Más difícil que aprender algo es desaprender lo aprendido.
Cuando comencé en el mundo de la fotografía amateur partí por participar en toda clase de foros especializados y páginas de comunidades de fotógrafos. Rápidamente conceptos imagen trepidada, horizonte caído, falta de aire, demasiada cálido, demasiado frío, blancos quemados, negros empastados, por mencionar algunos, se hicieron parte de mis cotidianas preocupaciones.
Siguiendo una serie de sabios consejos y aprendiendo cuanto principio técnico encontrará en mi camino me dediqué a buscar esa foto perfecta que nunca llegaba.
Cierto día adquirí un libro de consejos sobre fotografía digital escrito por el señor Michael Freeman, uno de los más connotados fotógrafos de National Geographic. En su introducción el autor adelantaba “una vez que aprenda todas las técnicas aquí expuestas dedíquese a aprender a NO usarlas”.
Parecía contradictorio pero al revisar las interminables galerías de imágenes de Freeman resulta evidente que técnicamente hablando un porcentaje importante de su obra no es perfecto. No es extraño encontrar imágenes borrosas, descentradas de acuerdo a los cánones tradicionales, llenas de extraños coloridos y formas difusas, y no es por una deliberada intención de romper las reglas sino porque en ocasiones las “pequeñas imperfecciones” ayudan a aportar naturalidad haciendo que las capturas cobren vida y no sean tan solo clásicas y elementales postales.
En la foto que encabeza este post hay elementos difusos y ciertas luces terminaron por quemarse pero más allá de las fallas técnicas la imagen captura ese momento al final de la jornada en el que los lancheros de Valparaíso regresan al muelle con la ayuda de esforzados boteros. Algo que ocurre a diario pero que el millar de turistas que también a diario transita por allí nunca observa.
Supongo que muchas otras cosas en la vida son así y es más sano tomar técnicas y reglas como un patrón de trabajo y no como una imposición inquebrantable.
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