La imagen de una cruz puede ser rápidamente asociada al cristianismo, a una iglesia, cualquier iglesia en cualquier lugar y cualquier época de la historia, católica, ortodoxa o protestante, tanto a la Catedral de Notre Damme, la Basílica de San Pedro, la Abadía de Westminster o a una pequeña capilla de barrio. Si en la imagen hay varias cruces inmediatamente lo asociamos con un cementerio, cualquier cementerio en cualquier lugar y cualquier época de la historia, tanto al de los soldados norteamericanos caídos en la segunda guerra mundial con sus ordenadas filas de cruces como al de nuestra ciudad. Si en cambio en la imagen aparecen específicamente tres cruces, como en la fotografía que corresponde al atrio principal de la Basílica de Nuestra Señora de Copacabana en Bolivia, tan solo puede ser asociado al preciso instante de la crucifixión de Jesucristo, a su pasión y por consiguiente a su reminiscencia en los días de la Pascua de resurrección.
Recuerdo que cuando niño Semana Santa, el Fin de Semana Santo o las Fiestas de la Pascua de Resurrección, como ustedes prefieran llamarle, era una ocasión sumamente especial, una de las pocas festividades religiosas hechas casi exclusivamente para reflexionar se fuera creyente o no porque todo su entorno prácticamente obligaba a la meditación.
Este fin de semana era un festivo sagrado, la sola de idea de destinarlo a vacacionar en alguna playa era casi sacrílega. Desde temprano en los distintos canales de televisión se exhibían cuanta película de corte religioso hubiera sido filmada destacando entre todas la omnipresente “Jesús de Nazaret” de Franco Zefirelli. Eran días de ayuno y penitencia por lo que estaba prohibido comer carnes o cualquier clase de delicias al paladar. En las tarde cada barrio tenía su propio Vía Crucis que era todo un acontecimiento social. Al anochecer era absolutamente impensado realizar cualquier acto de jolgorio por lo que pubs, cabarets y toda suerte de local nocturno cerraba penitentemente sus puertas.
Ya el sábado el continuado de filmes continuaba con el Manto Sagrado, Quo Vadis y Ben Hur, matizado entre medio con algún documental de la BBC y los cortos en los noticieros de la bendición papal y las impactantes imágenes de los fieles que se auto crucifican en las Filipinas.
Finalmente el domingo desde temprano comenzaban las misas católicas o cultos protestantes donde se celebraba la resurrección de Jesucristo, su victoria sobre la muerte y por consiguiente nuestra posibilidad de alcanzar la vida eterna.
Confieso que siempre encontré todo lo que Semana Santa envolvía un poco parafernálico y en alguna medida un tanto hipócrita, pero debo reconocer que se gustase de ello o no, se abría un instante para la meditación y el análisis.
Actualmente las grandes tiendas comerciales y los supermercados cierran el día viernes santo no por convicción religiosa sino que para evitar pleitos con sus sindicatos, pero reabren con furia y ofertas inusitadas el siguiente día. Los tres días festivos se transforman en la ocasión perfecta para tomarse unas pequeñas vacaciones y las agencias de viajes bombardean nuestros correos electrónicos con espectaculares promociones para realizar un viaje relámpago a Buenos Aires o a algún refugio termal en medio de la campiña.
Es cierto que en general se conserva la tradición de no comer carnes, pero de ayuno nada, cada familia organiza su magnífica paella de mariscos o pescado asado al horno con mantequilla, que como corresponde debe ser acompañado de un adecuado vino blanco de reserva. También es cierto que el luto por la muerte del Hijo de Dios se mantiene durante el viernes, pero exactamente a las cero horas un minuto las discos y locales nocturnos abren sus puertas para recibir a sus cliente ávidos de diversión.
El día sábado se debe volver al trabajo o se destina a recuperarse de la juerga de la noche anterior, pero el domingo si que es especial, ese día es necesario levantarse temprano, no para asistir a algún culto sino que para buscar los huevos de chocolate escondidos por el Conejo de Pascua (nunca he entendido que hace un conejo poniendo huevos pero en fin).
No me mal interpreten, no soy un cristiano devoto, de hecho soy gnóstico, creo en una sociedad secularizada, en la libertad de culto y pensamiento, también creo que el estado no puede alinearse exclusivamente con las creencias religiosas de algunos, aunque estos en ciertos casos sean la mayoría. Pero me preocupa que conforme pasan los años cada vez vayamos perdiendo esos espacios que nos permitían dedicarnos a la meditación, la introspección, el análisis y el conversar en familia.
Quizás sea el consumismo latente, quizás sea le necesidad de rebelarnos contra toda suerte de conservadurismo, quizás el destino de las sociedades sea volverse completamente seculares y en poco tiempo más todo lo que estoy escribiendo no tenga ningún sentido. Sea como sea es un hecho que hace ya bastante tiempo la Navidad dejó de ser “Paz y buena voluntad para los hombres” para convertirse en “Comprar regalos para quedar bien con todos” y aparentemente poco a poco hemos ido cambiando las reflexiones de la Pascua de resurrección por acciones en la fábrica de chocolates del dichoso conejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario