Los sueños de Gladys son simples:
Cultivar junto a sus esposo su huerta que le proporciona de la quínoa y las patatas del sustento diario; cada nueve días, de acuerdo a los turnos de la comunidad, abrir sus casa a alguno de los turistas que diariamente llegan a Amantani y así obtener alguno soles extras; enviar a sus hijos a la escuela de la isla, esperar que estos sean aceptados en el internado secundario de Puno, y luego esperar que su hijo ojalá sea aceptado en la militar y su hija ojalá se case con un buen hombre.
Alguien podría decir que son sueños desesperanzados, pero los ojos de Gladys están llenos de ilusión.
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