Me gusta esa sensación de sentir el crujido de la madera bajo de mis pies, quizás porque viví mi niñez en una vivienda hecha con ese material. Ese olor a humedad, esa fragilidad patente a cada paso, esas nudosas venas que entre sus junturas dejan ver la selva austral.
En la Patagonia se avanza a otro ritmo, deteniéndose en cada paso y mirando donde se dará el siguiente. Es una buena lección a aprender.
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