Hace algunos veranos llevaba varios veranos, otoños, inviernos y primaveras trabajando en la industria del retail. Había sido una opción impuesta por la necesidad pero como el hombre es un animal de costumbres a esas alturas me resultaba natural trabajar domingos y festivos y hasta encontraba cómodo tener libre aquellos días en que la mayoría estaba trabajando, a fin de cuentas un lunes en la mañana el supermercado pareciera estar a tu entera disposición.
El día de verano al que me remito, como también era costumbre, había salido a fumar un cigarrillo a la terraza de la tienda a mitad de la tarde. El sol aún pegaba fuerte pero la brisa marina suavizaba su furia, las familias caminaban a la playa cercana, las chicas en grupo en piropeadas por los chicos también en grupo, los niños se colgaban de sus padres frente a las heladerías, el mundo seguía su curso…
Absorto en terminar mi café y mi cigarrillo recibí una llamada telefónica de un viejo amigo “Pelado porque no te vienes al Jardín Botánico, en un rato va a haber un concierto de Eduardo Gatti y Nito Mestre y estamos casi todo el grupo de amigos acá…”
Siempre me gustó Gatti pero nunca fui un seguidor y lo mismo pasaba con Mestre aunque la música de Sui Generis ha sido parte de la banda sonora de mi vida, pero la idea de no poder estar con mis amigos tirado sobre un verde prado a la sombra de los árboles del bosque cercano escuchando a estas dos leyendas de la música chileno argentina me resultó devastadora. Pero no por el citado recital en sí, sino porque me di cuenta que desde hacía tiempo no tenía tiempo para compartir con los que quería, que ya no me invitaban a una cena viernes por la noche porque al día siguiente tenía que levantarme temprano para trabajar y nadie organiza cenas un día martes; que me había perdido infinidad de cumpleaños; que hacia tiempo que no salía a almorzar con mi vieja y mi hijo; en un momento llegaron todos esos pensamientos, en un momento descubrí que mi trabajo me daba lo necesario para vivir pero me negaba lo necesario para disfrutar esa vida, en un momento algo detonó un sinfín de sucesos que abarcarían los siguientes dos años.
Debieron pasar casi tres años para que volviera a encontrarme con un recital de Gatti y Mestre, esta vez no en los prados del botánico de Viña del Mar sino en la acogedora sala de un pub en Valparaíso. Esta vez no asistieron mis amigos pero si lo hice yo en compañía de mi hijo que pocos días atrás había cumplido dieciocho años. La presentación fue un día viernes por la noche pero no importaba, hacía ya un par de primaveras que los fines de semana los puedo destinar a los que quiero.
1 comentario:
Me alegro por vos Luis, no vale la pena vivir sólo para las obligaciones, además y a pesar de los sinsabores (quien no los tiene?)la vida es hermosa, por eso debemos disfrutar de ella todo lo que podamos, en definitiva son los recuerdos que nos gustará tener cuando seamos muy mayores, no?
Besos desde aquí ah! tbn me gusta Nito Mestre, a Gatti no lo conozco pero para que está Google, youtube?
REM
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