Ana María era la chica linda y lista del pueblo. Tan linda y lista que su destino parecía estar lejos de allí. Fue primero la enfermedad de su madre y un trío de hermanos pequeños por cuidar lo que la obligó a permanecer cocinando al borde de una estufa de leña durante los lluviosos inviernos australes. Luego vino un embarazo no planificado, un matrimonio temprano, y el resto es historia.
Roberto y Ricardo fueron desde niños el dolor de cabeza de sus vecinos. Para ellos el futuro era mucho más claro. Si hacia el norte los hijos de familias de escasos recursos en las zonas rurales nacen con un arado bajo el brazo, en Carelmapu lo hacen con una escafandra.
Los tres se conocieron en el bus que a diario los trasladaba a Puerto Montt durante sus años de secundaria. Ricardo era más apuesto pero ese saberse guapo lo hacía en ocasiones ser un tanto descortés, eso ayudó a que las constantes atenciones de Roberto terminaran por ganarse el corazón de Ana María.
La rutina es siempre la misma, levantarse al alba, atizar el fuego, servir desayuno a los suyos, despachar a los chicos a la escuela, abrir las puertas del pequeño puesto que surte de café, sándwich y golosinas a quienes se acercan a la costanera. Hacia el mediodía es reemplazada por su cuñada, entonces cruza la calle en busca de Roberto. En un ceremonial casi diario empuja la silla de ruedas hasta llegar la plataforma del muelle pesquero y una vez allí tan solo espera.
En pocas ocasiones su esposo se ha referido al accidente. Se encontraba a uno diez metros de profundidad buscando una esquiva colonia de erizos entre unos roqueríos, al parecer la manguera surtidora de oxígeno se enredo en las rocas y terminó por desprenderse. Roberto inútilmente trató de reconectarla y aún sabiendo las consecuencias en un acto casi reflejo soltó su cinturón de plomo, era arriesgarse con el mal de presión o morir ahogado. El poco aire presurizado que quedaba en sus pulmones bastó para hacerlo volver a la superficie con una velocidad inusitada, luego de ello solo recuerda un dolor agudo y la sensación de que sus arterias, pecho y cabeza fuera a explotar.
Tan solo despertó una semana después en el hospital de Ancud, o más bien tan solo despertó la mitad de su cuerpo. Pero a pesar de estar inmovilizado de la cintura hacia abajo Ana María lo siguió amando, pero a pesar de seguir amándolo Ana María siguió siendo mujer.
Ambos conversan de sus hijos y comparten un par de cigarrillos hasta que los barcos comienzan a aparecer entre la niebla. Sus ojos buscan distinguir entre ellos al “Catalina” y en su proa la figura de Ricardo erguido cara al viento.
Con una mezcla de amor y culpa Ana María agradece que su cuñado amante regrese sano y salvo. Roberto también lo agradece porque esa mismo amor y culpa la mantienen a su lado.
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