Hace algunos días, analizando la posibilidad de pasar unos días en Buenos Aires, me informaba de la oferta hotelera en el pintoresco barrio de Palermo Soho. Casi inmediatamente me llamó la atención su nombre, porque aunque este rincón bonaerense tiene bastantes elementos en común con el sofisticado barrio neoyorquino del mismo nombre a este último se le denomina así porque se encuentra al sur de la calle Houston (SOuth of HOuston street).
A este lado de Los Andes tampoco podemos admirarnos por estas curiosidades. En 1995 en el sector oriente de Santiago se construyó un conjunto de edificios de negocios bautizado World Trade Center, sí exactamente igual como el de Nueva York. En los días posteriores a su inauguración el periodista Luis Alberto Ganderats acuñó el término Sanhattan para referirse irónicamente al naciente barrio financiero capitalino. Lo curioso es que casi veinte años después y con varias toneladas de hormigón adicionadas al sector casi todos los santiaguinos no tienen complejos en usar el término para referirse a nuestro Manhattan criollo.
Paradojal es que Nueva York, la ciudad que pareciera marcar buena parte de las tendencias urbanísticas quizás en buena medida gracias a series televisivas como Friends o la sobrevalorada Sex and the City, también tomó prestados elementos de otras culturas, como el Chinatown o La Piccola Italia, para dar forma a su mapa urbano.
Supongo que en un mundo globalizado es difícil mantener una identidad única. Por lo mismo me agrada tanto el menospreciado centro de Santiago, Downtown le llamarán algunos, saturado de gente y alejado de los gigantescos centros comerciales del sector oriente y la periferia.
Me fascinan esos ascensores de puerta de cortina corredera, esos edificios “poco inteligentes” donde las puertas no se abren con lectores de radio frecuencia, esas galerías donde aún es posible encontrar peluquerías y tiendas de ropa que no pertenecen a ninguna franquicia internacional, esas cafeterías donde aún se vende café con leche acompañado de pastel y no frapuccino venti junto a un muffin, cheesecake, croisant, u otros (aunque reconozco que también frecuento los Starbucks y de hecho mi hijo trabaja en uno).
Pero sin dudar la verdadera joya del centro está en la calle Bombero Ossa, con sus tiendas vintage, sus pintorescas cafeterías y por supuesto con su veintena de lustrabotas estratégicamente apostados que siempre me recuerdan que no le he dado lustre a mis zapatos. Allí está la neta esencia del centro santiaguino, aunque algunos digan que es una copia del Chicago extraido de una película de gangster (y probablemente sea así).
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