Para fotografiar un océano de estrellas sobre nuestras cabezas necesitamos una noche sin luna, cielos despejados, un lugar lo suficientemente alejado de la contaminación lumínica de las ciudades, una cámara fotográfica puesta sobre un trípode y que permita mantener el obturador abierto por al menos treinta segundos.
Esos treinta segundos bastan para que aparezca cierta trepidación (movimiento) en las estrellas producto de la rotación de la tierra.
Y es que no importa que tan desconectados intentemos estar el mundo no deja de girar.
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