A simple vista la Chinkana parece un simpático laberinto de piedras, quizás el patio de juegos de algún excéntrico gobernante Inca, pero en realidad se trata de las ruinas de un antiguo templo solar levantado por la cultura Tiwanakota en el corazón mismo del Lago Titicaca.
Su posición tampoco es mero capricho pues se emplazo sobre un delicado manantial por el que fluye el más vital elemento para las comunidades altiplánicas y a pocos metros de una colosal roca que pareciera tener la forma de la cabeza de un puma, animal totémico para el mundo andino.
La Chinkana nos habla de las creencias, sencillas y complejas, de un antiguo pueblo desaparecido. De su devoción al culto solar, propio de todo pueblo agrícola, de su observación de las estaciones, de la espera de los solsticios, de los ciclos de crecida y disminución del lago sagrado, de sus deidades en las lejanas pero aún visibles cumbres de la Cordillera Real, en resumen de su plena comunión con la naturaleza que los envolvía y de la cual eran un todo.
¿Se han preguntado de qué hablarán las ruinas que nosotros dejemos?
Las ruinas egipcias hablan de la obsesión por trascender más allá de la muerte, las griegas de un culto por lo estético, las romanas de las ansias de supremacía absoluta, las medievales de una religión a ratos ciega y obtusa, las de la revolución industrial de la miseria en la que podemos sumir a otros en prode nuestros intereses, ¿Pero qué hay de la nuestras?
Sin lugar a dudas en unos cuantos siglos buena parte de nuestras urbes se encontraran demolidas, nada quedará de las opulentas casonas en los suburbios ni de los hacinados departamentos en el corazón capitalino, todos estos habrán sido reemplazados por nuevas opulencias y nuevos hacinamientos así como nosotros reemplazamos a los anteriores. Pero es probable que aún queden las fachadas de nuestras gigantescas torres de concreto y cristal, a esas alturas quien sabe cuántas veces restauradas para detener el paso del tiempo, y es probable que los logos corporativos hechos en letreros de neón sean atesorados en los museos como fiel reflejo de la iconografía de una época, y todo en conjunto hablará de una o varias generaciones que tan solo rindieron culto al efímero éxito.
3 comentarios:
Con un poco de suerte, nuestras ruinas hablaran de lo absurdo del actuar sin sentido. Que triste,¿no?.
Un abrazo
Me gustaría poder difundir el hecho de cuidar las tierras y preservar las maravillas naturales. Es por ello que trato de obtener vuelos promocionales a diversas ciudades para conocer sus sitios reconocidos
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