Uno de los desafíos de la fotografía está en encontrar belleza en donde aparentemente no la hay; contradictoriamente uno de los dilemas de la fotografía está en presentar como bello o grato aquello que objetivamente no lo es.
De mis viajes he encontrado un particular colorido, belleza y expresión de vida en las favelas de Sao Paulo, en los destartalados microbuses que transitan por las también destartaladas calles de Asunción, en las precarias chozas en las que viven ciertas comunidades indígenas en el altiplano del Perú, en los húmedos palafitos de la entrada norte de Castro en la isla de Chiloé, y en los conventillos donde viven hacinadas decenas de familias en las barriadas del centro de Santiago o en los cerros de Valparaíso.
Me alegra que en estos sitios donde el dolor arrecia haya tanta belleza y colorido, que la vida incluso se muestre más latente que nunca; pero en esta dicotomía existencial me duele que aquello exista, que necesite ser fotografiado, y que además lo encuentre hermoso.
No deseo convertirme en esa suerte de turista social en la que se han transformado buena parte de quienes dejan por instantes su comodidad para ver cómo viven o sobreviven los otros tan sólo para luego regresar a su confort creyendo que han aprendido algo.
Pero aunque sea sólo para fotografiar realidades siempre aprendes algo, siempre una imagen te transmite las mil palabras que contiene, y entiendes que a pesar ver entrar la luz por estrechas ventanas, a pesar de protegerse del frio por viejos latones oxidados, a pesar de tener que compartir baños y lavaderos, son las personas las que pintan sus dinteles, son ellas las que cuelgan coloridas cortinas, son ellas las que traen alegría y colorido a aquellos lugares en donde debería imperar el más triste y profundo de los grises.
1 comentario:
Aparentemente no la hay. Tu lo has dicho amigo. Pero creo que esos encuadres esconden sin artificio el principio estético de las formas. Lo demás, es simple. Vero y plasmarlo.
Un abrazo
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