En una época de compras por internet y pedidos a domicilio, en la que las plazas y parques del siglo XXI son los gigantescos centros comerciales con aire climatizado, música ambiental y estacionamiento de varios niveles, los pequeños almacenes de barrio, las carnicerías, modestas verdulerías y panaderías parecen condenados a la extinción. En este contexto me llama felizmente la atención que una institución permanezca casi inalterable desde la antigüedad clásica, pasando por el Medievo, el renacimiento y los tiempos modernos, hasta nuestros días. Se trata de los Mercados, aquellos lugares de venta de toda clase de productos, especialmente alimentos, presentes prácticamente en cada ciudad del orbe y sin señas de decadencia o verse afectados por la modernidad.
¿Cuál es la esencia de los mercados que les permite resistir el paso del tiempo? ¿Por qué siguen siendo un lugar tan fascinante y preferido para realizar las compras periódicas? Definitivamente no es sólo por un aspecto económico ya que no necesariamente sus precios son los más módicos, tampoco es exclusivamente por su contexto folklórico y típico porque mal que mal más grandes o más pequeños todos son prácticamente similares.
Como visitante esporádico del “Cardonal”, el más emblemático mercado de abastos de Valparaíso, me atrevo a conjeturar que su vigencia se debe a que comprar en ellos es una experiencia que definitivamente ocupa y consume los cinco sentidos.
Primero nuestros ojos se encandilan con los colores de los puestos de frutas y verduras; rojos, amarillos y verdes tan intensos que ya bien Sorolla o Renoir se los hubieran querido tener en sus pinturas. Luego nuestros oídos acostumbrados a la insípida música ambiental de los Shoping Center parecieran saturarse con los gritos de los feriantes ofertando a viva voz y de forma cada vez más original sus productos acompañados del incesante rumor de voces, cientos de voces comunicándose, tranzando, conociéndose.
Quien se da un verdadero banquete es nuestra nariz y es que la verdadera prueba para conocer las cualidades de nuestro olfato no está en distinguir el bouquet de uno u otro vino, o diferenciar entre tal o cual perfume. Podemos preciarnos de tener un agudo olfato si ante un puesto de especias y esencias somos capaces de distinguir entre los intensos aromas de la pimienta negra, la nuez moscada, el azafrán, la vainilla, la canela y cuanto condimento exista.
El gusto no se queda atrás porque para comprar un buen queso, fresco o maduro, un puñado de exquisitas aceitunas o un corte de jamón es necesario degustarlos y en un mercado se encuentran algunos de las mejores delicatesen junto a estupendo restaurantes o cocinerías de corte tradicional.
Finalmente el tacto pasa a ser indispensable para hacer una buena compra y es que solo tanteando se puede elegir la mejor sandía o se puede saber si ciertos tomates están aptos para una deliciosa ensalada acompañada de cebollas o para preparar una sabrosa salsa boloñesa.
No sé donde realicen sus compras habitualmente pero si no lo han hecho les recomiendo visitar el mercado que les sea más próximo. En cuanto a mí debo dejarlos porque esta escritura me ha despertado el apetito.
1 comentario:
Buen rescate.
Los mercados nos dan además la cercanía, la familiaridad e incluso la confianza que no han sabido entregar los grandes supermercados. Suelen encontrarse en los mercados alimentos de mejor calidad, los más sabrosos. O tal vez sólo nos lo parezca porque, como cuentas, el hecho de comprarlos ya despierta todos nuestros sentidos.
Un abrazo
Publicar un comentario