Una de las cosas que me encanta de la primavera es poder planificar alguna salida al aire libre para los días de descanso laboral y no destinarlos exclusivamente a ver algunos cuantos discos de películas como suelo hacerlo en invierno, cuestión que de seguro no debe ser del gusto del casero de mi video club habitual. Hace sólo un par de semanas, en vísperas de un fin de semana libre, le consulté a un colega que pensaba hacer en los siguientes días y me contestó que esperaba ir a elevar volantines (nombre que en Chile damos a los cometas) a lo que “quedaba de las dunas de Con Con”.
El campo de dunas de Con Con es una seguidilla de médanos que se extienden entre esta localidad y el balneario de Reñaca en el litoral central de Chile. Recuerdo haberlo conocido cuando era un niño de pocos años acompañando a mis padres, inmediatamente me impresionó ver tanta arena junta y los extraños dibujos que el viento hacía en ella.
En mi óptica infantil imaginaba estar en medio del desierto del Sahara porque internándose solo un poco entre las dunas se perdía todo punto de orientación y daba la sensación de estar en el centro de un mar de arena. Lo más entretenido era arrojarse rodando desde los montículos más altos, en especial de aquellos que finalizaban en las playas cercanas.
En algún momento alguien decidió que ahorrar veinte minutos de viaje entre Reñaca y Con Con era razón más que valedera para instalar una carretera en medio de las dunas. Como era de suponer, junto con el asfalto y el tráfico automovilístico, los envases de botellas vacías, las bolsas plásticas y los papeles también lograron abrirse camino hasta las mismas entrañas del campo dunar, pero al menos tan solo ocupaban unos pocos centímetros a la vera del camino peores cosas estaban por ocurrir.
Recuerdan la parábola bíblica del hombre necio que construyó su casa en la arena y que cuando vinieron las lluvias esta se derrumbo en contraparte al hombre sabio que construyó su casa en la roca y esta resistió todas las inclemencias climáticas. Pues bien supongo que la parábola en cuestión no consideró una tercera opción: la del hombre igualmente necio pero que dotado de una retroexcavadora y estudios de geología decidió remover toneladas de arena hasta alcanzar la roca viva y sobre ella construir un edificio de varios pisos de altura que luego vendió a un elevado precio (quizás después de todo no era tan necio).
En Chile siempre reaccionamos tarde, le dimos el premio nacional de literatura a Neruda cuando este ya había ganado el Nobel, reconocimos el talento de Claudio Arrau o Isabel Allende cuando estos ya se habían nacionalizado estadounidenses, y declaramos como Santuario de la Naturaleza al Campo Dunar de Con Con cuando ya era bastante poco lo que quedaba por preservar.
Actualmente el referido santuario natural son solo unas cuantas dunas atrapadas en el medio de lujosos condominios, casi como si fueran el patio trasero de estos.
Irónicamente hablando ya es imposible perderse entre los médanos porque siempre estará a la vista alguna torre de treinta pisos de altura para orientarnos.
Cuantas dunas más removeremos considerándolas tan sólo arena, cuantos humedales secaremos viéndolos como inútiles pantanos, cuantos glaciares trasladaremos por ser únicamente hielo, lamentablemente la respuesta aún está en espera.
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