El principal aliado de la belleza es la sorpresa y su principal enemigo es la cotidianidad.
Hace poco Lonely Planet (siempre gustosa de hacer ranking) elaboró un listado con las diez estaciones de metro más grandiosas del mundo por convertir sus andenes en auténticos museos. Entre ellas y compartiendo honores con las estaciones Koltesavaiya de Moscú, Baker Street de Londrés, Flora de Praga, entre otras aparece nuestra estación Universidad de Chile del metro de Santiago gracias a los murales de Mario Toral ya que según la guía “en ella podemos tener la sensación de encontrarnos en una galería de arte o incluso al interior de una iglesia renacentista”.
De seguro esta sensación es tal cual para los turistas extranjeros, para los visitantes de provincias (a mi me llamó bastante la atención la primera vez que estuve allí) o incluso para algunos santiaguinos del sector oriente para quienes descender de Plaza Italia ya es una forma de turismo.
¿Pero metro Universidad de Chile es vista igual por el millón de personas que diariamente transita por ella rumbo a sus trabajos? ¿La mujer que desciende bañada en sudor de los insoportablemente calurosos carros en la hora peak en verano se da cuenta que las paredes y techo de la estación cuentan la historia de Chile en estilo Art-deco? ¿Aquel que sube las escaleras tomando su café matutino apurado rumbo al trabajo percibe que deambula por la Capilla Sixtina sudamericana?
Paradojálmente nuestra sociedad mezcla deseos de grandeza y trascendencia con un ritmo de vida que no da respiro y que termina por derivar en magníficas obras de arte y arquitectura construidas para que nadie las observe.
Quizás quienes más disfruten de las obras de Toral sea los antropólogos del futuro para quienes sus murales sean tan fascinantes como las prehistóricas pinturas rupestres al interior de las cavernas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario