Todas las fiebres son iguales, comienzan sin previo aviso, alteran por completo nuestro funcionamiento, nos hacen actuar erráticos, hablamos incoherencias, y así como llegan se van. Lo mismo ocurrió con la fiebre del oro en California y Alaska, la fiebre del caucho en el Amazonas peruano, la fiebre del petróleo en la Patagonia argentina, la fiebre de la sal en Mali, y tantas otras fiebres que han convulsionado al mundo.
Nosotros también tuvimos nuestra propia fiebre, fue la fiebre del salitre en las pampas del desierto de Atacama. Por esa fiebre estuvimos dispuesto a sacrificar miles de vidas en una guerra contra los países vecinos interesados en el mismo nitrato, por esa misma fiebre años después nos enfrascamos en una guerra civil de tanto discutir como distribuís las ganancias del mentado negocio, por esa fiebre trasladamos miles de familias al corazón mismo del desierto más árido y seco del mundo, por esa fiebre vulneramos a los trabajadores llevándolos a los límites de la esclavitud, por esa fiebre no dudamos en asesinar a quien intentará reclamar sus derechos, por esa fiebre un país entero estuvo dispuesto a vender su alma al diablo.
Pero como todas las fiebres un día esta pasó, entonces recuperada la lucidez sencillamente dejamos abandonado todo en medio del desierto.
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