“¿Porqué se suicidan las hojas cuando se sienten amarillas?” Cuarta pregunta del quinto capítulo del póstumo Libro de las Preguntas de Pablo Neruda.
Esta simple y a la vez compleja consulta me hizo recordar mi niñez cuando una de mis aficiones preferidas en las tardes otoñales era desparramas con los pies las hojas secas dondequiera las encontrara. Como olvidar esas caminatas de la mano de mi madre por la avenida Libertad en Viña del Mar en donde las hojas llegaban a veces hasta más arriba de los tobillos.
Llegando a la adolescencia deje de patearlas desordenadamente, eso sería cosa de niños, pero seguí disfrutando ese crujir que provocaban mis zapatos al pisarlas.
No sé qué ocurrió en los años que siguieron, de un tiempo a esta parte y por misteriosas razones las hojas ya no se arrojan desordenadamente al vacío sino que se preocupan de caer agrupadas en pequeños túmulos junto a las veredas casi al igual que un grupo de expertos paracaidistas. Sé que la culpa la tienen aquellos hombrecitos vestidos de amarillo al servicio del municipio y que dos o tres veces al día armados de escoba y rastrillo despojan a las calles de su crujiente magia.
Sé que hay un bien mayor, como es el que las alcantarillas no se taponeen con hojas de cara al invierno, pero aún así me gustaría volver a encontrar un lugar en donde las hojas me lleguen hasta la rodilla y pueda hacerlas volar o crujir a mi antojo.
1 comentario:
Pues tiene razón... con lo bonito que es el amarillo
Besicos
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