Tenía tan sólo catorce años la primera vez que me atreví a viajar solo a la parcela que mis tíos tenían hacia el folde oriental de la cordillera de Nahuelbuta.
Sabía bien como llegar, ya había ido un par de veces junto a mis padres. Debía tomar un bus que después de casi diez horas de viaje me dejaría en Coigüe, una antigua estación de ferrocarriles en desuso en la ribera sur del río BíoBío; una vez allí tenía que tomar un camino de ripio que avanzaba seis kilómetros al oriente hasta llegar al pueblo de Negrete y desde allí avanzar cinco kilómetros más al sur hasta llegar al caserío de Vaquería donde mis familiares tenían sus tierras.
Por la referida estación de trenes los buses rurales pasaban tan solo un par de veces al día sin un horario definido así que en esa ocasión, y en las posteriores, opté por hacer el trayecto caminando; y en esa ocasión, como en las anteriores, algún campesino de la zona me dio un aventón en su carretela tirada por caballos o bueyes.
Hace unos pocos días, esta vez con cuarenta años y el costado occidental de Nahuelbuta, volví a ver una de esas carretelas tiradas por bueyes avanzando parsimoniosamente por las nuevas y modernas carretera, y fue inevitable sumergirme en los recuerdos de esos albores de adolescencia.
El punto es que para el verano de 1984 la telefonía alcanzaba a una de cada cincuenta casas en las zonas urbanas en tanto en las rurales el servicio era casi inexistente. Que hablar de teléfonos móviles o correo electrónico, en esa época el concepto no se acuñaba ni siquiera en las películas más futuristas. La única forma de comunicarse con urgencia era mediante un telegrama (¿los recuerda?), entonces a mis padres al darme permiso para viajar asumían que deberían esperar unos cuantos días para volver a tener noticias de mi.
Cuanto ha cambiado el mundo entonces, o nosotros nos hemos vuelto más desconfiados o la maldad ha aumentado o la necesidad de comunicación nos esclaviza. Hace solo treinta años podías permanecer varios días sin hablar con tus hijos suponiendo adolescentes suponiendo que todo estaba bien y hoy en día nos parece prudente, necesario e intranzable llamarlos a sus móviles cada dos horas cuando salen de noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario