Mucho se ha hablado de los cambios de nuestra sociedad en términos de apertura y de un vuelco liberal. La mayoría de los sociólogos coinciden en marcar como una suerte de verdadero punto de inflexión el desnudo masivo efectuado en el Parque Forestal a mediados del 2002 con ocasión de la visita del fotógrafo norteamericano Spencer Tunick.
Supuestamente esa fría madrugada, en la que miles de compatriotas se desnudaron para participar de las célebres perfomance del artista estadounidense, nuestra sociedad dejó atrás sus pudores y su pacatería para dar paso a un Chile mucho más liberal y abierto de mente. La verdad tengo mis dudas al respecto y permítanme exponer las razones de ello.
El lugar elegido por Tunick fue el frontis del Museo de Arte Contemporáneo en el corazón del Parque Forestal. Quienes conocen Santiago saben que esa es una posición estratégico cercano y equidistante de los barrios Bellavista, Lastarria y Mapocho, tres de los principales centros del “carrete” o “movida” nocturna en la capital.
Por otro lado y debido a la diferencia horaria tan solo un par de horas antes se transmitió por televisión la final de Japón-Corea 2002 en la que se enfrentaron las selecciones de Brasil y Alemania, y aunque nuestra escuadra no estaba involucrada ningún futbolero genuino sería capaz de perderse el desenlace de una copa del mundo.
Con estos datos la ecuación resulta sencilla: después de una larga noche de juerga sabatina en los barrios mencionados la mayoría de los comensales dedicó las últimas horas de la noche a mirar el referido partido de futbol acompañándolo de seguro de una generosa dosis de alcohol.
No es extraño suponer que conjunto a la masiva salida de pubs y restaurantes haya cundido la idea de ir a mirar a los que se iban a “sacar la ropa para Tunick”, y es también probable que una vez en el Parque Forestal con una masiva mezcla de resaca y euforia haya nacido la masiva idea de participar.
Y es que lo que ocurrió más que un cambio radical en nuestro comportamiento social resulta parecido a las llamadas telefónicas hechas en medio de una borrachera: las recordamos, nos reímos de ellas, hasta quizás no nos arrepintamos de haberlas hecho, pero en ningún caso nos sentimos comprometidos con lo que hayamos dicho en ellas.
Hasta el día de hoy los desnudos pueden provocar morbo o curiosidad pero en ningún caso son mirados con naturalidad. Basta con ver nuestra televisión en donde la desnudez tan solo la vemos en escenas eróticas o en reportajes antropológicos a las tribus africanas. Las playas nudistas son caldo de cultivo para fisgones y protestas de grupos conservadores; las muestras artísticas con desnudos son exitosas tan solo si en ella participan modelos jóvenes y atractivos, y así podríamos continuar con un largo etcétera que demuestra que el morbo sigue siendo un ingrediente preponderante en nuestra supuestamente desprejuiciada sociedad.
Hace poco fui a fotografiar a un festival de cuerpos pintados en Valparaíso. Aparentemente este si se trataba de un encuentro de mentes (y cuerpos) liberales y modernas, pero con el intenso olor a marihuana en el ambiente y la gran cantidad de latas de cerveza desperdigadas por el lugar parece un hecho que aún el sacarnos la ropa en público es algo que viene seguido de una fuerte resaca.
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