Corría febrero del 2013, tras volver de la región de los fiordos en el límite de Aysén y Magallanes con mi hijo hacíamos un alto en la Reserva Natural Tamango en las inmediaciones de Cochrane capital de la provincia de Capitán Prat.
Tamango es uno de los principales refugios de huemules en toda la Patagonia y poder observarlos en estado salvaje es lo que atrae a la mayoría de los visitantes del lugar.
Siguiendo las instrucciones de los guardaparques de Conaf avanzábamos por un sendero en una saliente rocosa en el margen poniente del río Cochrane. Las aguas entre azul y turquesa cortaban abruptamente la estepa patagónica hasta desembocar algunos kilómetros más al norte en el lago del mismo nombre, el mismo que en territorio argentino es conocido como Pueyrredón. Hacia el este y el sur se ven nítidamente los picos montañosos que culminan en el monte San Lorenzo y la contemplación de estos gigantes de granito tan solo es interrumpida por el paso de alguno que otro cóndor, en su gran mayoría hembras.
Para avistar un huemul se necesitan dos cosas: suerte y guardar un completo silencio, sabido es que el ciervo austral es extremadamente tímido y ha aprendido, con razón, a desconfiar de los humanos.
En la huella por la que avanzábamos se habían producido varios avistamientos en los últimos días así que nos movíamos silenciosamente con las cámaras fotográficas listas para disparar. De tanto en tanto divisábamos a otros visitantes que también se comunicaban con silenciosas señas en espera de capturar la imagen del hippocamelus bisulcus. En eso estábamos cuando…
“Chiquillos, chiquillos, tómenme una foto acá arriba de esta roca con este paisaje espectacular de fondo”, ese fue el primero de varios estridentes gritos con la que una desagradable mujer hizo su aparecida en escena; al poco rato lo siguió un chillón “viejo, viejo, espérame que me cuesta caminar entre las piedras” que pareció quedar retumbando entre los cañones patagónicos.
De más está decir que cualquier huemul en unos cuantos kilómetros a la redonda escucharon los gritos y sintieron el saturado aroma floral del perfume de la susodicha, huyendo en la dirección contraria.
Pretender conocer la naturaleza implica respetarla, tal cual como se respeta una iglesia.
1 comentario:
Imagino los calificativos que en tu mente nacieron hacia tan delicada dama, jajaja. Me río, pero en el fondo no tiene gracia y es sólo un ejemplo de lo que habitualmente hacemos con la naturaleza: cualquier cosa menos respetarla.
Hermosa fotografía
Un abrazo
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