panorama es fácil entender porque en Machu Pichu o Chichen Itza no dejan entrar a más de dos mil personas diarias, así como en Rapa Nui están evaluando restringir los accesos.
Diez mil personas, calles adoquinadas y una resaca a cuesta no permiten disfrutar mucho de la visita. En las calles adoquinadas basta andar con cuidado, para las resacas están las aspirinas, pero con los diez mil peleándose por una foto tanguera sólo queda admitir que Buenos Aires es una ciudad genial y que genial sería volver un día de semana.
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