En la Isla de Taquile, en el corazón del costado peruano del Lago Titicaca, se practica una interesante forma de comunismo agrario que ha permitido mantener vivas sus tradiciones sin que estas se desvaloricen por las leyes de la oferta y la demanda.
Los taquileños han sido reconocidos por la Unesco como los mejores tejedores del mundo y sus textiles declarados parte del patrimonio inmaterial de la humanidad.
Como una vía de protegerse de las presiones del mercado los precios son fijados en forma comunitario aunque la producción se mantiene en poder de la iniciativa individual. De esta forma en cualquier puesto de artesanos o en cualquier punto de la isla un cinto o una manta tendrá el mismo valor anulando de esta forma la desvalorización que usualmente se produce al hacer competir los precios de unos contra otros; sin embargo cuantos de estos cintos o mantas vende cada artesano dependerá de la capacidad productiva de cada uno, favoreciendo de esta forma la iniciativa individual y manteniendo así cierto grado de equilibrio entre los mayores productores y quienes se ganan la vida tan solo con su humilde telar.
A nivel de países, en un mundo globalizado, estas iniciativas resultan imposibles de implementar por la gran cantidad de acuerdos comerciales que buscan proteger la "libre competencia", pero esta última tan solo ha traído miseria a todos los involucrados con excepción de los grandes empresarios textiles.
Pierde el industrial textil nacional que no tienen forma de competir con los precios de los productos importados de Asia, y pierden los trabajadores de las textilerías asiáticas que trabajan en condiciones de semi esclavitud para que sus dueños ofrezcan sus productos a precios increíbles.
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