La fiebre del salitre a fines del siglo XIX y la condición de Valparaíso como el principal puerto del Pacífico suroriental hizo que a esta ciudad llegara una gran cantidad de empresarios mineros y marítimos provenientes de Inglaterra y Alemania.
A pesar que desde los albores de la república se garantizó la libertad de culto y se separó la iglesia del estado, el poderío e influencia de la jerarquía católica impidió que estos inmigrantes, en su mayoría protestantes, pudieran levantar sus lugares de culto en el centro de la urbe sin saber que al final les harían un gran favor.
Fue así como el Cerro Concepción se adornó con las magníficas Iglesia Anglicana Saint Paul e Iglesia Luterana de la Santa Cruz, a los que luego se agregaría la hermosa arquitectura del cementerio de disidentes en el vecino Cerro Panteón ya que el clero católico impedía sepultar en sus camposantos a quienes no estuvieran bautizados en su credo.
Pocos días atrás un periódico electrónico divulgó los indignantes correos electrónicos entre dos cardenales de la curia que valiéndose de sus influencias en el mundo político buscaban impedir que determinado sacerdote jesuita se convirtiera en capellán del palacio de gobierno y de las maniobras que buscaban desacreditar el testimonio de víctimas de abusos sexuales de parte de miembros del clero.
Aunque reconozco que la Iglesia tiene el derecho a hacer ver sus puntos de vista en temas valóricos y otros, me pregunto ¿Porque debe haber un capellán en el palacio de gobierno? ¿Porque la clase política debe desfilar frente al arzobispo de Santiago durante las festividades patrias? ¿Porqué la iglesia sigue intentando decirnos como nacer, donde construir y donde podemos ser sepultados?
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