Fue bautizada como Ruth, Ruth a secas, sin segundo nombre, supongo que a mis abuelos después de ocho hijos ya se les estaba agotando el listado de nombres a usar. Para sus padres y hermanos menores fue la Uti, para los sobrinos que crío casi como sus hijos fue la tía Ru.
Quizás como una muestra de cariño o por ese afán tan propio de los chilenos de usar diminutivos es que para mi viejo siempre fue la “Rutita” (recuerdo que le brillaban los ojos cuando decía ese nombre). Ese fue el nombre que recogió mi hijo, y como a los dos años la “r” es una letra difícil de pronunciar terminó siendo para todos “la Tita”.
Fue así como el nieto por el que de seguro daría sus ojos terminó dándole el nombre que de seguro para ella es más preciado.
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