Por sobre los 4.000 msnm el bajísimo porcentaje de humedad ambiental permite que nuestra visión aumente su alcance en un centenar de kilómetros sencillamente porque no hay diminúsculas gotas de agua que se interpongan en su camino. También la ausencia de estas gotas permite el ingreso directo de los rayos de sol, ósea más luz, lo que hace que apreciemos los colores en toda su plenitud.
No es una exageración sino un hecho científico que en la meseta del Tibet, los altos del Pamir o el altiplano andino sus habitantes ven las cosas muy distintas a como las vemos nosotros. Su horizonte es mucho más lejano y están acostumbrados a matices de colores que el resto ni siquiera conocemos.
Supongo que nuestro horizonte cegado por una red de edificios de altura o nuestros trayectos que se limitan a alcanzar la siguiente estación del metro nos han hecho olvidar los procesos, el largo plazo, y nos han vuelto esclavos de la inmediatez olvidando que la vida suele dar muchas vueltas. De igual forma los grises predominantes en la gran ciudad nos han acostumbrado a ver todo en blanco y negro, en términos absolutos, éxito o fracaso, ignorando que siempre todo está cargado de matices.
Entonces para un campesino de los altos de Socaire el mundo es distinto porque puede ver lo lejano que está el horizonte, puede notar que hay agua en medio de los salares, que hay planicies más allá de los acantilados que obstruyen los caminos; que el azul, el verde y el rojo se funden en una multiplicidad de variables. Que el camino es largo y cargado de matices.
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