Hace quinientos años la dignidad se vestía de vivos colores.
Caciques, guerreros y chamanes no dudaban en mostrar y demostrar sus rangos ataviándose de coloridas vestimentas y vistosos tocados de pluma. Hasta los más humildes campesinos teñían o bordaban sus trajes con vívidos motivos.
Cada bordado, cintillo o joya narraba desde importantes acontecimientos hasta los más cotidianos eventos.
Luego, miles de litros de sangre mediante, se impuso la lógica europea donde la supuesta piedad y dignidad se vestían de riguroso negro eclesiástico. En ese momento lo que conocemos como elegancia se tiñó para siempre del más profundo y aburrido gris.
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