Hace un par de días, mientras me encontraba comprando en un supermercado del cosmopolita Barrio Brasil de Santiago de Chile, me sorprendió un sismo (más bien un terremoto) de 8,4 grados Richter que se extendió por cerca de dos minutos.
Noté que algo pasaba por los gritos de espanto de un par de españolas presentes en el lugar que notaron inmediatamente que la tierra se movía. Los chilenos seguimos haciendo aquello en lo que estábamos como solemos hacerlo frente a un sismo.
Al ver que el movimiento telúrico no se detenía, por el contrario aumentaba, la mayoría de los presentes decidió salir del lugar, esperar a que terminara y luego volver como si nada a continuar con sus compras.
Mientras intentaba pagar en la caja del supermercado mis artículos una de las referidas españolas me preguntó "¿De qué madera están hechos ustedes? ¿Como pueden seguir como si nada después de un terremoto? ¿Acaso tienen hielo en la sangre?"
Largo de explicar es que cada chileno debe enfrentar en promedio unos cinco movimientos telúricos de alta magnitud y un centenar de fuertes sismos en su vida. Que el país ha sido devastado numerosas veces (Valparaíso en 1906; Valdivia, el terremoto más fuerte del que se tenga registro a nivel mundial, en 1960; San Antonio en 1985 y el Maule en 2010), que hemos perdido innumerables vidas, y que de ello hemos aprendido ha ser estrictos con las normas de construcción de edificios, que es más efectivo y eficiente mantener la calma en vez de huir despavorido, que si se está cerca del mar es prudente moverse hasta zonas de altura, y sobre todo que pasado el movimiento la vida sigue su curso normal.
En el sur de Chile la mayoría de las casas están cubiertas por tejuelas hechas de madera de Ciprés no solo por su belleza estética sino porque es el material que tenían a mano. Eso pasa con nuestra actitud frente a los sismos, no estamos hechos de una madera especial, también sentimos miedo, pero aprendimos a construir y vivir nuestras vidas con lo bueno y lo malo que la naturaleza puso a nuestra disposición.
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