Al observar la Columna de la Paz en Montevideo, el Obelisco en Buenos Aires, los campanarios de la Basílica de Arequipa o las columnas de los Sacramentinos en Santiago, es obvio darse cuenta que en alguna época solíamos caminar con la frente erguida y mirar hacia lo alto. Al parecer esto duro hasta mediados del siglo pasado.
Quizás porque después llegaron las dictaduras militares en Sudamérica ocurrió que un día comenzamos a mirar hacia el suelo, y aunque recuperamos nuestras democracias nunca volvimos a alzar la vista.
Esto parece que lo saben nuestros arquitectos, por eso en sus edificios modernos solo hay monótono concreto y cristal, donde da igual mirar el piso segundo, noveno o vigésimo cuarto, a fin de cuentas todos son iguales.
Hoy solo deseamos estar en lo alto de una torre mirando tras los cristales como el resto del mundo se mueve a nuestros pies.
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