Cuando el empresario Horst Paulmann señaló comparó el rechazo que provocó la construcción de su desmesurada Costanera Center con la incomodidad que inicialmente sintieron los parisinos frente a la Torre Eiffel a todos nos pareció un comentario parte desafortunado y parte jocoso.
Pero seamos honestos, algo de razón tenía. Quizás no en cuanto al aporte que la Torre Eiffel significó para Paris en especial por el armonioso Campo de Marte que “nuestro” Costanera dista de poseer. Pero si tiene razón en que, para bien o para mal, nos terminamos acostumbrando a cuanto monstruoso rascacielos se nos impone por delante y al paso del tiempo incluso nos deja de parecer monstruoso.
De la década del ’70 a la fecha nuestro skyline tope pasó de los ciento cincuenta a los trescientos metros, las fachadas de material sólido cambiaron por interminables espejuelos, y buena parte de nuestros urbanistas parecieran delirar con la idea de convertir a Santiago en el Chicago latinoamericano. Los más futuristas se imaginan el Coruscant de Lucas.
Ahora bien, objetivamente el centro de Chicago no se ve tan mal en las fotografías y también la costanera del río Mapocho ya nos empieza a parecer grata de disfrutar sobre todo al atardecer con el sol poniente reflejándose en las fachadas de las torres Costanera, Millenium, W, de las Industrias y un largo etcétera de gigantes de Cristal.
Seamos ahora pragmáticos. Por un lado está la opción de construir núcleos empresariales y comerciales en las periferias, como la Ciudad Empresarial de Huechuraba o el Mall Plaza Oeste de Cerrillos. Sitios que invaden zonas originalmente rurales y que provocan interminables horas de traslado hasta los puestos de trabajo; y por otro lado tenemos la opción de seguir construyendo en altura con la esperanza de mantener el área urbana relativamente acotada.
Los vecinos de Manhattan hace tiempo se acostumbraron a dejar de ver la luz del sol, los de Tokio a que la contaminación lumínica nocturna hace rato les privará de contemplar las estrellas, y lo mismo aplica para los de Kuala Lumpur, Chicago, Shangai, por mencionar algunas.
Lejos de idealismos, nos guste o no, mejor empecemos pronto a verle al lado amable a estos gigantes de cristal que llegaron no sólo para quedarse sino también para reproducirse.
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