Después de beber un par de copas en el ondero bar Mamboleta ambos se detuvieron frente a la fuente de Neptuno y Anfitrite en la entrada norte del Cerro Santa Lucía.
Aunque la velada ha sido grata y aunque se conocen desde niños, Isabel aún no entiende del todo porque el hijo del antiguo patrón de su madre invita a salir a la hija de su antigua nana. Además hacía un par de años que no se veían, desde que su mamá dejó de trabajar en aquella casa casi a la vez que Patricio se marchó al extranjero a estudiar biología marina.
Sin apartar la vista del reflejo de las luces en el agua el joven le cuenta que un día Neptuno sorprendió a Anfitrite bañándose desnuda en el mar. En ese momento cayó enamorado de la ninfa pero esta desconfiando de las pretensiones del dios huyó hasta el otro lado del mar. Entonces el señor de los océanos le pidió a un delfín que buscara por doquier a la muchacha y la convenciera de aceptar su amor. El delfín así lo hizo, Anfitrite aceptó los cortejos de Neptuno y este último recompensó a la criatura marina otorgándole una constelación en los cielos.
Al terminar de contar la historia el joven sacó de su bolsillo una pequeña caja, en su interior se encontraban dos aros de plata con la forma de un delfín. Patricio se los obsequió a la muchacha contándole que los llevaba consigo desde la vez que una noche en secreto la vio bañándose desnuda en la piscina de la casa de sus padres.
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