Hay bandas que trascienden a sus integrantes y hay músicos que trascienden a sus bandas.
Paul McCartney siempre será un ex Beatles; es impensable ver a Bono en un rol musicalque no sea el de vocalista de U2; por contraparte Robbie Williams es mucho más que Take That, lo mismo que Morrisey en relación a The Smith; y en la música latina cuando vemos a Vicentico poco extrañamos a Los Fabulosos Cadillacs.
Cuando la banda nacional Los Prisioneros se separó por primera vez a inicios de los ’90 su líder y vocalista, Jorge González, intentó un camino solista con una propuesta musical absolutamente alejada de lo hecho con la banda de sanmiguelinos. El resultado paso sin pena ni gloria y González se transformó en un personaje que parecía tratar de mantener lo contestatario de sus orígenes a costa de criticar y protestar contra todo lo que se cruzara por delante.
Hacia inicios del nuevo milenio Los Prisioneros se vuelven a reunir, tal como ellos mismos reconocieron, sencillamente para ganar el dinero que no pudieron ganar en sus tiempos de presentaciones subterráneas escondidos de la censura de la dictadura. Y vaya que lo hicieron bien llenando estadios, haciendo extensas giras y transformando sus álbumes ahora remasterizados en topes de lista.
La historia se repitió y nuevamente la banda volvió a disolverse en medio de mutuas rencillas, pero esta vez González optó por un camino distinto. En lugar de tratar de demostrar al mundo su faceta de músico vanguardista se dedicó a hacer lo que mejor sabe hacer y de hecho lo que nadie sabe hacer como él: cantar canciones de Los Prisioneros.
Jorge González ha aprendido a llenar el escenario de tal forma que a los pocos segundos dejas de notar que Narea y Tapia ya no están tocando junto a él.
Quizás lo ha favorecido que muchos de los temas contingentes de los años ’80 han vuelto a reflotar en esta época de múltiples indignados, quizás lo ha favorecido contar con una fanaticada que se renueva día a día o quizás, sencillamente, es el máximo rockstar de nuestra historia.
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