Los más de 4.000 msnm se hacían sentir y el ascenso a lo alto del Cerro El Calvario resultaba por decir lo menos agotador, en especial para un tipo que obtusamente se rehusaba a dejar de fumar a pesar de la falta de oxígeno. Pero las contantes paradas para recobrar el aire habían tenido el saldo positivo de poder captar magníficas imágenes desde lo alto del Lago Titicaca, el pueblo de Copacabana y los comuneros aymaras que transitaban el macizo en busca de cumplir sus promesas a la virgen.
En una de esas detenciones fue que la vi, allí en lo alto de Los Andes, con el lago sagrado a sus pies y rodeada de la Cordillera Real, sumida en alguna converación por Whatsapp o algún otro software de mensajería.
Al verla casi instintivamente tomé mi móvil y lo primero que me sorprendió es que a pesar del paso de los días la batería aún se mantenía sobre el 60% merced de mantener el equipo en modo avión ya que no estaba dispuesto a cancelar a mi compañía los costos de roaming internacional y menos durante mis vacaciones; y también noté que hacía días que no me conectaba a la red y el mundo seguía su curso, quizás un poco más lento y desinformado pero definitivamente más tranquilo.
Primero fue la llegada de los teléfonos celulares que nos permitían mantenernos en contacto más allá de las distancias y sin estar amarrados a un lugar físico; luego la mensajería de texto que hizo innecesarias la palabra hablada, más tarde la posibilidad de recibir correos electrónicos en el móvil y finalmente las redes sociales y el omnipresente whatsapp que funciona en base a la palabra inmediatez.
Justificamos nuestra hiperconexión porque no responder ese correo a tiempo puede implicar perder un negocio, porque necesitamos estar disponibles para nuestros hijos en caso de que ocurra algo, porque es importante mantenernos comunicados con nuestras parejas, porque es necesario que el mundo pueda contactarnos cuando se le venga en ganas.
Después de dos semanas perdido en medio del altiplano andino y sumergido en las abismales profundidades del Colca sin ninguna red wifi a la que aferrarse me di cuenta que mis clientes podían esperar a mi regreso para recibir respuesta a sus correos y de no ser así alguien en mi empresa sería capaz de solucionar sus requerimientos; que mi hijo, ya de veinte años, era perfectamente capaz de solucionar cualquier problema, a fin de cuenta lo he criado para ello; que mi pareja seguía amándome y que si bien es bueno decirse a diario un te amo, podía pasar algunos días sin leerlo sabiendo que aún así me mantenía pensando en ella; y me di cuenta que el mundo sigue su curso, que nada malo pasa, que el universo se mantiene en orden, a pesar de que facebook o twitter no me lo informen.
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