Solemos mirar a otras latitudes, usualmente al otro lado del Atlántico, cuando de buscar restos de historia, cultura y poderío se trata. Quizás tanto texto escolar con visión pro primer mundo, quizás tanto documental de canal europeo o norteamericano, o quizás tanto creer que la forma correcta de hacer las cosas es como se hace en el norte, que nos parece que la historia humana tan solo tuvo allá su devenir.
Pero fue al sur del Ecuador, al este del Pacífico y al pie de Los Andes que se forjó un imperio tan extenso como el de Alejandro Magno, con magníficas ciudades ya centenarias cuando París, Londres o Praga eran poco más que una aldea, con una red de caminos que opaca la del Imperio Romano y con técnicas de construcción que ya las hubieran querido los antiguos egipcios.
Mudas escaleras empedradas, majestuosas murallas centenarias, palacios, fortificaciones y un camino que desde la región de los cafetales en Colombia hasta el río Maule, miles de kilómetros al sur, atravesando sierras, acantilados, selva, altiplano, valles y desiertos dan cuenta de la gloria del Tawantinsuyo.
Pero a diferencia de las frías ruinas del norte que se mantienen solo como un recuerdo de pueblos perdidos a este lado del mundo, en las calles del Cusco, en las paredes de Sacsaihuaman, en el pukará de Quitor o en la Escala del Inca de Yumani aún puedes ver a niños jugando como lo hacían quinientos años atrás.
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