Me cuesta dejar de pensar en la imagen de ese niño sirio de cinco años que intentando escapar junto a su familia de la interminable guerra civil en su país, terminó siendo encontrado ahogado en las costas de Turquía.
¡Cuantas vías de salvación, cuantas escaleras al cielo terminan convertidas en el camino que conduce directo a ninguna parte!
A veces la desesperación o la desesperanza nos obliga a tomar estos caminos, en otras sabemos que las posibilidades de éxito son mínimas pero aún así optamos por la opción inconducente.
Cuando la vida está en juego las decisiones son igualmente desesperadas; pero también en la quieta cotidianidad decidimos correr el riesgo innecesario, aquel que de seguro al final nos hará pasarla mal y es que más allá de que la escala no lleve a ningún lado en ocasiones subir esos escalones resulta adictivo, en especial si son bellos, seductores y mortales.
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