Durante milenios los antepasados de Daniel han navegado el Lago Sagrado en sus caballos de totora. Así también lo hizo su abuelo, el que le enseñó a construir su propio navío, y su padre, el que le mostró los secretos de las corrientes del gigante azul.
Ha visto y conoce bien esos rápidos botes rígidos con motor fuera de borda y esos enormes catamaranes, pero Daniel prefiere su embarcación milenaria porque más allá de la velocidad o la comodidad lo que realmente le importa es vivir en armonía con los espíritus que habitan las aguas del Titicaca
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