No sé qué fue lo que me llamó más la atención, quizás su aeropuerto lleno de vendedores ambulantes, quizás el no tener puntos de referencias para alguien siempre acostumbrado a tener Los Andes o el Pacífico a la vista, quizás sus calles adoquinadas, quizás sus vendedores de rolex falsificados en cada esquina, quizás su alocado tráfico, quizás sus antiguos microbuses que en otras latitudes estarían en un museo, quizás sus puestos de venta de chorizos blanco con mandioca, o quizás simplemente el increíble relajo de su gente.
Después de un rato te acostumbras a que todo comienza una hora después de lo acordado, a que lo que en otro lugar te toma dos horas acá te tomará cuatro porque cada quince minutos hay que darse tiempo para tomar un mate, fumar un cigarrillo y conversar de la vida. No sé si los paraguayos sea más eficientes que nosotros, pero sí son más felices.
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